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Los Relatos de Ruben

Cuando el corazón dicta

Cuando muere alguien siempre pensé muerto muerto está. La vida y la muerte, cara y cruz de una misma moneda.

El ciclo de la vida es así: nacemos, vivimos y morimos, crecemos, amamos y procreamos; nuestra simiente es nuestro legado; la encargada de seguir trasmitiendo nuestra esencia cuando ya no estamos más. Nuestro cuerpo ya hace tiempo que cumplió su ciclo, sólo queda en la generación que nos suplanta; en ella, el dejo de lo que alguna vez fuimos.

Cuando el recipiente del amor es el corazón y es éste, el amor, el motor que forja una unión a fuego, donde ésta última, la unión, de un momento a otro deja de estar presente pues su reloj biológico dejo de latir, es cuando el dolor se nos hace presente.

El ser muerto, muerto queda. El alma se desprende dejando al cuerpo como una mortaja, una camisa, tirada sobre un sofá. Una de las manifestaciones del dolor es cuando el amor y el afecto deja de ceñirse como una camisa sobre nuestra esencia desnuda, es cuando, un vacío rellena el hueco de un corazón roto; un mar de telarañas cuyo latir hace temblar los cimientos de lo que alguna vez fueran sentimientos. Cuando la luz del “porque” de nuestra existencia se ha ceñido en el último estertor de vida, es cuando mora el vacío dentro nuestro.

Si amamos sufrimos. Si sufrimos es porque exteriorizamos a través de cada poro de nuestra piel, lo que nos hace falta. Cuando la capacidad de amar desaparece lo que queda es un hueco que falta relleno.

El tiempo se dice que cura todo, pero.. es el dolor quien agrieta el centro neuralgico de ese espacio donde reside nuestra esencia y gesta nuestra capacidad de amar u, en otro caso.. el odiar.

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