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Los Relatos de Ruben

Mórbida esencia

Soneto Rubulesco

 

Cuando mi mente se maquilla de olvido

creado,  soplos inmortales

degustan mi ser

perdido.

 

Así, mi mente se maquilla de olvido

forjando esta, un mórbido ser:

un amor imposible

partido.

 

Un cúmulo de emociones asistidos

cebando al destino risible

forjan nuestro ser.

 

Es así, cuanto más detalla el no ser

besos no dados que antes distes

más crece el olvido.

 

-- 00 --

 

Estructura, diseño y diagramación: Rubula

Pulsante fragor indescente

Balatín espejado

Malditos

sean los instantes

–aquellos–, rozando el silencio.

 

Espacio

en que se repite

un rumbo forjado en bocetos

conviviendo entre peldaños refulgentes.

 

Son los bocetos cuyo precio:

–amores débiles del mes–

vetó.

–Esos–, los pulsantes

fragores del amor rozando el silencio.

 

Derrotero que se torna en un instante

en unos ojos indiscretos

de sigilo ausente.

más.. rancios.

 

Voces sin sonidos vició

el deseo, –éste–, indigente

atento.

 

-- 00 --

Estructura, diseño y diagramación: Rubula

King-Dorothea-Michelle

–Lo siento si la familia y el servicio no planificaran su agenda colectiva  para que coincidieran con las actividades delictivas de Junior –replicó con tono glacial y condescendiente. Si hubiera tenido los ojos cerrados Michelle habría jurado que hablaba con Remmy Battle. Antes que Michelle tuviera tiempo de replicarle, Dorothea volvió a dirigirse a King–: Me parece que os equivocáis de presa.

 

** Estructura, diseño y diagramación: Rubula **

 


Malparido

 

–¡Pero si serás un malparido! –Le gritaba ella parada frente a él que, estando sentado la miraba como descargaba su furia. Impávido, simplemente la escuchaba–. ¡Cretino! –Es entonces cuando ella, con la mano derecha le propicia un sonoro sopapo que impacta sobre su mejilla izquierda.

 

** Estructura, diseño y diagramación: Rubula **

 




Sarah y Victor

 -- La Familia Hernández  --

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El Doctor Hernández fue un prominente médico cuya profesión la ejercía en el interior del país; sobre el litoral oeste. Se había casado con Mabel, oriunda de la capital donde la había conocido.

Ella había resultado ser una gran nadadora. Un día en medio de una competición y estando tomando sol alrededor de la piscina olímpica junto a unos amigos, el doctor, por ese entonces estudiante de medicina, escuchando a la gente que la alentaba y viendo como se retrasaba, decidió ayudarla. Ese día logró  ganar la competición gracias a él.

A partir de ahí, comenzaron a salir con la anuencia de sus padres. 

Cuando él se recibió, se casaron, y al poco tiempo decidieron irse al litoral oeste del país. De la unión de ellos nació Sarah, una niña, que para los estándares de la época pesaba un poco más que la media.

Con el tiempo, el Doctor Hernández se hizo conocido y muy respetado en su ambiente.

Sarah, por otra parte, creció y se hizo adolescente; comenzó sus estudios intermedios en un colegio salesiano donde conoció a Víctor, un monaguillo que auspiciaba como ayudante del párroco de la diócesis del obispo Marquesano. 

La relación entre ambos no pasó desapercibida, y fue cuando comenzaron los cotilleos, los que llegaron al punto más álgido cuando quedó embarazada.

Al enterarse su padre, la alegría contagiosa y pertinaz que tanto  lo caracterizaba, comenzó a desaparecer apoderándose de él un silencio entretejido por una demencia sin control. 

Su familia, en particular el padre, presionó sobre el obispado, que terminó optando por mandar a Victor a Angola como ayudante en una Misión.

De Sarah no se supo más, salvo que fuera internada en un nosocomio privado. En dicho lugar nació su hija Margareth siete meses después, pero ni siquiera Mabel, su madre, estuvo presente durante el parto, aunque lo hubiera querido.

El Doctor Hernández se encargó en todo lo relacionado al embarazo y embarazo de su nieta.

Pasaron los años, y de Víctor no se supo más nada, incluso después que los padres de Sarah fallecieran.

 

-- Misión Jesuitica del Padre Esteban --

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Luanda, Angola.

Quienes componían la misión jesuita del Padre Esteban no solo tenían como objetivo dedicar su tiempo al Señor. Tenían otros menesteres, como ser labrar la tierra y cultivarla, ejercer de partero si las circunstancias así lo ameritaban y un sinfín de otras actividades alternas. No era la única misión en Luanda y sus alrededores, pero sí la más importante.

La misión adquirió el nombre del Padre Esteban a raíz de un cura portugues que un par de décadas atrás había arribado al lugar en un barco mercante proveniente de Portugal.

Apoyado en el Sao Cristobal, un bergantín que otrora había sido el barco escuela de la naval mercante del Reino Unido, adquirido más tarde por Portugal y reconvertido ahora en barco mercante, el susodicho cura observaba con atención el puerto de dicha ciudad angoleña al acercarse a aquél. Desde el mismo arribo, él se dedicó en cuerpo y alma a fomentar y desarrollar el vínculo entre el cristianismo y la religión Kimbanguistas, una rama de las "africanas Kala cristianas" que tiene su origen en lo que es la actualidad la República Democrática del Congo.

Durante sus dos décadas trabajando para tal fin e incluso haciendo de nexo con la minoría musulmana sunita, dicho cura forjó lo que terminó en ser una de las misiones jesuíticas más importantes de Angola. 

Luego de su fallecimiento por difteria, su centro de trabajo adquirió su nombre. Así nació la Misión Jesuítica Padre Esteban.

En la parte de atrás de la Misión sus integrantes trabajaban la tierra, plantando hortalizas y papas utilizando una técnica de siembra consistente en realizar un surco en línea con una profundidad variable según el tamaño de la semilla. 

Las colocaban más o menos juntas, según las dimensiones que llegase a adquirir la planta cuando llegara a ser adulta para dejar espacio suficiente. Después cubrían las semillas sin prensar excesivamente la tierra.

En carretillas, llevaban lo recolectado a un depósito no muy grande que servía para satisfacer las necesidades de alimentación de sus integrantes. Allí eran almacenadas. Su sobrante era vendido entre las distintas fracciones que habitaban el lugar. Eventualmente utilizaban el trueque como moneda. 

En eso estaba el nuevo cura, depositando lo recolectado en el depósito cuando:

–Padre –entró Joao corriendo y expresando en forma imperativa, pero nerviosa–, tiene que acompañarme, mi esposa..

No tendría más que 34 años; él era descendiente de la etnia bantúe cuyo origen se remonta a cuando eran un pueblo de pescadores, agricultores y cazadores. 

Hablaba portugués fuertemente acentuado a consecuencia de la lengua regional Kimbundú. Victor se gira hacia el visitante, no sin antes haber depositado al costado de sus pies la asada con la que había estado labrando una parcela de tierra; luego al mirarlo se irgue, no sin antes secarse la transpiración de su cara.

–¿Qué le sucede a Paulina? –Le pregunta Víctor sosteniendo su sombrero de ala ancha con la mano derecha.

Ella había sido desalojada de su vivienda durante el auge económico experimentado por Angola tras el fin de la guerra civil en el año 2002. El gobierno angoleño había desalojado por la fuerza a miles de residentes pobres de la capital, Luanda, sin ofrecer indemnizaciones de ningún tipo. Por ese entonces vivía en las afueras de la ciudad.

–Va a dar a luz padre –se le acerca y lo sujeta de la manga de la sotana– ¡por favor! –suplica.

Joao había conocido a Paulina unos cuantos años atrás, de la época en que arribara Victor por primera vez. 

Cuando el cura llegó a Angola el Padre Esteban había fallecido. 

Ambos eran originarios de la etnia ovimbundu, una de las poblaciones más abundantes del país. Se conocieron durante la fecha en que Portugal había traspasado su colonia al pueblo ugandés y se llevaron a cabo las elecciones parlamentarias, después de diez años de suspensión de garantías y procedimientos democráticos, debido a una cruenta guerra civil.  Un año después se casaron. –¡Vamos! –dice Víctor colocándose su sombrero de paja. 

Tras ello se sube al camión que conducía Joao.

 

-- Mabel --

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El día en que Sarah dio a luz en una clínica privada a su hija Margareth, su padre, el Doctor Hernández la sustrajo de sus manos y se la llevó con él. En forma callada la dio en adopción.

Ya por ese entonces la relación entre el médico y su mujer, Mabel, no era como se esperaba. El, terco y obcecado se mantenía en sus trece. No dando el brazo a torcer; se hacía lo que él decía y su mujer acataba. 

Se relacionaban a nivel público como si nada pasase entre ellos, pero, ya en lo privado la situación era completamente otra. Que ella acatara y se silenciara no significaba que no viera las cosas, solamente, había sido educada para obedecer al marido.

Cuando ella se enteró que iría a ser abuela, y que el padre de su hija Sarah era un ayudante del párroco de la diócesis del obispo Marquesano, un monaguillo, todo lo que creía y consideraba correcto se derrumbó. Simplemente el que viste una sotana debe estar por encima de las tentaciones carnales, dedicado las veinticuatro horas los siete días de la semana a adorar al Señor, no podía darse el lujo de sentir y amar otra cosa que no sea a el Señor.

 No era solo que lo pensaba su madre, de igual forma pensaba el padre de Sarah en tal sentido.

Por ser él la cabeza de la familia, consideraba que todo recaía en sus hombros incluso las tomas de decisiones puesto que él era el hombre de la casa.

Fue cuando ella  lo confrontó.  

Sus sentimientos, tanto tiempo amordazados, comenzaron a aflorar y poco a poco el amor comenzó a deslizarse hacia lo perverso dentro de ella.

–Pero se trata de tu hija –le había dicho en una ocasión, estando ambos en el living–comedor.

Ese día había estado lloviendo y había hecho frío. Ambos se encontraban sentados alrededor de una  estufa a leña cuyas brasas, crepitaban; ella tejiendo y él leyendo.

–Es una cualquiera –Expresó él sin levantar la cabeza.

Su alma estaba marchita plegándose sobre sí misma,dejando que la cólera aflorara sobre sus poros. Lo acontecido la superaba ampliamente.

Ella depositó el tejido sobre su regazo y lo miró.

–¿Qué has hecho con la niña?

Mabel había tocado fondo a consecuencia de muchos secretos tapiados, que de golpe, decidieron romper la veda de tanto acumular bilis. Su mirada hilaba fino, escrutando.

–Nada.

El era un alma marchita cuyo dolor al igual que un quemante alborozo salía a través de sus poros.

–¿Qué te crees que sos, cretino? –No terminó de expresar esas palabras, cuando su mujer con la mano abierta le propició un sonoro sopapo–. ¿Crees que no sé que se la entregaste a los Menéndez?

La relación había llegado a tal punto en donde los secretos de la pareja se regodeaban socabantes. Se diría que hasta con perfidia.

Los Menendez eran una familia de estancieros que tenían una casa en la ciudad pero una estancia a varios kilómetros al norte. Se dedicaban a la ganadería extensiva. 

A ellos los atendía el doctor. Muchas veces no les cobraba pero cuando iba de caza, paraba en sus campos. Ellos le daban verduras, frutas, alguna gallina a cambio de sus servicios. Una forma de trueque.

Desde ahí, dejaron de dormir juntos y hablarse. 

El doctor por su parte, tuvo sus amantes, su esposa lo supo, pero no dijo nada; por dentro lloraba. 

 

-- Padre Victor --

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Luanda, Angola.

Luego de atender a Paulina durante el parto, Joao insistió en llevarlo a él a Clidopa, un hospital. A pesar de su negativa, no pudo evitar que lo llevara en su camioneta. Tenía que dar los últimos sacramentos a un paciente de cáncer.

–Le voy a poner su nombre padre –menciona mientras conducía.

–Da gracias al Señor que me condujo a tiempo hijo.

De pronto la camioneta da un bandazo sobre la derecha casi cayéndose sobre una cuneta cuando, un ómnibus que se caía a pedazos. lo cruzó de frente. 

El gesto de Joao fue elocuente a tal punto que..

–Hijo de puta –el cura lo mira– no debes dirigirte así a tu prójimo.

–Perdone padre –dice en forma automática y toca el claxon por la presencia de un grupo de jirafas que cruzaban lentamente la sabana, lo que hizo que la camioneta frenara.

El cura sonríe al tiempo que no dejaba de observar el paisaje ugandés. Siempre que salía de la Misión llevaba consigo una cámara de fotos con la que disfrutaba captar ese momento especial de un atardecer, la gente movilizándose,  o los animales.

Al llegar al nosocomio Joao le dice

–Bueno padre lo dejo, debo volver.

–Ve con Dios –recibe como repuesta.

Victor era una persona muy cariñosa y querida por los lugareños. 

En el Hospital lo recibe la nurse que en ese momento estaba de guardia.

Nasiche, era su nombre, una mujer regordeta de no más de un metro sesenta y cinco  de estatura, de carácter hosco con las personas que no conocía  y seca con los que manejaba la guardia en el hospital. A éstos,  con mano de hierro.

Pero con Victor la relación fue distinta con un trato más referente.

Quizás, porque era procedente de la tribu baganda correspondiente a la etnia bantu originarios del oeste del país, donde sus creencias cristianas en conjunto con la musulmana, la habían convertido en una fiel creyente y practicante del catolicismo. 

–¿Como anda padre? –Le dice cuando lo ve.

–Bien hija, y Manuel que no lo he podido ver por la Misión.

–Ha estado con su padre y su tío llevando el ganado al Mercado de Abim. Abim, un pueblo en el interior de Angola.

Manuel era el quinto hijo de ella: acudía semanalmente a un seminario que se impartía en la Misión del Padre Esteban, pero hacía diez días que no había concurrido. De ahí la preocupación del Padre Victor.

–¿Viene por Joaquim padre?

–Si hija.

–En la segunda ala ya sabe –Y ella le señala con el brazo extendido hacia el corredor que había delante. El cura le hace la cruz en señal de bendición. 

–Amén –responde ella.

 

-- Doctor Hernández --

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Por el tiempo en que Sarah era una niña, el doctor ejerció su profesión en el interior del país. Poseía un consultorio privado en su casa donde atendía a sus pacientes pero practicaba en el Hospital General Pericles, el único en el pueblo.

Cuando terminaba la hora de la consulta acostumbraba ir junto a su esposa Mabel al único club social que había.

Le gustaba jugar a las cartas, leer los diarios, pero siempre estaba a la orden por si alguien lo necesitase como médico y no importaba si era de día o de noche. Quien necesitase de él, allí estaba. 

Su esposa jugaba a la canasta.

Esa predisposición le generó buenos frutos. Todo el mundo recurría a él.

Si tenía que atender a una persona de bajos recursos, y no podía pagar la consulta, él no dejaba de hacerlo, incluso seguía la evolución de la enfermedad. Si no podía pagar, él igualmente le regalaba los medicamentos al que lo necesitase. No sólo atendía a él, sino incluso a toda su familia.

Era de pocos amigos y muchos conocidos. 

Atendía a los pocos policías que había en la única comisaría que tenía el lugar; al cura párroco y sus acólitos de la diócesis del obispo Marquesano, y a dos o tres hacendados, entre ellos los de la familia Menéndez. 

Cuando nació Sarah ya estaban en una buena posición económica. Ella tenía su propia empleada que se puede decir que la crió. 

En la casa había una empleada sólo para la cocina, otra para las labores domésticas de limpieza y atención a su hija. 

Sarah, era sus ojos, la adoraba. Cuando era niña cursó sus primeros años de estudio en el único colegio estatal cerca del centro, y ya siendo adolescente, la mandaron a terminar sus estudios secundarios a la diócesis del obispo Marquesano que estaba ubicado a un lado de la Plaza Matriz.

La hija del doctor, era todo un caso.

En más de una ocasión se le escapó de la casa, cuando el médico estaba embriagado.

Se divertía con los pueblerinos, pero su forma de ser: libertina, libre de prejuicios, le dieron fama de una mujer fácil. Cosa que en realidad distaba  mucho de serlo. Poseía un carácter de los mil demonios: indomable.

Su carácter, condujo al doctor a decidir por internarla en la diócesis asumiendo que la doctrina cristiana que el obispo profesaba, la enderezaría. No pensó en Victor.

Su madre, Mabel, estaba volcada hacia la Sociedad, experta en reuniones y fiestas.

Los domingos iban a misa a rezar juntos; el cura párroco en persona ejercía ese oficio.

Cuando el doctor se enteró de la relación entre su hija y Victor, por ese entonces, un monaguillo fue a hablar con el cura párroco. A partir de ahí, todo se fue cuesta abajo.  La presión fue tal, que el mencionado aprendiz a cura terminó en Angola en respuesta del obispado.

El doctor simplemente no podía entender como su hija criada como había sido, hubiera pecado ante los ojos del Señor.

Al doctor ya le carcomía  un fuego que horadaba sus entrañas, comenzó a beber. 

Mabel, la madre, se tornó insidiosa, soez al tiempo que por ser tenaz como inquisitiva, se tornó en una carga para el doctor que no pronunciaba palabra alguna.

 

-- Los Menendez --

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La finca había sido originaria del abuelo de Juan José Menendez de la Horta, un hombre que en sus años mozos la había adquirido en una carrera de caballos. Según el folclore del lugar, al parecer a consecuencia de una apuesta de caballos Don Santiago Montoya, el terrateniente del lugar perdió la finca que por aquel entonces se la conocía, no por “la de los Menendez”, sino por “El Chingolo” haciendo referencia a cierta clase de ave locataria.

Juan Martín Menendez, oriundo de un pueblo en el interior de su Cataluña natal, se la ganó al apostar sus pocas pesetas con que había arribado a la zona luego de la persecución a consecuencia de la dictadura de Francisco Franco. Pero, si bien existía una tirantez a simple vista entre Don Montoya y Menéndez no la había con doña Nicanor hija del primero.

Fue su amante hasta que se enteró su padre que le mandó sus secuaces, dos hombres de buen porte –o se casaba, o le rompía todos los huesos para que por último, terminase de cena de los caimanes que habían en la laguna– y así, Don Martín fue llevado a la fuerza sacado de un lupanar. Lo que sucedió a puertas cerradas no está escrito en ningún documento oficial, pero según cuentan aquellos que presenciaron la disputa al parecer Montoya no podía creer lo que le proponía el catalán. 

Le había jugado la finca en una apuesta de caballos, si ganaba la apuesta adquiriría la finca, en caso contrario se casaría con su hija, su amante.

Unos dicen que le disparó un tiro al pecho, otros, que por lo ruiseño de la propuesta Montoya había aceptado. El asunto no era la finca pues para él, eso no se discutía, Montoya era su dueño, el asunto era el honor de su hija.

Bien sea, por lo disparatado que le pareció la propuesta, bien obligándolo a casar, Montoya aceptó.

Claro, no contaba con las argucias del catalán. Luego de cierto período de tiempo pautado, se dispuso a hacer correr su yegua premiada con la cual había ganado varios premios consecutivos en el Gran Derby, evento que se hacía una vez cada cierto tiempo.

Por parte del abuelo de Juan José. Don Juan Martín apostaría a un potro catalán traído por éste en barco. Le presentó a Montoya recortes de diario de la época donde se lo mostraba como un potro de estirpe; no lo era, más bien común, pero eso sí muy enamoradizo.

Cierta noche antes del evento el animal se las ingenió, para dejar preñada su yegua, tantas veces premiada y que Montoya de ninguna manera aceptaría que sus genes se mezclaran; el asunto era: que ante el corazón de un animal, lo mismo que de un humano, nada se podía interponer.

Llegado el momento del evento ni uno ni otro animal quiso correr –sus ojos lo decían todo, estaban enamorados–. Ante ese hecho Montoya terminó cediendo, porque una cosa era con los equinos más no así con el catalán. Este debía casarse. 

Como regalo de bodas recibió la finca “Los Chingolos” y así vivieron felices Doña Nicanor Montoya y su amado catalán.

El tiempo pasó, vinieron los hijos, Don Montoya murió de sífilis a consecuencia de tener relaciones con una negra que cuyos cometidos eran menesteres propios de la finca, pero que tenía relaciones con quien viniera a cuento, cuando su patrón estaba de gira por asuntos comerciales. Y así, Don Martín se hizo de la Finca al cual le puso “Los Menéndez” en referencia a su difunta madre.

Los Menéndez no habían podido tener hijos; como buenos protestantes no creían en una iglesia evangélica unificada y universal regida por el Papa. Consideraban que ningún individuo y ningún grupo humano puede pretender una dignidad divina por los logros morales, por su poder sacramental, por su santidad, o por su doctrina.

En buena medida pensaba igual el Doctor Hernández, no completamente, pero sin tener conocimiento que por sus venas corría la doctrina luterana.

El doctor acostumbraba a ir con su hija a la estancia. En una ocasión..

Ya embarazada y con ella en el casco de la estancia, tras una tremenda discusión el doctor cedió a su hija embarazada a los Menendez que se negaron rotundamente en principio de hacerse cargo de ella. Pero él los persuadió. A partir de entonces, la relación entre ambas familias se deterioró.

 

-- Los padres de Sarah --

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–Señor, tiene visitas –La encargada de atenderlo, suministrarle sus medicamentos y demás, mencionaba dichas palabras al tiempo que con los nudillos golpeaba la puerta que daba a su aposento.

–Mire que no esta en sus cabales –Mencionó la enfermera–, tiene cinco minutos ni uno más.

–Si –Recibe como repuesta.

El Doctor Henderson se encontraba sentado en una butaca que miraba hacia un gran ventanal, de golpe se levanta y comienza a hablar solo.

–¿Acaso vos no os dais cuenta..? –El tono que utilizó era ronco, grave, en tanto se paseaba por la pieza como hablando para sí, gesticulando –¡Conductas..! Malsano sois; gestor de insano dilema, fraguante moldura, ¡forjáis!

De momento todo cambió y la voz se hizo tenue como estando inmerso en un soliloquio, diríase hasta llorisqueo, acurrucándose en una esquina de la sala en la que se encontraba.

–Eso. Una expresividad menguada cual un volcán afligido, horas minutos.. ¡estando! 

Se levantó y retornó con los ojos exorbitantes y voz ronca, golpeándose la cabeza contra uno de los muros de la pieza mientras pronunciaba–: ¿Qué es lo que de mi buscáis? 

¡¡Ohh! Santo inquisidor eréis. Posesa mi alma acongojada; no estoy estando, y si acaso así fuere.. me sois una caminante perezosa. El cambio de voz se hizo de nuevo notorio, más, en dicha ocasión, se desplomó.

–Es hora –Interviene la enfermera al tiempo que dos enfermeros corpulentos levantan al doctor y lo depositan sobre la butaca.

–¡Por favor señora! Retírese.

Mabel, ya anciana hace lo que le piden, y al salir del nosocomio en que se encontraba su marido internado, se da vuelta y mira hacia la puerta de entrada y antes de abordar el taxi que la esperaba para llevarla al aeropuerto recita en voz casi inaudible, como para sí:

“Cuando camino entre los intersticios de lo que ha sido una mezquindad lóbrega girando alrededor de ti como un aura malsonante, la sombra de aquello que alguna vez fui,–mi sombra–, golpea mi memoria para siempre, ahora, convertida en un grito que entró en la carne para quedarse, donde el dolor por dentro se ha reconvertido en el cementerio de mis pensamientos”

–Lléveme al aeropuerto.

 

-- El Shaman --

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Luanda, Angola

–¿Viene por Joaquim padre?

–Si hija.

–En la segunda ala ya sabe –Y ella le señala con el brazo extendido hacia el corredor que había delante.

El cura le hace la cruz en señal de bendición.

–Amén –responde ella.

Cuando el cura entra a la sala ve a un adolescente acostado en una cama solo. 

La sala estaba oscura y a duras penas se vislumbraba la figura de un muchacho. Luego de observar, el cura deposita sus pertenencias sobre una mesa ubicada enfrente a la cama.

Entonces, procede a colocar ciertas piedras en determinadas partes de su cuerpo comenzando desde los pies hasta su cabeza según su color y forma e inicia con el rezo.

El joven se zarandeaba.

En determinado momento el cura comienza a bailar al son de una danza desconocida.

Entre cánticos y golpes de manos, el cuerpo del paciente por momentos levitaba y por otros caía sobre la cama adquiriendo formas distintas: un brazo que pendía de la cama; la cabeza ladeada en forma inversa, incluso una saliva espesa que brotaba de su boca.

Había momentos, que una fiebre muy intensa afectaba su razón, y otros, un frío intenso se apoderaba de su ser. 

El cuerpo del cura se movía al son de una música insonora,

Por instantes parecía recobrar su salud, en tanto el cura recaía. Al terminar el trabajo Victor se dirigió a la salida entonces se cayó y perdió el conocimiento.

–¿Padre, se encuentra bien? –Un cura lo estaba zarandeando en la Misión.

–¿Qué pasó?

–Se desmayó padre.

–Fui a dar la extremaunción a un niño en el hospital –dice Victor, balbuceando–. No recuerdo nada más.

–Padre, nunca fue al Pericles.

–¿Cómo que no?

–No padre. Usted fue junto a Joao a la tribu mumhuila cerca de Lubango, al sur.

En el hospital lo habían sometido a distintos análisis para estudiarlo. Ningún tratamiento dio el resultado esperado, ya que éstos, todos  daban bien.

Más tarde, estando Victor rezando en la Misión, en silencio depositan un sobre cerrado procedente de Francia sobre su regazo y se retiran.

Cuando lo puede abrir, lee su contenido y entonces se dice para sí: “Es hora de embarcarme, me toca otra misión. Alabado sea el Señor.”


-- Sarah --

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Los primeros tiempos en la finca de los Menendez no fueron buenos ni para Sarah, ni para sus dueños. Por esos tiempos, sus padres dormían en cuartos separados y no se hablaban. Por ese entonces, el doctor aún no había sido internado.

Ella pasaba encerrada en un cuarto de la hacienda junto a su hija recién nacida, Margareth.  

Para los que ahora se convirtieran en sus padres adoptivos y la  tratarán con sumo cariño, les era muy difícil cambiar su actitud distante. Para la nóbel madre el día simplemente pasaba.

Con cariño y mucha paciencia, el amor de esas personas hacia Margareth hizo lo suyo, y poco a poco Sarah fue tomándole cariño a dichas personas. allí aprendió a domar caballos, esquilar, a adecuarse a vivir y trabajar en el campo.

Ya adulta, Sarah se casó con el hijo de un hacendado que aceptó a su hija.  A Margareth, que la querían como si fuese su nieta, ya siendo adolescente, la mandaron a París en excursión pagada por ellos, ya ancianos.

A sus padres biológicos no los volvió a ver. 

Lóbrego ha sido el dolor que corría por las entrañas de su madre; fluyendo sin descaro por su alma, por ello, Mabel había internado al doctor en una clínica psiquiátrica y nunca más volvió al pueblo.

Cuando decidió hacer eso, dejar todo, irse y no volver más, existía un vacío morando dentro de ella que todo lo consumía: palmario, impaciente.

Y como todas las cosas, el tiempo hizo lo suyo.

Sarah comenzó a vivir alegre cuando al rebuscar en el nacimiento de sus miedos, en la oquedad de que era presa, pudo descubrirse a sí misma. 

Lo que, al principio fuera un alma marchita, pasó de reconvertir su dolor –gestado por su padre por no entender la relación de ella con Victor– a un quemante alborozo.  No, debido al amor que nunca sintió por parte de su padre, sino por el de los Menéndez.



-- Sebastian y Margareth --

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París, Francia.

–Bueno señores y señoras –dijo Sebastián a través del micrófono–, nos encontraremos aquí en la Plaza de la Concordia –mira su reloj pulsera y agrega por último–: dentro de tres horas nos encontramos acá.

En su tiempo libre él hacía de guía turístico; el ingreso que percibía por tal concepto, le permitía entre otras cosas pagar sus estudios universitarios. 

Al igual que en otras ocasiones los turistas comenzaron a bajarse del bus. Entre ellos se encontraban Margareth y dos amigas de viaje. 

Sus padres adoptivos le habían regalado un viaje por Francia para el día en que ella se recibiera de contadora. 

–¡Que bueno esta el tio! –dijo Sofía, una de sus amigas del colegio que la acompañaba y se dio media vuelta para mirarlo, entonces se rió.

–Yo me lo tiraría en la primera de cambio –acota Andrea, la otra amiga que las acompañaba.

Se habían alojado en el Absolute Paris Boutique Hostel justo detrás de la Plaza de la República, sobre el Canal St Martin.

Margareth se rió ante los comentarios sobre el joven guía y también se giró a observarlo.

Ese día pasaron recorriendo las inmediaciones de la Plaza de la Concordia.

Al finalizar el recorrido y ya estando todos de vuelta dentro del bus contratado dijo:

–Mañana iremos a Lyon –micrófono en mano–, Recuerden que será un paseo de todo el día, descansen y nos volveremos a ver a las siete.

–¡Que ojazos! –Menciona Andrea.

Las tres estaban en la habitación: habían encendido el televisor y sacaron de las cajas lo que habían comprado.

–Yo me lo habría tirado ahí nomás –dice Sofía dándose vuelta para encaminarse al baño y ducharse.

Margareth se reía de lo picaras que habían resultado ser sus amigas, pero se sonrojaba cuando los comentarios salían de tono.

–¿A qué no te animás? –Sus amigas de viaje la incitaron a dar el paso, uno que ni por asomo se hubiera atrevido dar.

Al día siguiente ya de viaje de París a Lyon y parar en el camino..

Ellas, pícaras, la miran a Margareth cuando comenzaban a bajar del bus que las transportaba deteniéndose un instante entre los escalones de la escalera del bus.

Margareth en un instante, con delicadeza, depositó un beso sobre la mejilla de Sebastián haciéndolo ruborizar y se bajó riéndose. Las tres se retiraron caminando abrazadas moviendo el trasero al tiempo que se reían. Sebastían quedó sin saber qué hacer, con una mueca de asombro mediante.

En el penúltimo día de su estancia, las tres deciden ir a Sorbona a conocerla. Esta vez van por su cuenta tomando el Metro.

Fundada a mediados del siglo XII por el obispo de la ciudad, sus instalaciones la situaron cerca de la incendiada Catedral  de Notre Dame.

Debido a su prestigio, especialmente en filosofía y teología habida cuenta de carácter católico, Margareth había insistido en conocerla. Sus amigas protestantes no estuvieron de acuerdo, pero aceptaron la sugerencia puesto que aunque la teología protestante, difiera de la católica en cuestiones doctrinales, La Sorbona no dejaba de ser una de las universidades medievales más antiguas y más importantes existentes.

Estando dentro, tanto Sofía como Andrea se percataron de Sebastian, no así Margareth, a quien hubo que hacerle notar la existencia del joven guía que en un viaje a Lyon, le diera un beso a instancias de ellas. Fue cuando se ruborizó.

El hombre estaba inmerso entre una pila de libros de diversos tamaños rebuscando entre los cajones de su escritorio, cuando la escuchó.

–¿Si? –El se da vuelta para mirar quien preguntaba por él. 

Fue cuando la reconoció y también se ruborizó al recordar ese beso que lo movilizó por dentro de tal forma  que renació en él  el deseo de fundir sus cuerpos. Pero le respondió:

–Señora, en estos momentos uno de los menos conocidos hommes de lettres de la República podría ser acusado de parodiar a un célebre personaje de Donan Coyle, y sólo yo estoy en condiciones de abordar el desastre que traería aparejado un escándalo semejante. 

En consecuencia, le aconsejo que busque usted a otro especialista. Fue lo primero que le vino a su mente. Una cosa era el raciocinio y otra el corazón.

Resultaba demasiado obvio que su tan esperada Bella Durmiente no era otra que la abuela comestible de Caperucita Roja.

De ella salió un grito ahogado ardiendo de sus entrañas; un efluvio que con elocuencia mordiera su expresividad.

Ella impunemente era su suspiro concreto para él, el árbol imperfecto que le ramifica, el sensual cuello que le estabiliza.

–Me llevas y me dejo, sin preguntarte dónde pués no hay osadía que no aventure contigo –Le dijo ella.

Sofía y Andrea que miraban la escena paradas sobre el costado de la puerta, fueron las que presenciaron el abrazo propiciado por unos amantes que cierran sus pasos al andar.

Entonces, sus amigas dan la vuelta con una sonrisa en sus bocas y se dirigen a donde estaban hospedadas.

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--- Epílogo ---

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Jardines de las Tullerías- París, Francia.

Los Jardines de las Tullerías ubicado entre el Museo del Louvre, el Arco de Triunfo y la Plaza de la Concordia estaba repleto de gente variopinta esa tarde.

Sarah eligió la parte sur que da sobre el Río Sena para el encuentro. Un día soleado, adecuado para lo que se tenían que decir.

–Victor.. 

La madre de Margareth, Sarah, sentada al lado del Párroco de Sainte Chapelle miraba hacia el suelo y fugazmente, al rostro del cura. Tras un momento de silencio comenzó a hablar:

–Siete meses luego de que te fueras a Angola, la tuve en mis brazos, si la hubieras visto tan chiquita con su dedo asiéndome al mío, llorando.

Suspiraba, aflorando de ella unos muros de agua en forma de un tapiz siniestro conformados por sentimientos que literalmente abducían su alma.

–Fue mi padre el que me la separó –Se secó la nariz y con los ojos rojos miró nuevamente la cara del cura–. Sé que está muerto, pero no se lo puedo perdonar. Todavía me acuerdo de ese campo de amapolas en que hicimos el amor como dos chiquillos atolondrados.

Lloraba frente a él. 

Frente a ellos, dos niños jugaban junto a su padre con un velero a escala manejado por control remoto.

–Sarah –El cura la abrazaba acunándola–, consagré mi vida a Dios y en el camino desatendí mi amor hacia vos. Cuando te vi por vez primera en la Iglesia me di cuenta lo equivocado que estuve estos cincuenta años que han transcurrido.

Victor, por su parte,  sentía una pena, –inmune entre bastidores–, de esas que aluden a una espalda crujiente ya cansada por la afectación de la soledad.

–Fui a Angola primero y luego a Costa de Marfil, –agregó luego tras calmarse–, pero tu fantasma, ese, en que ambos éramos chiquillos, me siguió. Solo luego de años de misionero terminé en esta Iglesia en la que nos volvemos a ver de nuevo.

El reencuentro con quien en épocas pasadas, cuando él era un simple  monaguillo  a la orden del párroco de la diócesis del obispo Marquesano, le mordía su carne, carcomiéndosela poco a poco; una saeta  insertada dentro de su alma, surgiendo sin medias tintas inmisericorde, sangrante. 

Los dos ancianos se pusieron a llorar al unísono abrazados como dos amantes. Sus desnudas almas desmarañaban cada entraña de ellas abigarradas, y ya desentramadas arrastrándose frente a  una horada ansia.

Y cuanto esconde en sentimientos una mirada perdida vagando cuesta abajo en la noche, una, que delira y no consigue –trémula, hasta casi a tientas– una voz sin nombre: amaras.


El Psicólogo


Primera parte

-- La Sala --

 

La sala en la que me encuentro no posee nada que se pudiera destacar.

Este lugar a diferencia de otros, no tiene ventanales, un cuadro, o algún objeto colgado en sus paredes. De hecho no posee nada.

De color blanco y suelo oscuro había estado esperando a su nuevo inquilino durante un período medianamente largo.

Acabado de llegar, y ubicado en el centro, observaba el lugar preguntándome que tipo de uso podría darle, cuando me doy vuelta al escuchar:

–¡Hey! ¿Qué es este lugar? 

Un adolescente que no llegaba a cumplir los diecisiete años, flaco, un tanto desgarbado observaba la pieza, en tanto él caminaba a través de  ella.

–¿Es tuyo?

Lo observo un momento, y decido dar unos pasos hacia la pared derecha. 

–Acabo de alquilarlo –digo tocando la superficie del muro que se me antojó uniforme y suave–. Aún no sé qué uso darle –termino diciendo.

–Por cierto, me llamo Márcos. –Dice el adolescente en tanto camina hacia el centro observando el lugar.

–Yo soy Andrés.

El se detiene en medio del espacio.

–¿Eres nuevo en esto? –gira su cabeza hacia donde estaba–, digo, porque nunca te había visto por este lugar.

–Si –respondo sin mirarlo, dándole la espalda mientras miraba el diseño del espacio contratado–, ¿Qué piensas? 

No me responde en primera instancia, recorre el lugar, toca las paredes, mira el techo y luego de un rato de observar:

–Le tienes que poner muebles, pintar un poco –responde al fin–, no se.. dependerá el uso que quieras darle.

Sin mirarme expresa:

–Tal vez una ventana allí –Me señala una pared–, un artefacto lumínico en el techo..

–Un desván allá –escuchamos.

Al oírla nos dimos vuelta y la miramos.

La adolescente que acaba de arribar había escuchado la pregunta que le formulé a él y lo que éste me había estaba diciendo.

No tendría más de dieciocho años. Vestía con un pantalón de mezclilla y un blazer.

–Por cierto, me llamo Ana.

–Yo Marcos.

–Y yo Andrés, bienvenida.

Da unos pasos firmes hacia dentro, y nos da una idea dónde lo ubicaría y su motivo.

 –Acá.

Es así que adquiero una idea de como podría quedar. 

Aunque aún no tenía clara su finalidad, esas sugerencias podrían ayudarme a conseguirlo.

Un ventanal sobre la pared derecha, dejando entrever lo que habría afuera aunque no estuviese claro que podría ser; un cuadro muy grande de Picasso en el centro del muro izquierdo; en la pared opuesta a donde estaba ubicada la puerta que daba acceso a la entrada, un juego de desván, con dos mecedoras y una mesa ratona. Cerraba la idea dos aparatos lumínicos sobre el cielorraso dando cada uno luces tenues que le aportan candor.

–¿Qué les parece? –expreso una vez que esos cambios se terminaron de forjar en nuestras mentes. 

–Si así irá adquiriendo cuerpo –dice Ana mirando primero el lugar, luego a nosotros dos–, aunque le faltaria un toque femenino.

–¿Femenino? –Pregunto.

–Si –señala Ana–, pero eso depende de vos, ¿no?

Marcos, quien se había ubicado a la derecha de ella me contempla haciendo un gesto de interrogación. Los dos me miran a mi, preguntándose si estaba de acuerdo con esos cambios.

Recorro el lugar con la mirada, entonces decido circular por  el lugar tocando cada mobiliario ubicado en los lugares que ellos manifiestan como si fueran reales. El marco del ventanal, el cuadro, incluso el desván. Luego de haber acariciado la idea como si todo ello ya estuviese instalado, me ubico frente a ellos que me habían estado observando callados.

–¿Femenino? –La oteo –, ¿es que frecuentas mucho el sitio?

–Si. Se puede decir que yo vivo aquí –deja su cartera de cuero sobre su costado izquierdo–, yo le aportaría un toque femenino.

–¿Como sería eso? 

–Si. –tose y se tapa la boca–, perdón. Todo dependerá de la gente que aquí.. –Se calla, y hace un gesto con su mano extendida abarcando todo el lugar–, quieras que lo frecuente, si eso es lo que deseas.

Los dos me miran interrogantes.

–Buen punto –Me vuelco para mirar toda la sala hasta el momento carente de todo–, no lo había pensado, pero aún no me he formado una idea cabal de su uso, en tanto hasta que no lo tenga claro no haré cambios.

–Entonces, ¿lo has de dejar así? –pregunta Marcos.

–Lo que han aportado a la sala no esta mal –y con mi mente observo esas transformaciones–, por el momento no veo razón de hacer algún tipo de modificación a vuestros aportes.

“Tengo una sala de Chat” pensaba para mi.

–No se, acabo de abrirla y ustedes son mis primeros visitantes –agrego–. Quizás.. ¿una sala privada? –entonces vuelco mi mirada hacia ellos–: ¿qué  piensan?

Ana se levanta y camina hasta el centro, y girándose nos observa. Luego de un momento de silencio: 

–¿Privada? ¿Y que función cumpliría una sala privada?

“Humm..” –me digo para mis adentros–, buena pregunta”

Marcos observaba la escena.

Mis visitantes se habían parado en el centro de la sala. 

–En principio –expreso para que me escucharan–, una sala donde podamos conocernos, opinar e intercambiar ideas. 

Como veo que ahora tenía toda su atención, agrego para dar más énfasis ya mirándolos más de cerca;

–Luego se verá –es cuando concluyo con–: si se diera el caso de modificar algo, lo pondremos a consideración. ¿Estáis de acuerdo?

Es cuando miro a Marcos y posteriormente a Ana. Ellos lo hacen entre sí, y finalmente:

–Vale –expresa ella.

–Bien –Responde él–, ¿pero si has de hacerla privada te convendría ponerle seguridad?

–¿Seguridad?

–Si –acota la chica–, los internautas acostumbramos a ir de aquí y de allá y si no tuviera seguridad.. –mirándome agrega–: lo que dijéramos en la sala, no sería tan privado, ¿no crees? 

–Por cierto, si la sala ha de seguir abierta –interviene Marcos– habrá que ponerle un nombre.

Me les quedo mirando, y es cuando cruza por mi mente: “tienen razón”.

–¿Qué les parece “Los chicos del interior” –Menciona locuazmente Ana– yo soy habitué de “Las Chicas de Alejandría” –y se detuvo un momento. 

“¡Que bien! –me decía para mis adentros–, hace apenas unos minutos no sabía que haría aquí, y ahora no sólo soy dueño de una Sala, sino que tiene un propósito, y eso gracias a éstos visitantes”

–¡Humm!  –Me doy vuelta y me detengo ante ellos–: ¿alguien de ustedes sabe de seguridad?

–Yo –Responde Marcos–. Soy estudiante de Ingeniería.

–Soy estudiante de Arquitectura –dice ella–, podría ayudarte a trabajar el interior.

–Bien –y los examino–. Marcos me ha ayudar con eso de la Seguridad.

Entonces vuelco mi mirada hacia Ana.

–“Los Chicos Sanduceros” le pondré de nombre.

–¿Y la clave? –dice ella–: ¿Cuál sería?

“¿Clave? –Me pregunto– ¡Cuánto me falta aprender!

Meditando un instante y tras escrutarlos respondo:

–Paysandú ¿Qué os parece?

–Vale –mencionan ambos.

–La próxima vez que nos encontremos estará el sistema de seguridad instalado, acuérdense de la clave. –y antes de irnos agrego–: ¡No entrarán!

–Si –recibo como repuesta, quedando solo en medio de la Sala.

“Esto puede llegar a ser interesante” pienso luego que mis visitantes se hayan retirado.  Entonces, es cuando decido hacer lo mismo.

 

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Segunda parte

-- Su diseño --

 

Había abierto la sala de chats sin saber que utilidad podría llegar a darle: la ayuda de estos visitantes fortuitos me abrió hacia un mundo que hasta este momento desconocía.

Marcos me ayudó mucho con el tema de la seguridad. Ahora, el ingreso a la sala esta codificado. Colocó un artilugio que se me antojó de otro mundo al costado de la puerta. A partir de ahora se ingresará mediante el uso de un escáner biométrico de iris y huellas digitales combinados. Primero deberá detectar la cara, luego una utilizar una huella digital, recién ahí se podrá acceder a la sala, no antes.

Si nada de eso funcionase, podiamos recurrir como última instancia a una clave alfanumérica como la que se me había ocurrido en la primera vez que accedí sin saber a ciencia cierta que propósito podría darle. Una clave muy diferente a la que se me ocurrió en su momento: “Paysandú”. Pero eso también fue idea de él.

Por otro lado, Ana, futura arquitecta, me resultó de gran ayuda con eso de la elección del mobiliario, las luces, y todo lo concerniente a su diseño interior. Ahora estaba lista para su inauguración.

Ya que la decoración de interiores posee su lógica detrás de un solo diseño, y los colores afectan nuestro estado de ánimo al igual que la ubicación de los objetos, se la remodeló siguiendo un criterio en donde la calidez, y el espacio en sí, 

sirvieran de eje motriz para moldear un estado de necesidad volcado en cara hacia sus visitantes.

Las paredes estaban pintadas de un color claro, no como el que ya tenía cuando alquilé el lugar, no, eran de un color cálido, acogedor, de esos que ayuda a compenetrarse con el entorno. En ellas se hallaban ocultos, unos parlantes empotrados.

Se instaló un ventanal donde habíamos pensado originalmente. Uno grande y luminoso donde un cortinado de tul lo cubría completamente. Sus marcos estaban cubiertos de madera más oscura para producir un efecto de contraste. Si se corrían sus cortinas se veía claramente el exterior: un  monte, pajarillos y animales en él.

Donde habría de estar el cuadro de Picasso, ahora había una estufa a leña. Sobre ésta, descansaba ahora una repisa de mármol recubierta de madera donde reposan fotos predominantemente.

Quedó dividida en dos grandes espacios, con uno más pequeño que auspiciaba de corredor.  

El primero era donde habíamos pensado que podría estar. En cuanto a su mobiliario, tenían un carácter  más intimista.

En él, ahora había un futón de tres cuerpos, cómodo, una mesa más grande, más rectangular aún más que la anterior, de estilo victoriano hecha de madera labrada. En sus esquinas había dos veladoras de pie fabricadas de metal. Una pequeña biblioteca y dos sillones del mismo estilo complementaban dicho espacio.

El segundo, el más grande, fue rellenado con puffs que iban desde medianos y lisos hasta grandes y rugosos; un arco para beisbol en pequeña escala, movible, y unas pelotas para tal fin.

Con ello se buscaba seguir un criterio más lúdico, donde uno pudiera descargar el stress, los problemas personales y ser, en definitiva uno mismo sin las presiones del exterior. 

En cuanto al recubrimiento del suelo, éste estaba cubierto por una capa de parquet de madera de eucaliptus con una única excepción: el sector lúdico. En ese espacio, existía un recubrimiento alfombrado fabricado de goma Eva.

Como dije. Había un tercer lugar, que auspiciaba de corredor uniendo el sector lúdico con el de meditación o estudio si ese fuese el caso. Recorría desde la entrada bordeando la pared derecha donde se encontraba el ventanal descrito anteriormente.

Quería hacer del sitio, un espacio de divertimento y descanso pero al mismo tiempo privado.

 

 

Tercera parte

-- La inauguración --

 

Cuando los veo llegar me acerco sonriendo y es cuando les digo:

–Gracias, sin la ayuda de ustedes este lugar no sería lo que es ahora –hago un gesto en forma de abanico con mis brazos cubriendo la totalidad de la Sala.

Había arribado instantes antes, encendido algunas luces y sintonizado una estación de radio que emitía melodías clásicas. Esta se escuchaba a través de los parlantes empotrados en las paredes, ocultos.

–Quedó muy bien –menciona Marcos sacándose la campera que llevaba consigo–,

no había estado por aquí desde la última vez cuando te instalé el sistema biométrico de seguridad.

Sus ojos recorrían el lugar.

Por su parte Ana sonriendo agrega:

–Muy bien –y termina por sacarse la casaca sosteniéndola en la mano.

–Pónganla ahí –y señalo con el brazo extendido hacia donde estaba el perchero.

Marcos es el primero en dejar su abrigo y cuando Ana comienza a depositar el suyo dice:

–Te escuché en la radio anoche hablando de la inauguración de Los Chicos Sanduceros”.

–Si para promocionarlo –respondo–, pero pónganse cómodos.

–Yo también –agrega Ana– En Radio Gurí.

–¿Y que les pareció la entrevista?

Ya íbamos en camino hacia el espacio intimista como a mi me gusta llamarlo. Ellos me seguían.

–Me gusta El Botija –Responde Ana caminando a través del pasillo desde atrás nuestro–, es un entrevistador muy particular.

–Yo también escucho la emisora cuando puedo –agrega Marcos ya entrando al espacio de conversación–, de hecho es una emisora que todos escuchamos cuando nos paseamos por los corredores que dan hacia las distintas salas de chateo.

–Si, mi padre los conoce pues es el encargado de la electricidad de ese lugar –Marcos se cruza las piernas y extiende sus brazos sobre la parte superior del futón.

–¿A si?

–El Botija es el Jefe locutor de esa emisora, Juancho es el Jefe de Emisión y Biblioteko es el encargado de la mediateca.

–Te olvidas de La Muñeca Inflable –agrega Ana mirando a Marcos, sentada en la otra punta del Futón.

–¿La Muñeca Inflable? –Digo.

–La Muñeca Inflable es la que lleva y trae toda la documentación que El Botija necesite para el desarrollo de la entrevista –Y agrega–: Es el gran amor de El Juancho.

–¡Ah! –termino diciendo–. Aquí estamos de vuelta reunidos, ¿de qué quieren hablar?

Tras una pausa donde sólo se escuchaba una melodía suave:

–¿Y tú en que te desempeñas? –dice Ana mirándome fijo.

–Soy psicólogo pero acá estoy cursando una maestría.

–¿De que tipo? –Agrega Marcos.

–Psicología social.

–Así que seremos tu conejillo de indias –Ana se ríe..

–No. Si ustedes no quieren participar en ello –digo haciendo lo mismo–: ¿Entonces?

Ambos se miran entre sí. Y tras un largo silencio aceptan no sin antes aclarar:

–Que sea un experimento.

–Vale, nos vemos mañana.

–Mañana –dicen al unísono.

 

 

Cuarta parte

-- Actividades --

 

Estaba escuchando Radio Gurí de fondo cuando los veo venir.

Primero entra Ana, me saluda de lejos al tiempo que deja su abrigo y su gorro en el perchero. Yo le hago un gesto para que se acerque.

–¿Escuchando al Botija Andrés? –Menciona riéndose.

–Si –Y bajo un poco el audio, no del todo. Reacomodo mis cosas esparcidas sobre la mesa y cierro un libro que tenía entre mis manos.

–¿No ha llegado Márcos? –Dice al tiempo que se sienta.

–No –Respondo al tiempo que le ofrezco un poco de café.

–¡Que sabor! –Expresa sosteniendo con las dos manos el pocillo–. un aroma pronunciado a fruta.

Ana cierra sus ojos y lo saborea.

–Es un moka.

–Me gusta pero prefiero el colombia –agrega–, posee un aroma más pronunciado, pero con un toque acidulado.

–¡Una experta me salió la diseñadora de interiores!

–No, que va –Ella iba  a agregar algo cuando entra Marcos.

–Escuchando Radio Gurí, ¿Hee? –comenta al terminar de dejar sus cosas y venir hacia nosotros.

Decido apagar la radio.

–¿De qué están hablando?

–Nada de particular –expreso.

–Mis padres me dice que pasó todo el día con Internet –menciona Marcos luego de sentarse en el futón– que no tengo amigos..

–¿Quieres hablar de ello?

Ana que estaba a su lado lo mira al tiempo que apoya la taza de café en la mesa.

–Es un maldito hijo de puta.

Un grito ahogado ardía por sus entrañas. 

–Calma –Me inclino hacia donde estaba y deposito una mano sobre su rodilla–, calma –repito.

–Mi padre es alcohólico, mujeriego y le pega a mi madre.

El era soltero, producto de una madre drogadicta y un padre alcohólico, quien nació para ser una lacra para la Sociedad pero demostró que con tesón y deseo se puede triunfar en la vida. En contra de todo pronóstico Marcos había logrado salir adelante no sin algún que otro problema psicológico.

–A mi me sucede algo diferente –Interviene Ana levantando la caja de cigarrillos de la mesa.

Enciende uno, y luego tras una profunda pitada agrega:

–Mis padres siempre me dieron amor, afecto y cariño. Ya de chica..

Yo la escuchaba hablar, expresarse, dejar fluir lo que por sus entrañas estaba tapiado. 

Todo lo que decía me demostraba que lo de alegre y social no era más que una simple tapadera. Lo que se escondía detrás de su vida en los espacios cibernéticos era lo importante.

Se había casado pero su matrimonio no duró mucho: un día cuando él llegó temprano a su casa encontró a su mujer con otra haciendo el amor. No lo pudo soportar y el matrimonio terminó por irse a pique. A partir de ahí, se había metido de lleno en el mundo de los foros y chats como forma de un escapismo. –Bueno por hoy ha sido bastante ¿no creen?

Ambos asienten.

 


Quinta parte

-- Revelaciones de desván --

 

Hoy me levanté temprano. Decidí ir a la Sala, más temprano de lo acostumbrado. 

Habiendo preparado mi buena taza de café decido poner en orden toda la información recabada hasta el momento sobre ellos y analizar como poder ayudarlos.

Esta vez el primero en llegar fue Marcos. Yo había sintonizado Radio Gurí y se escuchaba bajo a través de los parlantes.

Apago la emisora y con un gesto de la mano le digo:

–Adelante.

–Hola Andrés –Él dice y me extiende la mano.

–Hago lo mismo y lo invito a sentarse.

–Disculpame por lo de ayer.

–No tienes que disculparte –respondo–, tenías que exteriorizarlo.

Yo termino con el café que había comenzado a beber cuando Marcós llegó y le sonrío.

–Soy un puto pringao..

–¿Por que decis eso?

–Recuerdo un día lluvioso en que el frío calaba hasta la misma médula de los huesos cuando parado debajo de una farola observando a las personas que pasaban apuradas:

El  puto prindao que le han reventado la cara..cruzaba por su mente.

Inconscientemente tiraba lo que quedaba del cigarrillo sobre el pie de la farola acumulándose al resto.

Tampoco tu padre, hermano o nadie de tu puta familia. No quieres ser la señora jueza, ni siquiera ser tú

Volviendo a encender de nuevo otro cigarro mientras miraba hacia arriba, al ventanal que daba sobre un tercer piso. 

–Solo quieres salir corriendo del lugar en que te encuentras.

–Pero aquí en este espacio te sientes seguro –menciono luego de dejarlo hablar y hablar.

Ambos nos callamos al ver entrar a Ana.

–Hola chicos –dice ella al tiempo que cuelga sus pertenencias en el perchero y se encamina hacia dónde estámos.

–¿De qué hablaban?

–De cosas sin importancia –digo al tiempo que estiro mi mano para agarrar la cajetilla de cigarros.

Ella acomoda su cabellera rubia una vez sentada, suspira y nos mira a ambos. Sonríe.

–¿Y esa sonrisa?

–Estuve con Clara.

–¿Clara? –Los dos decimos al unísono.

–Si, es mi pareja.

Ella lo expresó en una forma tan natural que Marcós se quedó sin palabras. 

Yo por el contrario, que su pareja fuese del mismo género no me preocupaba absolutamente nada. Estaba sí más intrigado en saber más sobre cómo lo manejaba. Por ello:

–¿Quieres hablar de ello?

–La conocí en un Pub de levante, de esos que tantos hay –Enciende un cigarrillo, y se recuesta hacia atrás cerrando los ojos. El lugar se llenó de volutas de humo.

Ella estaba distendida, en tanto a Marcos se le notaba incómodo. Él se había tenido que arreglar por sí mismo y hacerse cargo de su hermanastro. Su madre, drogadicta, había tenido a Juan, sin planearlo siquiera. Este a los diez años le rompió un florero a su padrastro cuando quiso violentar sexualmente a su madre, luego de haber estado de parranda hasta altas horas de la noche, borracho como una cuba por supuesto. En defensa de su madre le rompió el florero, tomó a su hermanito y se fue de la casa. Nunca más volvió. Se hizo cargo de él, hasta que la policía intervino  por problemas entre pandillas. Los separaron.

Pero Ana, tuvo una vida muy distinta. Querida y amada  por su padre, fue hija única.

Siempre destacaba en la secundaria, tenía tres amigas inseparables, Raquel, Ines y Andrea.

–Por ese entonces tenía unos diecisiete años y había ido al Pub, ese el que se encuentra en el centro en la confluencia de la cuarta avenida con la 32 Sur. 

Yo la escuchaba, pero miraba a Marcos cada vez más inquieto.

Un momento –Le digo a ella que no paraba de hablar–, ¿te sucede algo?

Ella enfrascada en explicarnos como había conocido a Clara no se había percatado de como eso que nos contaba le había afectado a Marcos.

El se levanta y en dos zancadas va al sector lúdico de la sala, toma una de las pelotas de béisbol y la zampa contra la pared derecha, haciendo vibrar el ventanal. La pelota al volverse es agarrada por sus dos manos.

Me levanto y tras un largo forcejeo y ofuscación pone su cabeza sobre mi hombro  y no para de llorar.

–Tranquilo Marcos tranquilo –digo tratando de serenarlo–. ¿qué te sucede?

–La tia esta –y la señala con su brazo–, tan buena.

Ana estaba callada escuchando la escena.

Lo tomo de los hombros y comienzo a acercarme de nuevo al desván.

Nos sentamos, primero él, luego yo, cuando lo noto más tranquilo.  

–¿Quieres hablarnos por qué te pusiste así? –digo tras un breve silencio.

Ana no decía nada solo miraba.

–Siempre te quise desde que te vi la primera vez –Menciona sin dejar de mirarla. 

–¿Cuando? 

–¿Te acuerdas cuando..

Alguien le dejó una felicitación en la taquilla del colegio. 

–Ya sabes, una de esas bonitas tarjetas sensibleras y nada originales, de tamaño gigante, que venden en cualquier centro comercial. 

Ana se mueve incómoda en el asiento.

“Fernández”, piensa y entonces..

–¿Fuiste tú? 

–Si Ana fui yo. Te amaba en silencio y pero tú no te percatabas. estabas metida en eso de las animadoras de los juegos estudiantiles.

 –No sabía que sentías eso por mi –ella se gira e intenta agarrarle las manos y él las rechaza–, Marcos lo nuestro no puede ser, mi amor es por Clara.

–Lesbiana de mierda –responde–Me voy.

Y antes que yo pudiera decir nada Marcos se va de la Sala quedándonos nosotros dos.

Ella me mira y yo hago lo mismo.

–No sabía que..

Nos levantamos y la abrazo.

–Es que Marcós tuvo un pasado difícil. Y hay cosas que no puede comprender.

–No quería lastimarlo –ella se separa de mi–siempre dejaste claro que acá podemos decir lo que querramos.

–Es verdad –digo ya concluyendo la sesión– pero dime, ¿Te sientes mejor?

–En parte, eso siempre lo escondí pero lo de Marcos y lo que él siente por mi..

–No lo esperabas –digo concluyendo–. Es muy sensible aunque no lo quiera reconocer.

La acompaño hasta la puerta.

–Vos Andres lo que dije no te movió ni un pelo ¿verdad?

–No Ana.

–Hasta mañana.

–Hasta mañana y tranquila.

Ella sonríe, abre la puerta y antes de retirarse me mira.

–Vos tenes lo tuyo.

–¿Yo?

Lo último que vi de ella fue hacer un gesto con la mano como diciendo: “Vos ocultas algo también.”

Cuando se retiró yo estaba con una sonrisa en la boca.

 

 

Sexta parte

-- Posturas, inclinaciones y reflexiones --

 

Este día transcurrió tranquilo. Ordené mi material, y todo el revoltijo de cosas que habían sido desparramadas por toda la Sala. Al poco tiempo me fuí. 

Así transcurrió semanas sin acceder a ella.

De Marcos y Ana no supe nada; no dieron señal de vida desde la última vez que estuvimos reunidos.

Un día, estando en la Sala, me había preparado un rico café y puesto unas gotas de cognac dentro. Escuchaba jazz en tanto leía.

–¿Se puede?

Ensimismado en la lectura no me había percatado del ingreso de Marcos.

–Pasa –digo haciendo un gesto con la mano para que se acercase.

–¿Quieres un café?

–No gracias, vengo por poco tiempo –dice él parado frente a mi, lo que hace que yo haga lo mismo.

–Aprovechemoslo entonces –y con mi mano hago un gesto para que tome asiento.

El lo hace.

–¿Cómo estás?

–Ahora mejor –responde moviendo los dedos de sus manos en círculos– he estado peor.

–¿Quieres hablar de ello?

–He estado pensando sobre mi, mi hermano y mis padres, Andres.

–¿Si?

–Soy producto de como fui educado, cuando niño viví muchos maltratos de mi padre hacía mi madre.

Marcos mira hacia un costado, luego baja sus ojos hacia sus dedos evitando mirarme. Yo escuchaba.

–Estando sobrio él era bueno con nosotros pero no se podía resistir a una botella de alcohol –Con la cabeza gacha continúa su soliloquio–, se mataron una noche que llovía a cantaros. 

–¿Cómo fue? –menciono suavemente.

Él lloraba.

–Mi hermano y yo quedamos solos la noche que pasó. La policía vino a casa. Habían peleado en el camino como de costumbre cuando se pasaron un semáforo en rojo. 

Llorando prosiguió.

–Según el parte policial un carro dispuesto por la Municipalidad para la basura cruzó justo cuando ellos drogados y alcoholizados siguieron la marcha. Lo golpeó de costado. 

–¡Hay Marcos que tragedia! –digo abrazándolo.

Lloraba desconsoladamente.

–Luego del entierro nos vinieron a buscar para llevarnos a un auspicio de menores y la Municipalidad se hizo cargo de nosotros.

–Como era el mayor me tenía que ocupar de los pervertidos que en ese lugar existían. Por defenderlo y  cuidarme siempre terminaba castigado.

El silencio de la Sala era palpable.

–Dormíamos en un barrancón apretados y siempre los mayores abusaban de nosotros. Yo no quería lastimar pero me defendía.

Yo seguía escuchándolo.

–Recuerdo un anciano limpiador que vivía en el sótano que arreglaba todo lo que hubiera que arreglar. Él se apiadó de mí y me enseño a arreglar computadoras y algo de televisión.

Quedábamos ahí hasta que nos hacíamos mayores de edad. Cumplida ésta y sin nadie que se hiciera cargo la Municipalidad nos arrojaba a la calle.

Yo simplemente escuchaba.

–Un día vino una pareja de mediana edad en un chevrolet azul buscando un adolescente para tener pués no habían podido procrear. Ellos fueron buenos mientras duró. Me dieron un hogar y una educación pero a mi hermano no. Lo dejaron. Por esas personas adquirí una beca de estudios.

Y por eso es que  estoy en este lugar donde te conocí a tí Andrés.

–¿Que pasó con tu hermano? –pregunto.

–No lo he visto desde entonces y lo extraño.

Yo me levanto y lo abrazo, él lloraba desconsoladamente sobre mi hombro.

Es cuando llega Ana.

–¿Qué tal chicos? –Pero se queda callada al vernos abrazados. Marcos se limpia los ojos de tanto llorar y la mira cuando ella comienza a acercarse.

–¿Qué le pasa a Marcos? –dice al estar  juntos.

–Nada que deba preocuparte –digo sin más, y la invito a sentarse al igual que a él.

–¿Cómo va tu relación con Clara?

Antes que ella respondiera interviene él.

–Ana, debo pedirte disculpas por lo de los otros días pués..

Ella callada lo observa al tiempo que le escucha.

–Es que me había formado la idea de tener algo más contigo.

Ella calla.

–Estoy acostumbrada a que me traten así –Ana me mira a mi y luego a él–. gente así –y lo señala–, nunca pueden entender que el amor no tiene fronteras, ni género.

–Ana es que soy medio bruto al decir lo que pienso –él se endereza y gira hacia ella–, mi vida ha hecho que deba desenvolverme como pueda ya desde muy niño.

Ella lo escuchaba sin decir nada.

–Desde chico me tuve que revolver solo y cuidar de mi hermano pués mis padres..

–Te entiendo. –Ella lo hizo callar–. Yo he tenido que vivir escondiendo mis sentimientos y emociones, pues no cabía en esta sociedad machista. El hecho de ser lesbiana..

–Bueno, bueno –intervengo yo con un tono bajo y tranquilizador–. es hora de retirarnos.

–Ellos seguían hablando entre sí, ahora más acaloradamente. 

–Las inclinaciones sexuales no hay que encadenarlas –seguía diciendo ella– nacemos como nacemos.

–Si pero.. –respondía Marcos–. es algo contranatura, una aberración.

–Es la sociedad en que vivimos quien nos impone esos parámetros sexistas…

–Bueno chicos –digo yo y aplaudo fuerte para que me escuchen–. ¿Qué les parece si nos retiramos?

–Si –Dice ella.

–Ok –responde Marcos.

Ninguno se puso de acuerdo y cada quién mantuvo su opinión al respecto. Un desacuerdo total. 

Lo último que les dije fue que la Sala no iba a continuar abierta por mucho tiempo más, ya que tenía otros menesteres que llevar adelante y que les avisaría cuando sería el cierre definitivo.

Ambos me respondieron: adelante con ello.

Cuando se retiran procedo a apagar todo, ordenar la Sala e irme. 

 

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Epílogo

-- Reunificación --

 

Habían pasado dos meses desde la última vez que estuvimos reunidos. 

De ellos no sabía nada y tampoco había podido verlos. Presenté un nuevo libro sobre lo que sucedía a nivel de foros literarios y redes sociales, libro que tuvo una muy buena aceptación. 

Estando en mis cosas, recibo una notificación por parte de la Administración del colegio diciéndome que mi maestría allí, iba a finalizar y por ende, la Sala dejaría de existir. El Colegio entraba en la etapa de vacaciones por el advenimiento de la estación veraniega. 

Es entonces que decido reunir a Ana y Marcos para una última vez y despedirme de ellos.

Con una diferencia de unos diez minutos arriban ámbos.

–¿Y este cambio? –Dice Ana cuando entra y comienza a mirar las paredes.

–¿Te gusta?

Ella estaba como una niña chica completamente encantada y no dejaba de tocar cada cosa nueva. 

–¿A qué se debe? –me dice una vez sentada en el futón.

–Ya lo verás –respondo–, esperemos a Marcos.

–No lo soporto.

Sonrio en tanto le sirvo un café.

–Lo sé –y me cruzo de piernas con mi taza entre las manos–, son muy distintos con una historia muy disímil.

–Quise congeniar con él –ella da un gran sorbo al café y deposita la taza sobre la mesa de estilo victoriano–, más cuando se disculpó conmigo.

Yo asiento con la cabeza.

–Tuvo una infancia muy difícil –fue todo lo que le dije dejando por finalizado el tema de él–, y dime, ¿qué has hecho durante este tiempo?

Me iba a responder cuando vemos entrar a Marcos, y entonces ella se calla, en tanto yo hago un gesto para que se acerque a nosotros.

–¿Y todo este cambio a que se debe? –dice él una vez que dejase sus cosas en el perchero.

–Ya verás –le respondo.

–Hola Ana –le dice en forma seca.

–Hola –a secas recibe como repuesta. 

Cada uno se ubica en las esquinas del futón tratando de mantener distancia.

–¿Un té? –dirigiéndome a él con una taza servida.

–Gracias, paso.

–¿Qué has estado haciendo durante estos dos meses? –Le pregunto.

–Sobreviviendo –recibo como lacónica repuesta.

Ana incómoda se cruza de piernas y mira hacia otro lado pero sin prestar atención. Se le notaba incómoda.

–¿Notan algún cambio en la Sala?

–Si –responden al unísono enseguida..–. No.

No querían hablar, estaban incómodos.

–Miren bien –digo condescendientemente.

–El área lúdica –responde Ana tras un silencio.

–Si –hace lo mismo Marcos–, ¿Que pasó?

El sector lúdico había sido remodelado por completo. El área donde estaba la alfombra EVA estaba cubierto de una pared de yeso. Una puerta de madera cerrada daba hacia la sección de lectura y sesiones.

El pasadizo se había convertido más notorio por el hecho de dichos mamparos.

En el área del desván, que es el lugar en que frecuentemente estamos, se le agregaron dos sofás de dos cuerpos cada uno. El futón de tres cuerpos estaba dispuesto sobre la pared opuesta al ingreso de la Sala. Sobre la pared izquierda, había  uno de los sofás mencionado y sobre el pasillo, de espalda a la pared derecha la que poseía el ventanal, estaba el otro sofá. La mesa rectangular de estilo victoriano ocupaba el centro de dicho espacio que estaba diseñado para escuchar música, leer y tener un diálogo.

Allí estábamos. Sobre el techo había unos globos de colores.

–¿Qué festejamos? –dice Marcos.

–¿Qué crees?

–No se. ¿la amistad quizás?

Ana lo mira y con esos ojos oscuros como la noche pareciera decirle: tarado.

–Ahora verán –digo–: adelante Juan.

Un chico paliducho, mal alimentado de pocas palabras sale del área lúdica y da unos pequeños pasos y se queda parado frente a nosotros.

–No puede ser –Exlama Marcos y se levanta ipso facto–, mi hermano.

Prácticamente me atropella y se abraza a él. Los dos comienzan a llorar.

Tras un largo abrazo y caricias Marcos se vuelve hacia mí que seguía sentado con mi taza de café entre mis manos.

–¿Como es posible?

Ana que había estado observando toda la escena no entendía nada pero, la reunión de los hermanos la movilizó muchísimo.

–Acérquense –y les hago un gesto con la mano. 

Los dos se sientan en un sofá de dos cuerpos que miraba hacia la pared derecha donde estaba el ventanal y comienzan a hablar entre sí sin parar.

La miro a Ana que no entendía nada.

–¿Yo? –me dice al fin luego de la mirada que le hago y mantengo por un cierto tiempo.

Me río y dirijo la mirada hacia la puerta.

–Adelante Raquel, Ines y Andrea.

Comienzan a salir una una las mencionadas amigas de Ana.

Raquel, una muchacha menuda de veinte años se presentaba ante nosotros vestida 

Le sigue Ines, también menuda y por último Andrea, mas regordeta que las dos pero igual de bonita que sus amigas.

Las tres se ubican paralelas entre sí frente a nosotros.

–Noo –Dice Ana levantándose, no dando crédito a lo que veía. Corre hacia ellas y se abrazan.

Luego de un momento de emoción se sientan juntas en el futon las cuatro y comienzan a hablar entre ellas.

–¿Como fué posible..? –dice por fin Marcos.

Yo me rio y me vuelvo a girar hacia la puerta.

–Adelante Clara.

Una mujer mayor, no más que Ana sale del área y tras unos pasos se detiene ante nosotros. Se le notaba que estaba acostumbrada a la pasarela por los movimientos que hacía con la cadera.

Las tres amigas y Ana quedan mudas. Ana la mira y luego vuelca su mirada hacia mi, para luego:

–No puede ser –Dice y se abalanza a los brazos de su mujer.

Ahora tras ello y ya sentados cada uno en su lugar. Las amigas en el futón de tres cuerpos, Marcos y su hermano en el sofá de dos y.. Ana y Clara en el otro me miran integrrogádamente.

Tras reirme digo por fin:

–Adelante Esteban.

Un hombre un poco más bajo que yo, con un poco menos de edad se acerca riendo al salir del área lúdica.

Les presento al arquitecto de esta reunión y creador de la reunificación. Mi pareja sentimental.

–¿Comemos? –Y dirijo la mirada hacia donde habían estado los invitados.

 

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Una fuente fiable

 

Según fuera el motivo del trabajo terminaba en un motel u otro. 

Siempre han sido de mala muerte, de bajo perfil, pues por la naturaleza de mi actividad eran los que mejor se adecuaban a mis necesidades del momento. Un ser anodino más, que hacía de esos lugares su residencia hasta que finalizara la razón de estar.

Al motel se accede mediante un camino empedrado que desemboca en el edificio principal donde esta la recepción, una sala donde se brinda desayuno o almuerzo, un baño para sus huéspedes y una escalera a la que se accede a la planta superior compuesta por ocho cuartos numerados. Estos últimos con un baño, una cama de dos plazas, un televisor, un pequeño recibidor y un par de muebles empotrados a su entrada cuya finalidad es la de acomodar la ropa, o lo que el visitante llevase consigo.

Por un camino de grava ubicado por fuera hacia la derecha se halla otro complejo habitacional de dos plantas. En él hay veinticuatro pequeñas viviendas repartidas en dos pisos que dan hacia el frente. Su característica es poseer acceso independiente. Yo elegí la más alejada y aislada que pude encontrar.

Ubicada sobre un lateral al fondo la habitación poseía un pequeño estar, un dormitorio, baño y una pequeña kitchenette para poder preparar la comida y nada más. Cierto, un televisor en la sala de estar sobre una repisa. Para mis necesidades el lugar cumplía con creces su cometido. 

Estando recostado fue cuando golpearon la puerta. 

Extraigo la glock, una pistola israelí que reposaba debajo de la almohada y me ubico a un lateral de la puerta de acceso. Cuando me dispongo a preguntar quién llama recibo como repuesta un sobre que me deslizan. Un viejo buick todo destartalado se marcha inmediatamente. Sus luces traseras fueron lo último que vi.

Miro lo que me dejaron y una vez cerciorado de que volvía a estar solo es cuando atino a levantarlo. 

Expongo todo su contenido sobre la cama a medio hacer. Había varias fotos, dinero en efectivo, tarjetas de crédito y acreditación, un móvil y una nota.

Esparzo todo en orden: las fotos por un lado, la misiva por otro, el dinero: fajos de billetes de baja denominación, las tarjetas, que me las guardo en un bolsillo. Entonces, me pongo a leer la nota.

Omar Gutiérrez, trabaja en una empresa farmacéutica en Treinta y Tres. Dos hijos. Divorciado. Hijo de Bernabé Gutiérrez fallecido y Ana Luisa Márquez. Vendió mercadería farmacéutica y datos confidenciales de “Química Industrial Treinta y Tres” a unos terroristas de Estero Bellaco.

Su cometido: eliminación del soplón, recuperación y posterior eliminación de datos vinculados a tal empresa farmacéutica .”

Dejo caer la nota sobre la cama y comienzo a mirar las fotos, al cabo de cierto tiempo empiezo por engramparlas siguiendo un patrón establecido.

Ya teniendo claro el panorama comienzo a recabar información sobre el “paquete”. Un término acuñado por mi para referirme al encargo. Lo primero que hago es averiguar dónde vive y cuáles son sus rutinas diarias para de esa forma recabar información sobre su vida.

Poseía un apartamento en un vetusto edificio de ladrillos a las afueras de la ciudad, y trabajaba como Gerente de Producción de “Química Industrial Treinta y Tres”, una empresa ubicada al oeste de la ciudad.

Posteriormente alquilo un apartamento que hacía tiempo que no era rentado, frente a su vivienda, y desde allí realizo todas las pesquisas que el caso necesitase a efectos de conseguir información.

Así fue como supe de que tenía un grado de neurosis bastante acentuado. Rutinario, resultó ser un hombre solitario, taciturno que no siempre vivió solo, se separó dos veces. Luego de un largo trajinar,  problemas de alcohol, encuentros con la policía por uso de estupefacientes ilícitos se convirtió en huraño y reservado, algo que no siempre fue. 

Tuvo dos hijos con Ana Luisa Márquez, su primera esposa que tras desavenencias con su pareja terminó divorciándose.

Una vez soltero se juntó con una mujer mucho más joven que él que lo condujo por la droga, estupefacientes y problemas con la policía. 

De esta última se separó, pero lo que una vez había sido un ser alegre, carismático y sociable pasó a ser huraño, solitario y reservado.

No todos lo que lo conocieron lo recuerdan así. 

De trato amable hacia sus subalternos, firme cuando la ocasión lo ameritaba, era recordado como un ser afable y amistoso. Otros por el contrario, cuando se había juntado con esa muchacha más joven no me dieron muy buenas referencias sobre él pero todos coincidieron con algo, luego de la separación y posterior unión con dicha muchacha jóven se convirtió en una persona irascible, que vivía descargando su mal humor entre sus subalternos. De pocas palabras, y menos amigos o conocidos, hacía cumplir las reglas del lugar severamente, al igual que se metía de lleno en el trabajo y exigía lo mismo a los demás. 

Su neurosis llegó al límite de no entrar a su vehículo si había gente alrededor; limpiaba con un pañuelo su interior antes de encender su motor.

Una noche de vigilia lo observaba moverse dentro a través de mis catalejos de visión nocturna. Encendió una luz estando de espalda hacia mí; acabado de levantarse del sofá ubicado en la sala principal fue en búsqueda de un par de cervezas al refrigerador que tenía en la cocina. Luego de hacerlo, la apagó volviendo a donde había estado para seguir viendo un partido de béisbol que transmitía la NBC.

Acostumbraba pasar por un Burger King los lunes antes de irse a su apartamento. En el lugar, no se quedaba más de diez minutos, y siempre la atendía la misma mujer, Gloria.

Entonces decido ir a conocerla y entender  un poco más sobre al “paquete” para de esa forma evaluar el momento más propicio para un encuentro cara a cara con él. 

Gloria, una mujer mofletuda, alegre por naturaleza siempre tenía una historia que contar. No tendría más que unos treinta y algo de años.

Estando sentado frente a un ventanal lateral que daba a un estacionamiento secundario con el periódico en el regazo ella se me acerca.

¿Qué se le ofrece? –Me observaba parada con una jarra de café en la mano izquierda.

 Levanto la vista y la observo

–Un café está bien, Gloria –Expreso con mi sonrisa más sincera que podía ofrecer, al tiempo que levantaba la taza en su dirección.

¿Me conoce señor..?

Le hice un gesto a la solapa donde su nombre estaba bien escrito.

Ruiz.

–¿Se le ofrece algo más patrón? –dijo a continuación, ahora, nuevamente con la jarra de café en la mano. 

Yo la miro.

– ¿Qué tal está ese revuelto con huevos y beicon? –y le señalo el cartel que estaba detrás de ella a unos metros con el índice extendido en esa dirección.

Su sonrisa se agrandó.

Excelente opción señor –girando su cabeza hacia donde acababa de señalar, lleva sus dedos sobre la boca y hace un chasquido con ellos en señal de aprobación– idea del jefe...

Llamame Oscar, Gloria.

Sí claro –hizo un ademán para retirarse– Oscar.

Un placer.

Se retira con una sonrisa entre sus labios y se dirige hacia otra mesa donde había otros comensales.

Al transcurrir el tiempo y durante mi estancia en ese pueblo comienzo a frecuentar el lugar.

Otra noche, estando por cerrar ella me dice:

–¿Omar? –Deposita la bandeja de comida y se sienta frente a mi–. Una persona muy tierna, siempre haciendo chistes y sus propinas..

Hacía ya días que venía observando los movimientos del paquete, incluso había entrado en su apartamento y puesto micrófonos así como cámaras en lugares discretos pero estratégicos al mismo tiempo.

La habitación en la que me hallaba estando de vigilia una noche, no poseía muebles alguno, la había elegido por su ubicación, pués frente al complejo de viviendas en que vivía ‘el encargo¨,  la vista al apartamento¨que él ocupaba se me hacía idónea para la función que me habían encomendado.

Desde hace tiempo, y teniendo en cuenta la tranquilidad del vecindario, y lo alejado respecto a la ciudad, me condujo a que alquilase ese lugar. 

Lo único que había en esa pieza era una mesa con tres monitores, una computadora y una silla ubicada en una ventana que daba frente por frente al edificio principal del complejo de viviendas.

La gente que en él moraba, o bien iban en sus propios vehículos, o bien en ómnibus cuya frecuencia oscilaba entre unos cuarenta y cinco minutos a una hora para llegar a sus trabajos en fábricas preponderantemente, pero también oficinas y torres de edificios. 

La mayoría de los habitantes del lugar eran empleados y empresas contratadas para mudanza, limpieza y cuidadores. Algún que otro conserje también.

Esa noche no llovía. El silencio cada tanto era roto por el ladrido de algún perro que se escuchaba de lejos, el ruido de algún televisor, o, el pasar de algún vehículo. Algunas discusiones sobre todo de ancianos que habitaban el complejo lograban romper la monotonía. Personas de joven edad discutían, tomaban cervezas y ponían música alta. Estaban un rato, una hora más o menos y se iban en sus vehículos o motonetas. 

Habiendo apagado la luz observaba con unos prismáticos de visión nocturna al ‘paquete’ moverse dentro.

Suena el teléfono y escucho como la grabadora de voz que se hallaba en una mesa detrás de mí se pone a funcionar.

–Hola –dice tomando el auricular de su teléfono con la mano izquierda.

–Buenas noches señor Gutierrez –se escuchó con un timbre metálico–, ¿cómo se encuentra?

–Mire, déjese de sandeces y vayamos al grano ¿que quiere esta vez?

–No tiene que hablar con ese tono –escucha Omar–, podemos ser civilizados y hablar como hombres de negocios.

–¿Qué clase de negocios puedo tener con usted si tiene a Juan de rehén?

–No lo vea así Señor Gutierrez. ya hemos negociado antes, si se refiere a su hijo, considerelo un salvoconducto para asegurarme que ha de cumplir. Supongo que sabe lo que tiene que hacer.

Mañana tendrá lo suyo siempre y cuando me devuelva a mi hijo.

~No esta en términos de discutir –Condecendientemente se escucha decir–, usted traigalo y nosotros le entregaremos a su bienamado.

Omar cuelga.

Con la luz apagada me recuesto en el respaldo de la silla, enciendo un cigarrillo y me pongo a meditar sobre lo ocurrido. Decido salir de mi cuartel de operaciones e irme al motel. 

El día siguiente fue atípico. 

Omar recibió una nota anónima; la leyó y la releyó hasta que optó por irse. Eran las siete de la tarde. Una hora temprano para él que acostumbraba a quedarse hasta avanzada la noche cuando se dirigió hacia su vehículo, un sedán cinco puertas azul aparcado en la zona reservada para la Gerencia y Jefe de Personal de Química Farmacéutica.

Se va temprano –le dijo el guardia del turno nocturno que hacía media hora que había ingresado.

Una gota de sudor caía sobre su frente.

Si –Mira su rolex– Un imprevisto.

Unos minutos después su vehículo corría por la carretera. 

Por mi parte decidí salir de la ciudad. Habiendo cotejado toda la información recabada hasta ese momento entendí que era hora de averiguar quién se escondía detrás del anonimato.

Omar estacionó su sedán azul en un apartado alejado de miradas indiscretas. A lo lejos se veían las luces del Burger. Miró el paquete que traía consigo en el asiento contiguo al conductor: tarareó una melodía silenciosa con sus dedos y observó. La luz de dos farolas tildaban, otras estaban apagadas y otras pocas, las menos, encendidas.

Yo observaba de lejos sobre un montículo con los prismáticos de visión nocturna. Vestido con equipo de camuflaje me hallaba cubierto por una sábana de hojas y palos caídos de los árboles que me rodeaban. Delante de mí tenía dispuesto un pequeño trípode también cubierto de hojarasca. Había camuflado la cara con estiércol por si alguien indebido decidiera pasearse por donde me hallaba. El estiércol ocultaba mi aroma de los sabuesos que pudieran estar rastreándome. 

Sobre él descansaba una de las reencarnaciones del AK-12 con mayor capacidad de tiro,  el AK-308 ruso con silenciador. 

Su característica de fuego es que tiene un calibre .308 Win de la OTAN, creado especialmente para rifles de francotirador con un alcance de unos mil quinientos metros sin perdida de caída.

El vehículo del ”paquete” se encontraba detenido frente a una barandilla que de cruzarla, caería al vacío por una pendiente de unos sesenta metros hasta el valle que se encontraba sobre sus pies. De lejos se veían las luces de la ciudad y por momentos algún avión sobrevolaba a gran altura y otros descendían para tomar pista en el aeropuerto.

No pasa mucho tiempo cuando tres vehículos se le acercan. Sólo se les veía sus luces titilando producto del terreno desigual. Es cuando dejo los prismáticos a mi lado y miro a través de la mira láser.

Dos humvees se detienen en seco al arribar manteniendo sus faros encendidos y un camión del ejército americano se posesiona en el medio. Varios soldados se ubican estratégicamente formando una formación tiṕica del ejército. Asegurado el perímetro baja un hombre alto, canoso con traje, enciende un habano y es cuando mira hacia el vehículo de Omar.

El gerente sale y se posiciona detrás de su vehículo manteniendo la distancia. Llevaba consigo un maletín. Por un momento nadie dice nada solo se observan. El hombre que se había bajado da de nuevo una pitada al habano y con el pie izquierdo lo apaga. Entonces..

–Señor Gutierrez, nos volvemos a ver.

Eso parece.

–Trae la mercancía –el hombre hace un gesto con su mano en la dirección de Omar.

–Aca la tengo –levanta el brazo y mueve el maletín de arriba a abajo–, ¿y usted?

El hombre hace un asentimiento con su cabeza y con los dedos hace seña a quien tenía sobre su derecha quien se gira hacia el camión. De ahí sale un muchacho joven, desgarbado y sucio con una venda sobre sus ojos, quien acercan dos fornidos hombres.

El hombre haciendo un gesto lo obliga a quedarse detrás de él y vuelca su mirada hacia Omar con un gesto que le muestre su contenido.

Da dos pasos al frente y depositando sobre la grava al maletín procede a abrirlo. Luego procede a dar dos pasos hacia atrás y coloca sus manos apoyándose una sobre la otra por delante.

El hombre hace un gesto de nuevo con sus manos y otro, el de la izquierda se acerca y lo observa. Saca un frasco y con un aparato lo revisa, luego se gira y le hace un gesto a su jefe.

El jefe esboza una sonrisa y gira su cabeza hacia donde se encuentra el hijo de Omar.

Tres pasos por delante el hombre que lo estaba llevando le inserta tres puñaladas por detrás haciéndolo caer.

–No –grita el padre intentando acercarse y es frenado por una ráfaga de proyectiles a escasos centímetros de su pies haciéndolo frenar de golpe.

Es cuando un proyectil golpea en la frente del disparador e inmediatamente otro acierta al jefe. 

Omar se mete de lleno debajo de su vehículo al ver que varios hombres disparaban sus armas hacia donde él estaba y sin saber hacia donde giraban sus armas intentando ponerse a resguardo.

Otra serie de proyectiles impactan de lleno en dos más. Luego el silencio.

Sólo las luces de los focos de los vehículos militares iluminan una escena fantasmagórica. Omar no me ve venir, arrodillado ante el cadáver de su hijo lo abraza y lo acuna llorando.

A un costado, estaba el maletín cerrado, sobre los costados varios cuerpos de soldados muertos y algunos heridos.

A medida que me voy acercando les voy colocando una bala en la cabeza a muertos o heridos indistintamente con la pistola Glock.

Su jefe se arrastraba sobre la grava, no estaba seriamente herido cuando me ve acercarme.

–Coronel Fernández –le digo posicionándome sobre sus pies.

El aludido se ubica apoyando su espalda sobre el tronco de un árbol y me mira.

–Teniente Ruiz.

–¿Va a terminar el trabajo?

Asiento con la cabeza al tiempo que habiendo depositado el rifle sobre mis pies y guardado la pistola, saco de un bolsillo del equipo de combate una cajetilla de cigarros, enciendo uno y trás una larga pitada se lo coloco en la boca.

El coronel deja el cuchillo que tenía en una mano y lo deja caer sobre su regazo entonces me mira y tras un largo rato de silencio dice:

–Usted fue un buen subalterno, se acuerda de..

Los recuerdos de la batalla en Mosul me vienen  a la mente.

Por ese entonces era el instructor de francotiradores y  él, mi superior directo. 

Corría finales de diciembre de 2013 y por esa época los enfrentamientos entre las milicias tribales, las fuerzas de seguridad y el grupo terrorista Estado Islámico eran muy frecuentes.

Durante ese período yo y un grupo de soldados conformabamos un pequeño pelotón comandados por el coronel Fernandez. Los datos de inteligencia nos habían situado en una posición idónea para capturar al lider de las milicias rebeldes Abdel Alí.

El coronel esboza una sonrisa en tanto un hilo de sangre le cae desde la comisura de su boca.

–Un tiro limpio –El coronel tose ahogándose en su propia sangre pero articula lo más parecido a una sonrisa–, ¿A que distancia estamos del objetivo?

Abdel Alí, un hombre regordete, de cara mofletuda  cruzó dos veces  por el ventanal del edificio. Tenía consigo una resma de documentos que por los gestos se notaba que los estaba refregando a un subalterno. Calculé la parábola que haría el proyectil, la intensidad del viento y apunté más arriba dos centímetros a la izquierda, pasando el marco superior de la ventana y disparé.

–Mil quinientos metros mi coronel.

–Era algo imposible de lograr y usted lo hizo impecablemente.

Nos cubría la arena completamente.

Usted era el mejor francotirador que teníamos –con una mano le tomo de la cabeza y le ayudo a tomar un trago de cognac.

–Gracias mi coronel.

Me mira y cierra los ojos percibiendo el desenlace.

–Sabe lo que tengo que hacer Mi coronel

–Si. yo mismo lo  entrené –¿se acuerda?

–Por supuesto

le dejo respirar el aire puro y estar en silencio.

Con precisión y rápidamente, le corto la yugular, haciendo que enseguida brote gran cantidad de sangre que empapa su ropa.

Es cuando me cuadro ante el cadaver de que alguna vez fuera mi superior y mi amigo. 

Luego me doy media vuelta y es cuando me acerco a donde se encontraba Omar.

–Ya pasó Gutierrez –digo poniendo mi mano sobre su hombro–, ya pasó.

El hombre en shock ni cuenta se da, sigue abanicando al cadáver de su hijo pronunciando frases inconexas.

–Ya pasó –Repito.

Me mira y sin reconocerme vuelve a abrazar a su hijo. Yo estaba parado por detrás con el rifle colgado sobre mi hombro y los prismáticos sobre el cuello.

–Ese material no puede caer en manos ajenas –digo señalando el maletín.

–Estaba siendo chantajeado –me dice mirando hacia mi lugar estando en cuclillas con el cadáver de su hijo entre sus pies.

–Lo sé por eso actuaba así –miro hacia su coche–, suba y aléjese yo me encargo.

–No lo puedo dejar. 

–Si puede, yo me encargo –Lo ayudo a levantarse.

–Solo aléjese lo más que pueda y no mire atrás.

Como sonámbulo pensando que ha sido una pesadilla se sube a su sedan azul y lo pone en marcha y antes de moverse me mira un momento.

–Iré preso –pregunta.

–No, si me hace caso.

Lo pone en reversa hace un giro y se retira lentamente, lo veo partir. Con el rifle al hombro, mis prismáticos y la pistola en su lugar y haber fumado un cigarrillo en el silencio de la noche es cuando hago la llamada.

–El paquete esta en marcha, haced la limpieza –Entonces cuelgo.

Al poco tiempo se escucha el sonido de un Sikorsky S-67 Blackhawk, un helicóptero de combate acercándose. Vienen a buscarme para llevarme a la base. 

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Nota aparte.

Luego de la llamada tres grupos de trabajo se pusieron en marcha al unísono. Dos de ellos estaban conformados por vehículos de limpieza de edificios y viviendas, el primero encargado de no dejar rastro alguno en el pequeño apartamento que había rentado frente a la vivienda del gerente y teatro de operaciones, el segundo encargado de la limpieza de la habitación del motel, una empresa de fumigaciones. el tercero en el Sikorsky S-67 Blackhawk levantando los muertos y limpiando la escena. 

Pasado cierto tiempo luego de haber arribado el helicóptero militar, una encargada de limpieza en el aeropuerto entra a un baño de hombres en cuya puerta se aprecia un cartel que dice: “Fuera de Servicio”.

Se  dirige a un casillero con llave, marca unos números y extrae el maletín del gerente  que había sido previamente depositado. Luego se retira.

Era la encargada del operativo que supervisaba los trabajos de limpieza en los teatros de operaciones. 

Su verdadero nombre es Anabel Fernandez que ostenta el grado de Mayor del Ejército.

Respecto a Omar, resta decir que la sorpresa se adueñó de él. A los pocos días se abrazaba con su hijo Juan, al que habían tenido de rehén no dando crédito a que estuviese vivo. Y una nota junto a él, Le había hecho creer al gerente la muerte de su hijo. Lo necesitaba así para generar más credibilidad.

Recibió una nota con un agradecimiento anónimo por ayudar a desbaratar una banda que traficaba con mercadería de alto contenido virósico junto con un boleto para él y sus hijos a las Bahamas, portando una nueva identidad, tarjetas de crédito y una cuenta bancaria para todos. 

 Tiempo después me asignan una nueva misión.


Relaciones

–¿Tenes algo con ella? 

Los ojos de Sarah lo decían todo: desde un fuego que minaba las entrañas hasta un anhelo que daba lugar a afligidas pujas. Aunque lo sintiera sobre mi, los ignoré. 

Habíamos ido al cumpleaños de Inés, la esposa de Henderson, un amigo en común.

Ahora estábamos retornando.

Al notar  que no le respondía, me insiste:

–Te vi fisgoneando con esa rubia esquelética.

Sus ojos manifestaban elocuentemente un reclamo; una repuesta clara, concisa.

–¡Hee!! –Desvío la mirada hacia ella, que hasta ese momento había estado fija en la ruta–. ¿De quién estás hablando?

En ese instante un camión atina a rebasarnos, no sin antes emitir el sonido del claxon.

–¡Cabrón! –Expreso, producto del susto de casi darnos un topetazo de frente.

–¿Inés? 

Fue cuando me vino a la mente.

Era con desgano, consistente de una fémina que suscita en uno, aún anuente, un deseo caprichoso de posesión. “Gustosilla como un fruto incipiente”, esa, era la mejor forma de describirla.

–Te vi –menciona–, primero, cuando nos presentaron, luego cuando te ausentaste..

“Si serás cabrón.” cruzaba por su mente aunque no lo expresara.

–No me dirás que..

–Observé como te miraba –Acota, al tiempo que encendía otro de los tantos cigarrillos de esa noche–. Nosotras las mujeres..

Los anhelos le habían estado carcomiendo desde mucho tiempo atrás; desde la misma médula de su instinto, el deseo de que realmente fuera suyo pujaba escudriñando..

–Cursamos el colegio juntos –manifiesto.

–Te vi que le tomaste de las manos –expresa girando su cabeza hacia mi –. Te he perdonado muchas cosas, pero esa flaquita que parecía no decir nada..

Por sus venas corría algo así como un espinal estigma tiznero que apuntaba hacia mi, y que aunque pujante, era una brisa que recitaba inmoralidad.

–¿Pero que bicho te picó?

No termino de formular la pregunta que tuve que frenar de golpe; un alce estaba detenido en medio de la ruta a escasos kilómetros de nuestra casa. Se quedó mirando fijo, directo a los focos. 

Cual un halcón sobrevolando los abismos de un mundo incipiente, oteando cual ave depredante, fluían raudas, imágenes por la mente de mi mujer.

Cuando conocí a Sarah dos años atrás en el cumpleaños de su mejor amiga, Ines, una noche de julio, le faltaba una materia para recibirse de ingeniera.

 Luego de algunos encuentros no carentes de sexo decidimos irnos a vivir juntos a mi departamento. Por ese entonces. Sarah había estado viviendo en el Campus Universitario.

Si bien la atracción en principio fue mutua, no todo se dio como ella esperaba.

Luego vino el embarazo.

Un embarazo que yo no quería.

Con un mes de gestación se hallaba inmersa en un mar de dudas. 

–¿Te acostaste con Inés?

La camioneta da un bandazo.

Mi mujer, poseedora de un temperamento que se podría asemejar a cuando el viento moldea las dunas, así, como el agua cuando zurrea a los cantos de una endurecida roca, que aunque vítrea, y en algunas ocasiones hasta lastimera, siempre ha estado dispuesta a una buena dosis de majadería.

–No.

–Mentiroso.

Entonces desvía su mirada; la que me había capturado y por la que tanto la amé.

Todo en ella, ha sido siempre un volcán en plena ebullición; uno que no era capaz de apaciguar las viseras, enclaustrando pasiones.

–Nunca fue para mí.

Y ya estando en las postrimerías de nuestra casa..

–Eras tú a la que siempre he amado.

Ella posa su mirada de piedra sobre mí.

–Tú –Resalto ya arribando a nuestra casa.

“Joder. Si siempre desafié su boca para que aún cohibiéndose se saciará” un pensamiento que estaba fluyendo por mi mente en forma completamente rauda.

Estando ya en el pórtico nos besamos, un beso tierno, pero cálido al tiempo que transmitía todo, disipando las dudas.

–Te quiero.

–Yo también.

Y entramos en nuestra casa.

Sarah acostumbraba a preparar un suculento desayuno: huevos revueltos, un vaso de zumo de naranja, yogurt con cornflakes y un sándwich  hecho de  pastrami y queso, incluso con alguna fruta en el medio, luego cada uno se iba por su lado.

Se marchaba para el Campus  a temprana hora en la mañana. Yo por mi parte, había adquirido un trabajo de medio tiempo en una escuela de actuación integral; estando allí y viendo como me desempeñaba, un buen día, ayudado por un profesor logré matricularme en un curso de comedia satírica.

Ocasión que no desaproveché.

Al estar embarazada es cuando comienzan los problemas entre nosotros.

“Cabrón” –pensaba para sí.

Mirando llover a través de la ventana del dormitorio, su mente vagaba por otros rumbos, en el hijo que llevaba dentro. Con un mes de gestación se hallaba inmersa en un mar de dudas.

Una mañana, en la hora del desayuno leyendo el matutino ella deposita una fuente de croissant sobre la mesa y luego enuncia: 

–¿No querrías unos niños corriendo por aquí? 

–No –respondo.

La sola idea de que Sarah quedase encinta no solo me sentaba mal sino que ni interés tenía siquiera de serlo por lo que seguí leyendo como desechando una mosca molesta.

–¿No? –Sirviéndose un vaso de leche, midiendo sus palabras farfulla en voz más alta–: ¿no?

Manteniendo la mirada fija hacia mi y al percatarse de que no pensaba decir nada se sentó.

–Es por Inés, ¿verdad? 

“Una calienta-braguetas”, era lo más cercano del carácter de Inés. Podría llegar a incitar una ardiente relación impetuosa, que hasta pudiere definirse como amedrente. Pero era eso. Sí me había acostado, claro que sí. ¿Quién no? Pero eso fue antes de conocer a quien más tarde se convertiría en mi mujer.

–¿Desde cuando andas con esa “OTRA”? –Me grita haciendo ademanes, moviéndose de un lado a otro por la sala de estar–. ¿Es que no soy suficientemente mujer para vos?

Ella ubicada frente a mí, mantenía una mirada extremadamente gélida.

“Cuando intento abordarte –en mi mente corría imágenes como un río turbulento–, tienes un “NO” como repuesta. –Ocupada –aduces.”

Ese pensamiento, que ha estado latente entre ceja y ceja, obnubilaba por completo todo tipo de emociones a las que me somete.

Esa presunción fue lo que me da cabida para expresarle violentamente:

–Claro, vos nena, sos inocentita ¿no? –A lo que, ya contraatacando fue cuando le destaco–: Siempre, con un “pero”.

–Vi la ropa interior, que no es la mía –Sarah se había sentado delante de mí–. ¡Nuestro colchón..!

Nos miramos a los ojos y el silencio se hizo palpable.

“Siempre atendiendo al señorito –pensaba para sí–; no sabía si iba o venía –aunque, para reafirmarse como mujer, se decía a sí misma–: Le esperaba con la comida caliente, y él dejando sus cosas por cualquier parte del departamento y por si fuera poco acostándose con una cualquiera

–¡Eres una frígida, mujer! –Agotado y cansado alego–: ¿Es que no soy suficientemente hombre para vos? Siempre que te busco, intento acercarme, me rechazas como si tuviera la peste. Ves hacer el amor como algo.. 

Me silencié  para dar más énfasis, luego de ese paréntesis donde las palabras caían como piedra en un costal reseño–: Peste, si. El que no debe ser lo suficientemente hombre para vos, debo ser yo.

“Carajo –me digo para mi, como tomándome tiempo para medir las consecuencias de mis palabras –: ¡Si resulta que soy yo el que tiene la culpa!”

–Pero, ¿quién piensas que soy? –exclama en ese momento–. ¿Una cualquiera? –y mostrando su cólera señaliza–: ¡Enfermo!

Instante en que sin pensar me tira un florero que pude esquivar apenas, el cual terminó estrellándose contra la pared.

“¡Carajo con esta loca!”, es lo que llegué a pensar, al tiempo que me tapaba la cara a consecuencia de los escombros.

–¿Qué? –Ella en silencio me observaba– ¿Es que no pensas decir nada?

Por sus venas corría algo así como un estigma tiznero apuntando hacia mi dirección, pero aunque pujante, resultaba ser una brisa que recitaba inmoralidad.

 

–Mira, ¿cómo podré explicártelo mejor? Nuestra relación ha sido todo un guante hasta que.. –entonces decido callarme, pero molesto, dado el tenor que había adquirido la conversación  por lo que termino con–: he sondeado cada parte de tu cuerpo con aplomo, pero lo tuyo era simplemente un arte decorativo; tanteo sin maña, moldeando así su diseño, queriéndote  deleitarte en cada recodo del él.

¡¡Vaya ventana que resultó ser esa conducta!! Querías pero no podías, te animabas y te retenías, pretendiendo tener un desinhibido atavío; caprichos que te  convertía vehemente por instantes y mordaz por otros, gestos que, hasta inconclusos como reticentes se podría especular.¿Entiendes ahora?

“Las veces que intenté hacerte el amor –corría como un río de lava por la mente mía–, la veces que quise abrazarte estando vos en la cocina, o en el living. Y las veces que me rechazabas.”

–¡Mierda, malparido! –Replicó, no sin antes propiciarme un sopapo en medio de la cara. 

Por un tiempo no hablamos, más luego..

–¿Es guapa? –Expresa mirándome a los ojos; el fuego que brotaba de ellos, cavaba en lo profundo de mi ser.

–¿Inés?

–¿De quién estamos hablando cabrón? –Dice  mirándome a los ojos–, ¿la Madre Teresa? 

Dando vuelta la cara hacia la caja de cigarrillos que había sobre la mesada sentí que su apetito por saber lo de la infidelidad era algo inconcluso, apetente pero en desuso.

–Si –digo al fin.

–Pero, ¿por qué?

–Por las veces que intenté hacerte el amor, la veces que quise abrazarte estando vos en la cocina, o en el living. Y las veces que me rechazabas.

Sarah vivía en un mundo de ilusiones rotas, donde la vida daba un salto entre aquello que ocultaba, y lo que quería ser. Y así fue dejando un vacío que moró  en mi alma; una distorsión adictiva y hasta carenciada cual un puzzle emocional, gestor de un afecto hastiante como roñoso. 

En cambio Inés ejercía sobre mí ese efecto vigorizante dada su mirada, que más de uno la podría llegar a catalogar de lasciva. Seduciendo, nadie la igualaba, al punto, que al menear con pachurriento desdén su cadera, tanto para hombres como mujeres, era una explosión de deseo latente. Su acercamiento, toda ostentación.

Cuando conocí a Inés llegaba tarde a la audición de una radio donde yo era uno más como aspirante a comediante. Para colmo mi vehículo se hallaba siempre en el taller; aunque fueren unos arreglos menores, no me lo entregaban pasados unos días. Fue cuando tomé el Metro y fue donde la vi.

Al hacerlo, siento que mi alma se plegaba ante un excitante deseo palaciego donde el tiempo parecía como que si se hubiera detenido. No me percaté del enjambre de almas que iban de un lado a otro, ni siquiera cuando me zurraban. Estaba inmutable, detenido en medio de una escalera.  Hasta ella parecía haberse confabulado con el entorno, con el momento.

Un momento que me permite simplemente llegar a disfrutarla, poseerla. Y todo gracias a “un quedo”.

Cual si fuera una gacela se aventuró dentro del vagón una vez que arribara al andén. 

Su aroma  me expone a ese mundo extraño y al mismo tiempo ignorado que pujaba por salir pero no había encontrado la ocasión de florecer, rompiendo así una aspereza fetichista percibida como la llama; cuál fuese lava carcomiendo mi  interior. 

Ese cambio pujante y escudriñante, forjado de una piel sobre otra de mi ser, 

aunado a unos tragos en un pub nocturno es que termino en su apartamento.

–Servite un trago –dice Inés desviando el abrazo– ahora vengo, me voy a poner más cómoda.

“¡Vaya! –Pensé en ese momento–, ¡si esta rebuena la piba! –Y para reafirmarme me dije para mis adentros–: ponete cómodo, que ésta se te da”.

“Pero, ¿a quién estoy tratando de convencer? –Si fue la piba la que, cerrando la puerta me despojó la camisa–. De hierro no soy”. 

“Si entre esa forma de moverse, el vaivén de su trasero, y su cintura, era para volver loco a cualquier cristiano. ¡Joder!” 

Hicimos el amor –¡y vaya como!

–¡Mierda, malparido! –Replica Sarah, no sin antes propiciarme un sopapo en medio de la cara.

– ¿Qué quieres de mí? –y me mira fijamente–: ¿no te das cuenta que me duele?

–Si. El que te sea infiel.

–En parte si –Me corta en seco la frase–. Me refiero a la penetración..

El silencio se hizo más latente, más palpable, más indescifrable a medida que esas palabras y su contenido, caían lentamente como gotas de lluvia en mi mente.

–Nunca me lo dijiste.

–Me daba vergüenza.

Nos miramos. El tiempo parecía haberse detenido. Sus ojos estaban conectados como trasmitiendo “ese algo” insustancial.

–Si. –Se puso a llorar desconsoladamente–. Pensé que tenía algo malo en mi y no me animaba a decírtelo. –Mirándome a los ojos concluye–: ¿Sabes? Llegué a pensar que si me eres infiel, serías feliz –a lo que, sin ganas aseveró–: aunque no me gustaba la idea de que así fuese.

–¿Por eso pensaste que tenía algo con Inés, verdad?

–Si.

“La hija de puta soy yo, tengo algo malo en mi cuerpo. Me duele la penetración y no logro el orgasmo” pensaba Sarah cuando me dijo el verdadero motivo de su preocupación.

–¡Sarah, mi amor! –Me acerco y la abrazo. –. Soy tu marido, debiste habérmelo dicho.

Con el abrazo, vino un beso. Un beso tierno. Aunque durara una eternidad.

–Lo arreglaremos –Le dijo suavemente–. Te amo.

Ella lloraba.

Con el pasar del tiempo Sarah se convirtió en una renombrada ingeniera. Tuvimos dos hermosos hijos y cuando parecía que todo nos iba bien..

En una oportunidad en un bar de noche con unos amigos después del trabajo tomando unas copas, Inés se me cruza inesperadamente e intercambiamos miradas.

Ambos, nos encontrábamos a un pelo de tocar nuestras pieles; nuestras miradas se entrecruzan y arrastran ante un fuego que horada hasta lo más profundo de mis entrañas. Entonces volvimos a hacer el amor.

Ya cuando, desentrañada mi consensuada ansia fanfarrona, que me carcomía lentamente es cuando decido retirarme.

La casualidad o el destino hizo lo suyo; Sarah saliendo del trabajo me vio salir junto a Inés pero no dijo nada. Esperó a que llegase y entonces..

–Todo este tiempo me has mentido, me has.. –Sarah se levanta de donde estaba, acomoda su cartera sobre el hombro izquierdo y dice–: no volveré a verte más. 

Deja el anillo de compromiso sobre la mesa.

Estando en la calle, y ofuscado a consecuencia de la discusión que tuvimos –el televisor y mi ropa volaron por la ventana hacia afuera–, la motoneta en que iba, se incrusta ante un camión de 18 ruedas siendo catapultado por el aire.

Reboto dos veces sobre la calle golpeando en el ínterin, contra una vidriera, pero de todo eso.. no llegué a percatarme.