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Los Relatos de Ruben

Thomas

Micro-novela Rubulesca

Ensayos novelísticos con un mínimo de 6 capitulos y un máximo de 10 de extensión

 

–¡Sígame! –afirmó el detective al detenido; se levantó y dirigió hacia la puerta, cuando la abrió tras ponerse a un costado para que pasase agregó–: ¿que espera? –y con su mano extendida señalaba el corredor.

Tony, sin perder el paso condujo a su detenido hacia una sala grande, repleta de mesas, computadoras y más detectives. Cuando llegó hizo un giro de cabeza hacia donde se hallaban los del FBI, y luego le miró–: los agentes Smith y Robinson serán quienes de ahora en más, se encargarán de usted.

Thomas observó a los dos agentes que estaban de pie, en la otra punta de la sala y miró al detective que lo había apresado. Tras un momento de incertidumbre, el detenido le suplicó–: No me deje con ellos.

–Acompáñenos –Robinson lo esposó; Smith se dió vuelta hacia el detective–. Ya no ha de ser más su problema –mencionó al tiempo que lo conducían hacia adelante, hacia el exterior.

Se quedó mirándolos como lo sacaban y tras cerrar la puerta de salida, se giró y encaminó hacia su despacho; dentro sonaba un teléfono.

 

– 2 –

 

El día de la detención de Thomas en la periferia de la ciudad de Boston, Tony había aparcado su viejo descapotable, un chevy, en las afueras de un supermercado de esos que están abiertos día y noche. El lugar brindaba varios servicios, entre ellos, el supermercado en sí, también una gasolinera, un motel y hasta un cibercafé.

Eran las 4 de la mañana cuando abrió la puerta del vehículo entonces salió y se desperezó, y luego extrajo una cajetilla de cigarros. Observó la cartelería del negocio, dio dos pitadas a uno que extrajo de la misma, y luego lo aplastó con el pie, levantó la vista hacia el local y se decidió a entrar.

Una vez dentro, Jack extrajo una caja de gomas de mascar de una góndola, una botella de whisky irlandés de otra y se aproximó al mostrador.

–¿Que desea? –dijo el dependiente

El muchacho tenía alrededor de unos 35 años, era delgado y tenía sobre su cabeza, un gorro de las Grandes Ligas sobre su cabeza colocado al revés.

–¿Podrías? –Dijo depositando lo que tenía en su mano sobre el mostrador; por último mirando hacia la radio hizo un gesto con su cara para que la bajara.

El dependiente miró hacia donde señalaba y le hizo caso. Sin prestarle atención comenzó a pasar los artículos por la máquina expendedora en tanto escuchaba rock pesado moviendo la cabeza siguiendo el ritmo. Cantaba, bajo pero cantaba.

–¿Podrías? –Tony reafirmó su pregunta asiéndolo de la solapa obligándolo a colocarse a un palmo de su cara; señaló con un dedo, donde estaba la radio. Luego lo soltó empujándolo hacia atrás.

–¡Que diabl..!

–Yo que vos no tocaría esa recortada que tienes ahí  –Y señaló hacia abajo del mostrador; la seña con el entrecejo fue clara. El dependiente se giró hacia atrás, levantó su mano y bajó el volumen, luego lo miró.

–Ahora está mejor –dijo y le mostró una fotografía que extrajo de un bolsillo interior de la campera–. ¿Lo has visto? –Y se la plantó casi en sus narices.

–¿Policía? –Preguntó por lo que Tony le mostró su insignia.

–Detective.

–No, no lo he visto en mi vida.

–¿Seguro?

–Si

Tony no muy convencido lo escrutó. Luego:

–Bien –El detective asintió con su cabeza. Guardó nuevamente la fotografía  depositando sobre el mostrador el dinero de la compra no sin antes agregar: –Quédate con el cambio –y se encaminó hacia la salida pero no terminó de cruzarla:

–Espere –Y el dependiente dio vuelta alrededor del mostrador y se le acercó–. ¡Muéstremela! –

 

– 3 –

 

–Eres muy lindo para ser tan tímido –le dijo Celia, la mujer que horas antes Thomas había abordado en un club de desnudistas. La mujer se le sentó a ahorcadas de él y le pasó una mano a través de su pelo ondulado. Quiso besarlo pero él la rechazó. Fue cuando se levantó y caminó unos pasos, luego se giró hacia ella.

–¿Cómo lo quieres lindo? –Celia intentó acercarse utilizando todas sus habilidades seductoras.

–¿Cómo te gusta? –A lo que agregó ya a medio camino entre la cama y donde él estaba–: en la silla –y giró su cabeza hacia ese lado haciendo que su melena rubia se meciera–, o sobre la mesa ¿hee, pillín? –Y le hizo un guiño.

Thomas se puso a un costado, no se había sacado la ropa y mantenía sus manos enguantadas. Fue cuando sacó unas esposas y unas cuerdas; la miró y le señaló la cama sin pronunciar palabra.

–¡¡Ahh!! Quieres que te ate, eres de esos chicos rudos –Celia sonriente estiró el brazo para agarrar los artilugios–, de los que le gustan emociones fuertes –acotó.

El no pronunció palabra pero el gesto fue más elocuente que si las hubiera pronunciado.

–Entiendo, te gusta ser la figura dominante en éste juego –Celia fue hacia el frigobar, se sirvió una lata de vodka y sorbió un trago, luego lo miró–: eso conlleva más dinero –he hizo un gesto con sus dedos: más dinero cariño, cash.

Thomas metió su mano derecha dentro de su casaca y extrajo un fajo de cien dólares  y se lo tiró sobre la mesa que había en medio del cuarto. Celia sonrió y se recostó en la cama.

–¿Y como te masajeare si tengo las manos atadas? –Sus ojos azules miraron hacia los nudos que Thomas había hecho y luego se posaron en sus extremidades posteriores. Sus piernas estaban atadas. Celia estaba boca arriba, y él arrodillado a su lado.               

–No quiero que me masajees –Fue cuando Thomas le pusiera un trapo dentro de la boca y se la cerrara con cinta adhesiva–. Tan sólo quiero verte morir –Le dijo acercando su cara hasta casi tocarla. Celia se estremeció y se movió pero estaba firmemente apresada. Entonces Thomas le pasó una navaja a través de su garganta.

Mientras se desangraba, él comenzó a sacarse el nylon que cubría su cuerpo, luego le hizo una serie de fotografías y una vez satisfecho tomó su maletín y salió de la habitación del motel, no sin antes, cerrar silenciosamente la puerta, colocar un cartel que versaba “No molestar” sobre la misma, y girarse para irse.

 

– 4 –

 

–Espere –Y el dependiente dio vuelta alrededor del mostrador y se le acercó–. ¡Muéstremela! – y alargó su mano regordeta hacia la fotografía que le había enseñado unos instantes anteriores.

Tony, la sacó de un bolsillo interior de la chaqueta y se la mostró.

–El de la fotografía se parece a un chico que frecuenta la zona en los fines de semana –el despachante se la devolvió–, pero no estoy seguro.

–¿No esta seguro de qué? –Dijo Tony volviéndola a colocar en el bolsillo interior de su chaqueta.

–Verá, los fines de semana no trabajo aquí, también lo hago allá –Se acercó al ventanal grande que daba a la ruta–, en el cibercafé, ve –señaló con un dedo un local enfrente, más arriba –. Ese, el que esta al lado del motel.

El detective se giró y miró hacia donde el despachante le señalaba.

–¿Y?

–Allí  frecuenta mucha clase de gente –miró a su alrededor–, no es como aquí, vio –hizo un giro envolvente con toda su mano a su alrededor–. Aquí con suerte entra alguno de paso, los que más vienen aquí son los del motel –se rió–. Aunque estemos abiertos las 24 horas.. –Entonces se calló.

Ya más interesado el detective instó al despachante a que continuara.

–Acompañeme, tengo algo que mostrarle –Y entraron a un despacho lindero al mostrador–. Aquí es donde se graba lo que acontece dentro del local; ¡éste! –Y expresó ufanamente ese “éste”.

Tony tras dejar lo que había comprado sobre una mesa, miró una serie de monitores que permitían ver todo el local; levantó la cabeza como si estuviese mirando más allá de esas paredes,, afuera donde estaba el cibercafé y el motel.

–Ya, entendí. Hay cámaras de videovigilancia tanto en la zona de la ruta como dentro de esos locales, ¿no? –A lo que agregó–: ¿Y?

–Si el hombre que busca es el que pienso –y su sonrisa se hizo más amplia–, debe estar en una cinta –y señaló con su mano extendida hacia la puerta– En el ciber.

Tony levantó la vista hacia donde apuntaba el brazo del despachante y como viendo más allá dijo en voz baja pero audible: ¡ajá!

–Generalmente son estudiantes, aunque claro hay gente de paso –mencionó y al verle la cara de interrogación del detective–; hay una universidad cerca de aquí  –y señaló hacia afuera–, a unos ocho o diez kilómetros al norte de aquí.

–Entiendo –dijo Tony sentándose en una silla disponiéndose a sacar un cigarrillo pero se detuvo–: entonces, ¿qué es lo que me quiere decir? –Y lo miró con con el gesto de su mano inconcluso–. ¿Lo conoce?

 

– 5 –




Anteriormente.

–¿Qué haces aquí en Buffalo Thomas? –Mencionó el catedrático emérito MacDerrit, mentor de Thomas desde sus primeros tiempos como estudiante de Derecho.

Este estaba en su despacho que daba a una vista lateral del patio interior más grande que poseía el Campus Universitario.

–Pasaba en camino y venía a hablarle de unos asuntos privados que requieren su consejo.

Thomas hacía ya un año que había dejado el mismo, se había recibido con honores teniendo el privilegio de ser el primer alumno graduado con la máxima distinción que dicha institución brindaba. MacDerrit lo miró y se acercó a él invitándolo a tomar asiento. Por último:

–Dime. ¿qué aqueja esa mente turbulenta? –Y con ambas manos levantó una pila de libros que descansaban en la mesa, para luego dirigirse hacia una de las tantas bibliotecas que había en el despacho.

–La primera enmienda –tomó otra pila de libros y se le acercó: Mac Derrit estaba de espalda ordenando sus libros y sin mirar a su antiguo alumno dijo–: ¿qué pasa con ella?

–Me he estado preguntando si me correspondería a mi.

–Por qu..–Cuando quiso quiso darse vuelta, la navaja que tenía su ex-alumno en la mano seccionó limpiamente su carótida.

Y mientras su mentor se convulsionaba a consecuencia de los últimos estertores Thomas dijo en voz alta: –¡Shh John! –y a continuación limpió la navaja en la ropa de éste.

Luego se retiró cerrando la puerta de su despacho sigilosamente.

 

– 6 –

 

Anteriormente, unos días después.

–Me prendes el broche –Dijo Susan y dejó caer a un costado su cabellera.

Susan Sullivan y Thomas eran marido y mujer. Ella hija de un acaudalado político republicano; él, Thomas, un prestigioso Consultor de Derecho Internacional, un cargo que según muchos opositores, fuera adquirido por arribismo.

Estando en el dormitorio principal arreglada para la reunión inminente, tenía a su esposo que estaba abrochando un collar de esmeraldas sobre su cuello.

Casi inmediatamente la asió por la cintura desde atrás y le propino un beso en el cuello. Ella se rió apartándose:

–No, no ahora –expresó ella manteniendo aún la sonrisa pícara–. El Senador o’Neal y su esposa Lucy acaban de llegar –a lo que agregó– ¡Vamos querido!

Un mayordomo vestido de gala abría la puerta del dormitorio, ubicándose un costado.

–Mi señora.. señor –expresó cuando estos cruzaron la puerta sin prestarle atención.

 

– 7 –

 

–Entiendo –dijo Tony sentándose en una silla disponiéndose a sacar un cigarrillo pero se detuvo, entonces–: ¿qué es lo que me quiere decir? –Y lo miró con con el gesto de su mano inconcluso–. ¿Lo conoce?

–Como sabrá en mi negocio, ya sabe el ciber, pasa mucha gente –el despachante tiro su espalda hacia atrás, sorbió un trago–, si todas esas personas la recordara –se rió, luego más serio y acercando el cuerpo hacia donde estaba Tony–, aunque debo confesar que algunos sí los recuerdo.

–¿Cómo ser?

–Hay un chico que podría caber en su descripción detective –encendió un cigarrillo y le dio dos bocanadas, luego lo depositó sobre un cenicero añejo que estaba sobre la mesita, en el despacho de atrás–, rubio, un poco más bajo que usted –Fumó de nuevo y se sirvió otra medida de alcohol–. Lo recuerdo porque no viene seguido pero siempre se acerca a mi y me saluda –Agregó con un movimiento de la mano haciendo un gesto–: ¿Como está Tom? –Se levantó y caminó hacia los monitores;luego de una pausa–: siempre me deja una buena propina y me pregunta si tengo el terminal –Ahora parado con la botella en la mano y mirando hacia el detective agregó–: al fondo a la izquierda –El despachante volvió a reírse y se acercó al detective, sentándose enfrente–, frecuenta  el lugar pero no viene seguido. Es introvertido y si, se parece a un estudiante más –acercó su cara a un palmo ala de Tony–, no solo eso llama la atención

–¿Qué le llama la atención?

–Cuando hay chicas, porque las hay, vienen en grupo la mayoría, el se inhibe, aunque es algo más locuaz cuando ellas vienen solas.

–¿Que le hace suponer que él está ahora en ese lugar Tom? –En forma confidente preguntó.

Tom se rió y giró su cabeza hacia un monitor, el primero hacia  la izquierda en la hilera superior.

–Ve ese Mercury antiguo que está aparcado en el Motel –Y le mostró la imagen en el monitor; Tony levantó su cabeza y observó la imagen estática–. es de él, cuando viene se pasa por el ciber y luego va hacia el motel.

Tony se acercó aún más, y asintió.

–Tom me ha sido de una gran ayuda –Ambos se levantaron y se dieron la mano–. Gracias.

 

– 8 –

 

Mientras se desangraba, él comenzó a sacarse el nylon que cubría su cuerpo, luego le hizo una serie de fotografías y una vez satisfecho tomó su maletín y salió de la habitación del motel, no sin antes cerrar silenciosamente la puerta, colocar un cartel que versaba “No molestar” sobre la misma y girarse para irse cuando:

–No mueva un músculo –Thomas dejó caer su maletín; Tony con el revólver apoyado en su sien izquierda lo palmeaba apoyado contra la pared del cuarto donde estaba el cadáver de la mujerzuela.

 

-- oo --

 

 

** Estructura, diseño y diagramación: Rubula **

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