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Los Relatos de Ruben

El Psicólogo


Primera parte

-- La Sala --

 

La sala en la que me encuentro no posee nada que se pudiera destacar.

Este lugar a diferencia de otros, no tiene ventanales, un cuadro, o algún objeto colgado en sus paredes. De hecho no posee nada.

De color blanco y suelo oscuro había estado esperando a su nuevo inquilino durante un período medianamente largo.

Acabado de llegar, y ubicado en el centro, observaba el lugar preguntándome que tipo de uso podría darle, cuando me doy vuelta al escuchar:

–¡Hey! ¿Qué es este lugar? 

Un adolescente que no llegaba a cumplir los diecisiete años, flaco, un tanto desgarbado observaba la pieza, en tanto él caminaba a través de  ella.

–¿Es tuyo?

Lo observo un momento, y decido dar unos pasos hacia la pared derecha. 

–Acabo de alquilarlo –digo tocando la superficie del muro que se me antojó uniforme y suave–. Aún no sé qué uso darle –termino diciendo.

–Por cierto, me llamo Márcos. –Dice el adolescente en tanto camina hacia el centro observando el lugar.

–Yo soy Andrés.

El se detiene en medio del espacio.

–¿Eres nuevo en esto? –gira su cabeza hacia donde estaba–, digo, porque nunca te había visto por este lugar.

–Si –respondo sin mirarlo, dándole la espalda mientras miraba el diseño del espacio contratado–, ¿Qué piensas? 

No me responde en primera instancia, recorre el lugar, toca las paredes, mira el techo y luego de un rato de observar:

–Le tienes que poner muebles, pintar un poco –responde al fin–, no se.. dependerá el uso que quieras darle.

Sin mirarme expresa:

–Tal vez una ventana allí –Me señala una pared–, un artefacto lumínico en el techo..

–Un desván allá –escuchamos.

Al oírla nos dimos vuelta y la miramos.

La adolescente que acaba de arribar había escuchado la pregunta que le formulé a él y lo que éste me había estaba diciendo.

No tendría más de dieciocho años. Vestía con un pantalón de mezclilla y un blazer.

–Por cierto, me llamo Ana.

–Yo Marcos.

–Y yo Andrés, bienvenida.

Da unos pasos firmes hacia dentro, y nos da una idea dónde lo ubicaría y su motivo.

 –Acá.

Es así que adquiero una idea de como podría quedar. 

Aunque aún no tenía clara su finalidad, esas sugerencias podrían ayudarme a conseguirlo.

Un ventanal sobre la pared derecha, dejando entrever lo que habría afuera aunque no estuviese claro que podría ser; un cuadro muy grande de Picasso en el centro del muro izquierdo; en la pared opuesta a donde estaba ubicada la puerta que daba acceso a la entrada, un juego de desván, con dos mecedoras y una mesa ratona. Cerraba la idea dos aparatos lumínicos sobre el cielorraso dando cada uno luces tenues que le aportan candor.

–¿Qué les parece? –expreso una vez que esos cambios se terminaron de forjar en nuestras mentes. 

–Si así irá adquiriendo cuerpo –dice Ana mirando primero el lugar, luego a nosotros dos–, aunque le faltaria un toque femenino.

–¿Femenino? –Pregunto.

–Si –señala Ana–, pero eso depende de vos, ¿no?

Marcos, quien se había ubicado a la derecha de ella me contempla haciendo un gesto de interrogación. Los dos me miran a mi, preguntándose si estaba de acuerdo con esos cambios.

Recorro el lugar con la mirada, entonces decido circular por  el lugar tocando cada mobiliario ubicado en los lugares que ellos manifiestan como si fueran reales. El marco del ventanal, el cuadro, incluso el desván. Luego de haber acariciado la idea como si todo ello ya estuviese instalado, me ubico frente a ellos que me habían estado observando callados.

–¿Femenino? –La oteo –, ¿es que frecuentas mucho el sitio?

–Si. Se puede decir que yo vivo aquí –deja su cartera de cuero sobre su costado izquierdo–, yo le aportaría un toque femenino.

–¿Como sería eso? 

–Si. –tose y se tapa la boca–, perdón. Todo dependerá de la gente que aquí.. –Se calla, y hace un gesto con su mano extendida abarcando todo el lugar–, quieras que lo frecuente, si eso es lo que deseas.

Los dos me miran interrogantes.

–Buen punto –Me vuelco para mirar toda la sala hasta el momento carente de todo–, no lo había pensado, pero aún no me he formado una idea cabal de su uso, en tanto hasta que no lo tenga claro no haré cambios.

–Entonces, ¿lo has de dejar así? –pregunta Marcos.

–Lo que han aportado a la sala no esta mal –y con mi mente observo esas transformaciones–, por el momento no veo razón de hacer algún tipo de modificación a vuestros aportes.

“Tengo una sala de Chat” pensaba para mi.

–No se, acabo de abrirla y ustedes son mis primeros visitantes –agrego–. Quizás.. ¿una sala privada? –entonces vuelco mi mirada hacia ellos–: ¿qué  piensan?

Ana se levanta y camina hasta el centro, y girándose nos observa. Luego de un momento de silencio: 

–¿Privada? ¿Y que función cumpliría una sala privada?

“Humm..” –me digo para mis adentros–, buena pregunta”

Marcos observaba la escena.

Mis visitantes se habían parado en el centro de la sala. 

–En principio –expreso para que me escucharan–, una sala donde podamos conocernos, opinar e intercambiar ideas. 

Como veo que ahora tenía toda su atención, agrego para dar más énfasis ya mirándolos más de cerca;

–Luego se verá –es cuando concluyo con–: si se diera el caso de modificar algo, lo pondremos a consideración. ¿Estáis de acuerdo?

Es cuando miro a Marcos y posteriormente a Ana. Ellos lo hacen entre sí, y finalmente:

–Vale –expresa ella.

–Bien –Responde él–, ¿pero si has de hacerla privada te convendría ponerle seguridad?

–¿Seguridad?

–Si –acota la chica–, los internautas acostumbramos a ir de aquí y de allá y si no tuviera seguridad.. –mirándome agrega–: lo que dijéramos en la sala, no sería tan privado, ¿no crees? 

–Por cierto, si la sala ha de seguir abierta –interviene Marcos– habrá que ponerle un nombre.

Me les quedo mirando, y es cuando cruza por mi mente: “tienen razón”.

–¿Qué les parece “Los chicos del interior” –Menciona locuazmente Ana– yo soy habitué de “Las Chicas de Alejandría” –y se detuvo un momento. 

“¡Que bien! –me decía para mis adentros–, hace apenas unos minutos no sabía que haría aquí, y ahora no sólo soy dueño de una Sala, sino que tiene un propósito, y eso gracias a éstos visitantes”

–¡Humm!  –Me doy vuelta y me detengo ante ellos–: ¿alguien de ustedes sabe de seguridad?

–Yo –Responde Marcos–. Soy estudiante de Ingeniería.

–Soy estudiante de Arquitectura –dice ella–, podría ayudarte a trabajar el interior.

–Bien –y los examino–. Marcos me ha ayudar con eso de la Seguridad.

Entonces vuelco mi mirada hacia Ana.

–“Los Chicos Sanduceros” le pondré de nombre.

–¿Y la clave? –dice ella–: ¿Cuál sería?

“¿Clave? –Me pregunto– ¡Cuánto me falta aprender!

Meditando un instante y tras escrutarlos respondo:

–Paysandú ¿Qué os parece?

–Vale –mencionan ambos.

–La próxima vez que nos encontremos estará el sistema de seguridad instalado, acuérdense de la clave. –y antes de irnos agrego–: ¡No entrarán!

–Si –recibo como repuesta, quedando solo en medio de la Sala.

“Esto puede llegar a ser interesante” pienso luego que mis visitantes se hayan retirado.  Entonces, es cuando decido hacer lo mismo.

 

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Segunda parte

-- Su diseño --

 

Había abierto la sala de chats sin saber que utilidad podría llegar a darle: la ayuda de estos visitantes fortuitos me abrió hacia un mundo que hasta este momento desconocía.

Marcos me ayudó mucho con el tema de la seguridad. Ahora, el ingreso a la sala esta codificado. Colocó un artilugio que se me antojó de otro mundo al costado de la puerta. A partir de ahora se ingresará mediante el uso de un escáner biométrico de iris y huellas digitales combinados. Primero deberá detectar la cara, luego una utilizar una huella digital, recién ahí se podrá acceder a la sala, no antes.

Si nada de eso funcionase, podiamos recurrir como última instancia a una clave alfanumérica como la que se me había ocurrido en la primera vez que accedí sin saber a ciencia cierta que propósito podría darle. Una clave muy diferente a la que se me ocurrió en su momento: “Paysandú”. Pero eso también fue idea de él.

Por otro lado, Ana, futura arquitecta, me resultó de gran ayuda con eso de la elección del mobiliario, las luces, y todo lo concerniente a su diseño interior. Ahora estaba lista para su inauguración.

Ya que la decoración de interiores posee su lógica detrás de un solo diseño, y los colores afectan nuestro estado de ánimo al igual que la ubicación de los objetos, se la remodeló siguiendo un criterio en donde la calidez, y el espacio en sí, 

sirvieran de eje motriz para moldear un estado de necesidad volcado en cara hacia sus visitantes.

Las paredes estaban pintadas de un color claro, no como el que ya tenía cuando alquilé el lugar, no, eran de un color cálido, acogedor, de esos que ayuda a compenetrarse con el entorno. En ellas se hallaban ocultos, unos parlantes empotrados.

Se instaló un ventanal donde habíamos pensado originalmente. Uno grande y luminoso donde un cortinado de tul lo cubría completamente. Sus marcos estaban cubiertos de madera más oscura para producir un efecto de contraste. Si se corrían sus cortinas se veía claramente el exterior: un  monte, pajarillos y animales en él.

Donde habría de estar el cuadro de Picasso, ahora había una estufa a leña. Sobre ésta, descansaba ahora una repisa de mármol recubierta de madera donde reposan fotos predominantemente.

Quedó dividida en dos grandes espacios, con uno más pequeño que auspiciaba de corredor.  

El primero era donde habíamos pensado que podría estar. En cuanto a su mobiliario, tenían un carácter  más intimista.

En él, ahora había un futón de tres cuerpos, cómodo, una mesa más grande, más rectangular aún más que la anterior, de estilo victoriano hecha de madera labrada. En sus esquinas había dos veladoras de pie fabricadas de metal. Una pequeña biblioteca y dos sillones del mismo estilo complementaban dicho espacio.

El segundo, el más grande, fue rellenado con puffs que iban desde medianos y lisos hasta grandes y rugosos; un arco para beisbol en pequeña escala, movible, y unas pelotas para tal fin.

Con ello se buscaba seguir un criterio más lúdico, donde uno pudiera descargar el stress, los problemas personales y ser, en definitiva uno mismo sin las presiones del exterior. 

En cuanto al recubrimiento del suelo, éste estaba cubierto por una capa de parquet de madera de eucaliptus con una única excepción: el sector lúdico. En ese espacio, existía un recubrimiento alfombrado fabricado de goma Eva.

Como dije. Había un tercer lugar, que auspiciaba de corredor uniendo el sector lúdico con el de meditación o estudio si ese fuese el caso. Recorría desde la entrada bordeando la pared derecha donde se encontraba el ventanal descrito anteriormente.

Quería hacer del sitio, un espacio de divertimento y descanso pero al mismo tiempo privado.

 

 

Tercera parte

-- La inauguración --

 

Cuando los veo llegar me acerco sonriendo y es cuando les digo:

–Gracias, sin la ayuda de ustedes este lugar no sería lo que es ahora –hago un gesto en forma de abanico con mis brazos cubriendo la totalidad de la Sala.

Había arribado instantes antes, encendido algunas luces y sintonizado una estación de radio que emitía melodías clásicas. Esta se escuchaba a través de los parlantes empotrados en las paredes, ocultos.

–Quedó muy bien –menciona Marcos sacándose la campera que llevaba consigo–,

no había estado por aquí desde la última vez cuando te instalé el sistema biométrico de seguridad.

Sus ojos recorrían el lugar.

Por su parte Ana sonriendo agrega:

–Muy bien –y termina por sacarse la casaca sosteniéndola en la mano.

–Pónganla ahí –y señalo con el brazo extendido hacia donde estaba el perchero.

Marcos es el primero en dejar su abrigo y cuando Ana comienza a depositar el suyo dice:

–Te escuché en la radio anoche hablando de la inauguración de Los Chicos Sanduceros”.

–Si para promocionarlo –respondo–, pero pónganse cómodos.

–Yo también –agrega Ana– En Radio Gurí.

–¿Y que les pareció la entrevista?

Ya íbamos en camino hacia el espacio intimista como a mi me gusta llamarlo. Ellos me seguían.

–Me gusta El Botija –Responde Ana caminando a través del pasillo desde atrás nuestro–, es un entrevistador muy particular.

–Yo también escucho la emisora cuando puedo –agrega Marcos ya entrando al espacio de conversación–, de hecho es una emisora que todos escuchamos cuando nos paseamos por los corredores que dan hacia las distintas salas de chateo.

–Si, mi padre los conoce pues es el encargado de la electricidad de ese lugar –Marcos se cruza las piernas y extiende sus brazos sobre la parte superior del futón.

–¿A si?

–El Botija es el Jefe locutor de esa emisora, Juancho es el Jefe de Emisión y Biblioteko es el encargado de la mediateca.

–Te olvidas de La Muñeca Inflable –agrega Ana mirando a Marcos, sentada en la otra punta del Futón.

–¿La Muñeca Inflable? –Digo.

–La Muñeca Inflable es la que lleva y trae toda la documentación que El Botija necesite para el desarrollo de la entrevista –Y agrega–: Es el gran amor de El Juancho.

–¡Ah! –termino diciendo–. Aquí estamos de vuelta reunidos, ¿de qué quieren hablar?

Tras una pausa donde sólo se escuchaba una melodía suave:

–¿Y tú en que te desempeñas? –dice Ana mirándome fijo.

–Soy psicólogo pero acá estoy cursando una maestría.

–¿De que tipo? –Agrega Marcos.

–Psicología social.

–Así que seremos tu conejillo de indias –Ana se ríe..

–No. Si ustedes no quieren participar en ello –digo haciendo lo mismo–: ¿Entonces?

Ambos se miran entre sí. Y tras un largo silencio aceptan no sin antes aclarar:

–Que sea un experimento.

–Vale, nos vemos mañana.

–Mañana –dicen al unísono.

 

 

Cuarta parte

-- Actividades --

 

Estaba escuchando Radio Gurí de fondo cuando los veo venir.

Primero entra Ana, me saluda de lejos al tiempo que deja su abrigo y su gorro en el perchero. Yo le hago un gesto para que se acerque.

–¿Escuchando al Botija Andrés? –Menciona riéndose.

–Si –Y bajo un poco el audio, no del todo. Reacomodo mis cosas esparcidas sobre la mesa y cierro un libro que tenía entre mis manos.

–¿No ha llegado Márcos? –Dice al tiempo que se sienta.

–No –Respondo al tiempo que le ofrezco un poco de café.

–¡Que sabor! –Expresa sosteniendo con las dos manos el pocillo–. un aroma pronunciado a fruta.

Ana cierra sus ojos y lo saborea.

–Es un moka.

–Me gusta pero prefiero el colombia –agrega–, posee un aroma más pronunciado, pero con un toque acidulado.

–¡Una experta me salió la diseñadora de interiores!

–No, que va –Ella iba  a agregar algo cuando entra Marcos.

–Escuchando Radio Gurí, ¿Hee? –comenta al terminar de dejar sus cosas y venir hacia nosotros.

Decido apagar la radio.

–¿De qué están hablando?

–Nada de particular –expreso.

–Mis padres me dice que pasó todo el día con Internet –menciona Marcos luego de sentarse en el futón– que no tengo amigos..

–¿Quieres hablar de ello?

Ana que estaba a su lado lo mira al tiempo que apoya la taza de café en la mesa.

–Es un maldito hijo de puta.

Un grito ahogado ardía por sus entrañas. 

–Calma –Me inclino hacia donde estaba y deposito una mano sobre su rodilla–, calma –repito.

–Mi padre es alcohólico, mujeriego y le pega a mi madre.

El era soltero, producto de una madre drogadicta y un padre alcohólico, quien nació para ser una lacra para la Sociedad pero demostró que con tesón y deseo se puede triunfar en la vida. En contra de todo pronóstico Marcos había logrado salir adelante no sin algún que otro problema psicológico.

–A mi me sucede algo diferente –Interviene Ana levantando la caja de cigarrillos de la mesa.

Enciende uno, y luego tras una profunda pitada agrega:

–Mis padres siempre me dieron amor, afecto y cariño. Ya de chica..

Yo la escuchaba hablar, expresarse, dejar fluir lo que por sus entrañas estaba tapiado. 

Todo lo que decía me demostraba que lo de alegre y social no era más que una simple tapadera. Lo que se escondía detrás de su vida en los espacios cibernéticos era lo importante.

Se había casado pero su matrimonio no duró mucho: un día cuando él llegó temprano a su casa encontró a su mujer con otra haciendo el amor. No lo pudo soportar y el matrimonio terminó por irse a pique. A partir de ahí, se había metido de lleno en el mundo de los foros y chats como forma de un escapismo. –Bueno por hoy ha sido bastante ¿no creen?

Ambos asienten.

 


Quinta parte

-- Revelaciones de desván --

 

Hoy me levanté temprano. Decidí ir a la Sala, más temprano de lo acostumbrado. 

Habiendo preparado mi buena taza de café decido poner en orden toda la información recabada hasta el momento sobre ellos y analizar como poder ayudarlos.

Esta vez el primero en llegar fue Marcos. Yo había sintonizado Radio Gurí y se escuchaba bajo a través de los parlantes.

Apago la emisora y con un gesto de la mano le digo:

–Adelante.

–Hola Andrés –Él dice y me extiende la mano.

–Hago lo mismo y lo invito a sentarse.

–Disculpame por lo de ayer.

–No tienes que disculparte –respondo–, tenías que exteriorizarlo.

Yo termino con el café que había comenzado a beber cuando Marcós llegó y le sonrío.

–Soy un puto pringao..

–¿Por que decis eso?

–Recuerdo un día lluvioso en que el frío calaba hasta la misma médula de los huesos cuando parado debajo de una farola observando a las personas que pasaban apuradas:

El  puto prindao que le han reventado la cara..cruzaba por su mente.

Inconscientemente tiraba lo que quedaba del cigarrillo sobre el pie de la farola acumulándose al resto.

Tampoco tu padre, hermano o nadie de tu puta familia. No quieres ser la señora jueza, ni siquiera ser tú

Volviendo a encender de nuevo otro cigarro mientras miraba hacia arriba, al ventanal que daba sobre un tercer piso. 

–Solo quieres salir corriendo del lugar en que te encuentras.

–Pero aquí en este espacio te sientes seguro –menciono luego de dejarlo hablar y hablar.

Ambos nos callamos al ver entrar a Ana.

–Hola chicos –dice ella al tiempo que cuelga sus pertenencias en el perchero y se encamina hacia dónde estámos.

–¿De qué hablaban?

–De cosas sin importancia –digo al tiempo que estiro mi mano para agarrar la cajetilla de cigarros.

Ella acomoda su cabellera rubia una vez sentada, suspira y nos mira a ambos. Sonríe.

–¿Y esa sonrisa?

–Estuve con Clara.

–¿Clara? –Los dos decimos al unísono.

–Si, es mi pareja.

Ella lo expresó en una forma tan natural que Marcós se quedó sin palabras. 

Yo por el contrario, que su pareja fuese del mismo género no me preocupaba absolutamente nada. Estaba sí más intrigado en saber más sobre cómo lo manejaba. Por ello:

–¿Quieres hablar de ello?

–La conocí en un Pub de levante, de esos que tantos hay –Enciende un cigarrillo, y se recuesta hacia atrás cerrando los ojos. El lugar se llenó de volutas de humo.

Ella estaba distendida, en tanto a Marcos se le notaba incómodo. Él se había tenido que arreglar por sí mismo y hacerse cargo de su hermanastro. Su madre, drogadicta, había tenido a Juan, sin planearlo siquiera. Este a los diez años le rompió un florero a su padrastro cuando quiso violentar sexualmente a su madre, luego de haber estado de parranda hasta altas horas de la noche, borracho como una cuba por supuesto. En defensa de su madre le rompió el florero, tomó a su hermanito y se fue de la casa. Nunca más volvió. Se hizo cargo de él, hasta que la policía intervino  por problemas entre pandillas. Los separaron.

Pero Ana, tuvo una vida muy distinta. Querida y amada  por su padre, fue hija única.

Siempre destacaba en la secundaria, tenía tres amigas inseparables, Raquel, Ines y Andrea.

–Por ese entonces tenía unos diecisiete años y había ido al Pub, ese el que se encuentra en el centro en la confluencia de la cuarta avenida con la 32 Sur. 

Yo la escuchaba, pero miraba a Marcos cada vez más inquieto.

Un momento –Le digo a ella que no paraba de hablar–, ¿te sucede algo?

Ella enfrascada en explicarnos como había conocido a Clara no se había percatado de como eso que nos contaba le había afectado a Marcos.

El se levanta y en dos zancadas va al sector lúdico de la sala, toma una de las pelotas de béisbol y la zampa contra la pared derecha, haciendo vibrar el ventanal. La pelota al volverse es agarrada por sus dos manos.

Me levanto y tras un largo forcejeo y ofuscación pone su cabeza sobre mi hombro  y no para de llorar.

–Tranquilo Marcos tranquilo –digo tratando de serenarlo–. ¿qué te sucede?

–La tia esta –y la señala con su brazo–, tan buena.

Ana estaba callada escuchando la escena.

Lo tomo de los hombros y comienzo a acercarme de nuevo al desván.

Nos sentamos, primero él, luego yo, cuando lo noto más tranquilo.  

–¿Quieres hablarnos por qué te pusiste así? –digo tras un breve silencio.

Ana no decía nada solo miraba.

–Siempre te quise desde que te vi la primera vez –Menciona sin dejar de mirarla. 

–¿Cuando? 

–¿Te acuerdas cuando..

Alguien le dejó una felicitación en la taquilla del colegio. 

–Ya sabes, una de esas bonitas tarjetas sensibleras y nada originales, de tamaño gigante, que venden en cualquier centro comercial. 

Ana se mueve incómoda en el asiento.

“Fernández”, piensa y entonces..

–¿Fuiste tú? 

–Si Ana fui yo. Te amaba en silencio y pero tú no te percatabas. estabas metida en eso de las animadoras de los juegos estudiantiles.

 –No sabía que sentías eso por mi –ella se gira e intenta agarrarle las manos y él las rechaza–, Marcos lo nuestro no puede ser, mi amor es por Clara.

–Lesbiana de mierda –responde–Me voy.

Y antes que yo pudiera decir nada Marcos se va de la Sala quedándonos nosotros dos.

Ella me mira y yo hago lo mismo.

–No sabía que..

Nos levantamos y la abrazo.

–Es que Marcós tuvo un pasado difícil. Y hay cosas que no puede comprender.

–No quería lastimarlo –ella se separa de mi–siempre dejaste claro que acá podemos decir lo que querramos.

–Es verdad –digo ya concluyendo la sesión– pero dime, ¿Te sientes mejor?

–En parte, eso siempre lo escondí pero lo de Marcos y lo que él siente por mi..

–No lo esperabas –digo concluyendo–. Es muy sensible aunque no lo quiera reconocer.

La acompaño hasta la puerta.

–Vos Andres lo que dije no te movió ni un pelo ¿verdad?

–No Ana.

–Hasta mañana.

–Hasta mañana y tranquila.

Ella sonríe, abre la puerta y antes de retirarse me mira.

–Vos tenes lo tuyo.

–¿Yo?

Lo último que vi de ella fue hacer un gesto con la mano como diciendo: “Vos ocultas algo también.”

Cuando se retiró yo estaba con una sonrisa en la boca.

 

 

Sexta parte

-- Posturas, inclinaciones y reflexiones --

 

Este día transcurrió tranquilo. Ordené mi material, y todo el revoltijo de cosas que habían sido desparramadas por toda la Sala. Al poco tiempo me fuí. 

Así transcurrió semanas sin acceder a ella.

De Marcos y Ana no supe nada; no dieron señal de vida desde la última vez que estuvimos reunidos.

Un día, estando en la Sala, me había preparado un rico café y puesto unas gotas de cognac dentro. Escuchaba jazz en tanto leía.

–¿Se puede?

Ensimismado en la lectura no me había percatado del ingreso de Marcos.

–Pasa –digo haciendo un gesto con la mano para que se acercase.

–¿Quieres un café?

–No gracias, vengo por poco tiempo –dice él parado frente a mi, lo que hace que yo haga lo mismo.

–Aprovechemoslo entonces –y con mi mano hago un gesto para que tome asiento.

El lo hace.

–¿Cómo estás?

–Ahora mejor –responde moviendo los dedos de sus manos en círculos– he estado peor.

–¿Quieres hablar de ello?

–He estado pensando sobre mi, mi hermano y mis padres, Andres.

–¿Si?

–Soy producto de como fui educado, cuando niño viví muchos maltratos de mi padre hacía mi madre.

Marcos mira hacia un costado, luego baja sus ojos hacia sus dedos evitando mirarme. Yo escuchaba.

–Estando sobrio él era bueno con nosotros pero no se podía resistir a una botella de alcohol –Con la cabeza gacha continúa su soliloquio–, se mataron una noche que llovía a cantaros. 

–¿Cómo fue? –menciono suavemente.

Él lloraba.

–Mi hermano y yo quedamos solos la noche que pasó. La policía vino a casa. Habían peleado en el camino como de costumbre cuando se pasaron un semáforo en rojo. 

Llorando prosiguió.

–Según el parte policial un carro dispuesto por la Municipalidad para la basura cruzó justo cuando ellos drogados y alcoholizados siguieron la marcha. Lo golpeó de costado. 

–¡Hay Marcos que tragedia! –digo abrazándolo.

Lloraba desconsoladamente.

–Luego del entierro nos vinieron a buscar para llevarnos a un auspicio de menores y la Municipalidad se hizo cargo de nosotros.

–Como era el mayor me tenía que ocupar de los pervertidos que en ese lugar existían. Por defenderlo y  cuidarme siempre terminaba castigado.

El silencio de la Sala era palpable.

–Dormíamos en un barrancón apretados y siempre los mayores abusaban de nosotros. Yo no quería lastimar pero me defendía.

Yo seguía escuchándolo.

–Recuerdo un anciano limpiador que vivía en el sótano que arreglaba todo lo que hubiera que arreglar. Él se apiadó de mí y me enseño a arreglar computadoras y algo de televisión.

Quedábamos ahí hasta que nos hacíamos mayores de edad. Cumplida ésta y sin nadie que se hiciera cargo la Municipalidad nos arrojaba a la calle.

Yo simplemente escuchaba.

–Un día vino una pareja de mediana edad en un chevrolet azul buscando un adolescente para tener pués no habían podido procrear. Ellos fueron buenos mientras duró. Me dieron un hogar y una educación pero a mi hermano no. Lo dejaron. Por esas personas adquirí una beca de estudios.

Y por eso es que  estoy en este lugar donde te conocí a tí Andrés.

–¿Que pasó con tu hermano? –pregunto.

–No lo he visto desde entonces y lo extraño.

Yo me levanto y lo abrazo, él lloraba desconsoladamente sobre mi hombro.

Es cuando llega Ana.

–¿Qué tal chicos? –Pero se queda callada al vernos abrazados. Marcos se limpia los ojos de tanto llorar y la mira cuando ella comienza a acercarse.

–¿Qué le pasa a Marcos? –dice al estar  juntos.

–Nada que deba preocuparte –digo sin más, y la invito a sentarse al igual que a él.

–¿Cómo va tu relación con Clara?

Antes que ella respondiera interviene él.

–Ana, debo pedirte disculpas por lo de los otros días pués..

Ella callada lo observa al tiempo que le escucha.

–Es que me había formado la idea de tener algo más contigo.

Ella calla.

–Estoy acostumbrada a que me traten así –Ana me mira a mi y luego a él–. gente así –y lo señala–, nunca pueden entender que el amor no tiene fronteras, ni género.

–Ana es que soy medio bruto al decir lo que pienso –él se endereza y gira hacia ella–, mi vida ha hecho que deba desenvolverme como pueda ya desde muy niño.

Ella lo escuchaba sin decir nada.

–Desde chico me tuve que revolver solo y cuidar de mi hermano pués mis padres..

–Te entiendo. –Ella lo hizo callar–. Yo he tenido que vivir escondiendo mis sentimientos y emociones, pues no cabía en esta sociedad machista. El hecho de ser lesbiana..

–Bueno, bueno –intervengo yo con un tono bajo y tranquilizador–. es hora de retirarnos.

–Ellos seguían hablando entre sí, ahora más acaloradamente. 

–Las inclinaciones sexuales no hay que encadenarlas –seguía diciendo ella– nacemos como nacemos.

–Si pero.. –respondía Marcos–. es algo contranatura, una aberración.

–Es la sociedad en que vivimos quien nos impone esos parámetros sexistas…

–Bueno chicos –digo yo y aplaudo fuerte para que me escuchen–. ¿Qué les parece si nos retiramos?

–Si –Dice ella.

–Ok –responde Marcos.

Ninguno se puso de acuerdo y cada quién mantuvo su opinión al respecto. Un desacuerdo total. 

Lo último que les dije fue que la Sala no iba a continuar abierta por mucho tiempo más, ya que tenía otros menesteres que llevar adelante y que les avisaría cuando sería el cierre definitivo.

Ambos me respondieron: adelante con ello.

Cuando se retiran procedo a apagar todo, ordenar la Sala e irme. 

 

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Epílogo

-- Reunificación --

 

Habían pasado dos meses desde la última vez que estuvimos reunidos. 

De ellos no sabía nada y tampoco había podido verlos. Presenté un nuevo libro sobre lo que sucedía a nivel de foros literarios y redes sociales, libro que tuvo una muy buena aceptación. 

Estando en mis cosas, recibo una notificación por parte de la Administración del colegio diciéndome que mi maestría allí, iba a finalizar y por ende, la Sala dejaría de existir. El Colegio entraba en la etapa de vacaciones por el advenimiento de la estación veraniega. 

Es entonces que decido reunir a Ana y Marcos para una última vez y despedirme de ellos.

Con una diferencia de unos diez minutos arriban ámbos.

–¿Y este cambio? –Dice Ana cuando entra y comienza a mirar las paredes.

–¿Te gusta?

Ella estaba como una niña chica completamente encantada y no dejaba de tocar cada cosa nueva. 

–¿A qué se debe? –me dice una vez sentada en el futón.

–Ya lo verás –respondo–, esperemos a Marcos.

–No lo soporto.

Sonrio en tanto le sirvo un café.

–Lo sé –y me cruzo de piernas con mi taza entre las manos–, son muy distintos con una historia muy disímil.

–Quise congeniar con él –ella da un gran sorbo al café y deposita la taza sobre la mesa de estilo victoriano–, más cuando se disculpó conmigo.

Yo asiento con la cabeza.

–Tuvo una infancia muy difícil –fue todo lo que le dije dejando por finalizado el tema de él–, y dime, ¿qué has hecho durante este tiempo?

Me iba a responder cuando vemos entrar a Marcos, y entonces ella se calla, en tanto yo hago un gesto para que se acerque a nosotros.

–¿Y todo este cambio a que se debe? –dice él una vez que dejase sus cosas en el perchero.

–Ya verás –le respondo.

–Hola Ana –le dice en forma seca.

–Hola –a secas recibe como repuesta. 

Cada uno se ubica en las esquinas del futón tratando de mantener distancia.

–¿Un té? –dirigiéndome a él con una taza servida.

–Gracias, paso.

–¿Qué has estado haciendo durante estos dos meses? –Le pregunto.

–Sobreviviendo –recibo como lacónica repuesta.

Ana incómoda se cruza de piernas y mira hacia otro lado pero sin prestar atención. Se le notaba incómoda.

–¿Notan algún cambio en la Sala?

–Si –responden al unísono enseguida..–. No.

No querían hablar, estaban incómodos.

–Miren bien –digo condescendientemente.

–El área lúdica –responde Ana tras un silencio.

–Si –hace lo mismo Marcos–, ¿Que pasó?

El sector lúdico había sido remodelado por completo. El área donde estaba la alfombra EVA estaba cubierto de una pared de yeso. Una puerta de madera cerrada daba hacia la sección de lectura y sesiones.

El pasadizo se había convertido más notorio por el hecho de dichos mamparos.

En el área del desván, que es el lugar en que frecuentemente estamos, se le agregaron dos sofás de dos cuerpos cada uno. El futón de tres cuerpos estaba dispuesto sobre la pared opuesta al ingreso de la Sala. Sobre la pared izquierda, había  uno de los sofás mencionado y sobre el pasillo, de espalda a la pared derecha la que poseía el ventanal, estaba el otro sofá. La mesa rectangular de estilo victoriano ocupaba el centro de dicho espacio que estaba diseñado para escuchar música, leer y tener un diálogo.

Allí estábamos. Sobre el techo había unos globos de colores.

–¿Qué festejamos? –dice Marcos.

–¿Qué crees?

–No se. ¿la amistad quizás?

Ana lo mira y con esos ojos oscuros como la noche pareciera decirle: tarado.

–Ahora verán –digo–: adelante Juan.

Un chico paliducho, mal alimentado de pocas palabras sale del área lúdica y da unos pequeños pasos y se queda parado frente a nosotros.

–No puede ser –Exlama Marcos y se levanta ipso facto–, mi hermano.

Prácticamente me atropella y se abraza a él. Los dos comienzan a llorar.

Tras un largo abrazo y caricias Marcos se vuelve hacia mí que seguía sentado con mi taza de café entre mis manos.

–¿Como es posible?

Ana que había estado observando toda la escena no entendía nada pero, la reunión de los hermanos la movilizó muchísimo.

–Acérquense –y les hago un gesto con la mano. 

Los dos se sientan en un sofá de dos cuerpos que miraba hacia la pared derecha donde estaba el ventanal y comienzan a hablar entre sí sin parar.

La miro a Ana que no entendía nada.

–¿Yo? –me dice al fin luego de la mirada que le hago y mantengo por un cierto tiempo.

Me río y dirijo la mirada hacia la puerta.

–Adelante Raquel, Ines y Andrea.

Comienzan a salir una una las mencionadas amigas de Ana.

Raquel, una muchacha menuda de veinte años se presentaba ante nosotros vestida 

Le sigue Ines, también menuda y por último Andrea, mas regordeta que las dos pero igual de bonita que sus amigas.

Las tres se ubican paralelas entre sí frente a nosotros.

–Noo –Dice Ana levantándose, no dando crédito a lo que veía. Corre hacia ellas y se abrazan.

Luego de un momento de emoción se sientan juntas en el futon las cuatro y comienzan a hablar entre ellas.

–¿Como fué posible..? –dice por fin Marcos.

Yo me rio y me vuelvo a girar hacia la puerta.

–Adelante Clara.

Una mujer mayor, no más que Ana sale del área y tras unos pasos se detiene ante nosotros. Se le notaba que estaba acostumbrada a la pasarela por los movimientos que hacía con la cadera.

Las tres amigas y Ana quedan mudas. Ana la mira y luego vuelca su mirada hacia mi, para luego:

–No puede ser –Dice y se abalanza a los brazos de su mujer.

Ahora tras ello y ya sentados cada uno en su lugar. Las amigas en el futón de tres cuerpos, Marcos y su hermano en el sofá de dos y.. Ana y Clara en el otro me miran integrrogádamente.

Tras reirme digo por fin:

–Adelante Esteban.

Un hombre un poco más bajo que yo, con un poco menos de edad se acerca riendo al salir del área lúdica.

Les presento al arquitecto de esta reunión y creador de la reunificación. Mi pareja sentimental.

–¿Comemos? –Y dirijo la mirada hacia donde habían estado los invitados.

 

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