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Los Relatos de Ruben

Dr Mathews

El auditorio de la Universidad se hallaba abarrotado de personas interesadas en escuchar al antropólogo extranjero, que se había desviado de su camino para hacer una disertación sobre las culturas e historias desde el mediados del medioevo hasta avanzado el siglo XIX.

–Estimados alumnos y alumnas, catedráticos, doctores, demos la bienvenida al Dr. Mathews –expresaba el Director de dicha Universidad el cual hizo un movimiento de cabeza hacia la izquierda aplaudiendo; un hombre pequeño, con gafas, un tanto obeso, sonriente, se acercó con un maletín en la mano.

–Gracias Dr Green –le dijo y le palmeó la espalda; el Director luego de ello se retiró; Mathews extrajo un fajo de documentos y los acomodó sobre el podio–, buenas tardes –expresó a continuación con su vista dirigida hacia la concurrencia.

–En la antigüedad –comenzó–, se consideraba que prensar a sus seres queridos en sus tumbas sería la solución para que sus almas no vagaran –tapó el micrófono con la mano–. Disculpen –he hizo un giro de cabeza hacia su derecha–: tendrían la amabilidad de..

Casi inmediatamente aparecieron una serie de imágenes sobre enterramientos hechos durante el período barroco en Europa, hasta que se estabilizó una de ellas.

–Gracias –dijo a continuación, y con su mano derecha movió el lápiz óptico que hasta ese momento reposaba encima del podio–. Los tapiaban como se muestra aquí, en ésta foto y en esta otra –Apareció una nueva con igual tenor; el láser marcaba cierta zona de las mismas –, hacían ello para que sus almas no vagaran y afligieran a los vivos.

Giró de nuevo la cabeza hacia adelante y depositó del dispositivo en su lugar.

–Siempre me pareció que eso era práctica de personas supersticiosas y afligidas –Mathews se puso de costado mirando hacia el monitor que se encontraba a su derecha, hacia el fondo; apareció una nueva fotografía–. ¡Aquí! –marcó con el láser ciertos aspectos de ella–, lo que les estoy mostrando, bien podría definirse como unos espectros levantándose en claro gesto de súplica desde sus tumbas. –Depositó el control sobre el podio y miró a su audiencia.

Dejó pasar unos segundos que parecieron prolongarse, a efectos de que la idea calase profundamente en la psiquis colectiva.

–Este tipo de imágenes, como la que he mostrado, forman parte de la iconografía religiosa desde el medioevo hasta principios del siglo XVIII –Con una de ellas congelada prosiguió hablando–: Si prestan atención, esas almas parecieran flotar con la intensidad y la densidad de la niebla.

El silencio en el auditorio era total.

–Su reclamación podría considerarse tan legítima como la nuestra –Dr. Mathews tosió; se giró y nuevamente y cambió a otra proyectada; ahora se veía un cuerpo de un afroamericano en descomposición flotando en una marisma–, dicha reclamación sería: el alma y su derecho a la subsistencia en conjunto con los seres vivos –concluyó.

–Dejó congelada la foto; pasó un minuto, luego dos.

–Se preguntarán ¿qué es esa foto que acaban de presenciar? –miró la nueva fotografía y luego giró su cabeza hacia el frente, pero casi inmediatamente, Matthews volvió a colocarse de costado e hizo un gesto que bien podría traducirse en un–: ¿hee?

Dejó que el tiempo se adueñara del auditorio. Luego agregó:
–Es la del cuerpo de Chesy Leblanc; había desaparecido después de violar a una niña negra, sin educación y detenida por prostitución. –A lo que acotó y ahora sí, se acomodó de frente–: Esa chica al momento de su deceso tenía tan sólo 19 años –apoyó sus manos sobre el marco del podio–; su cuerpo fue encontrado en estado de descomposición por un anciano afroamericano oriundo de New Orleans de nombre Elrod. –Cliqueó el control remoto y la fotografía anterior fue sustituida por la de un anciano meciéndose en el porche de su casa en las afueras de dicha metrópoli. El hombre estaba fumando un habano; sobre su regazo descansaba una carabina.

–Es, el que están viendo ahora. –Se puso de costado mirando nuevamente hacia el televisor que era en donde se proyectaban las imágenes; se quedó observándola.

–¿Qué cosa extraña encuentran en esa fotografía? –Dirigió el puntero hacia la misma.

Varias manos levantaron la mano; todas sus respuestas fueron respondidas. Alguna con mayor desglose, otras con menos, por último transcurrió un minuto de silencio, luego dos.

–Bien –dijo Mathews y señaló un punto al costado izquierdo del anciano–, allí –se detuvo y marcó toda la zona circundante–, ¿lo ven? –preguntó, y tras una leve pausa respondió–: lo que están apreciando es definido en algunas sociedades como espectro. De ser eso cierto ello, correspondería  al de un general confederado de pie apoyando su mano sobre el hombro de Elrod, y si tuviera que especular, diría que estaría como preparado para una toma fotográfica –Agregó.

–El General John Bell Hoods comandante del Cuarto de Caballería del Quinto Destacamento de Texas falleció en la isla que se encuentra a escasos metros de la vivienda de Elrod. –La imagen fue sustituida por una nueva fotografía, ahora una más antigua–, esta fotografía –dijo el Dr. Mathews–, ha sido extraída de la Biblioteca Nacional de Texas –con el puntero óptico remarcó la cara del General–; en ella aparecen media docena de soldados alrededor de un fogón, algunos de ellos haciendo guardia.

Pasaron uno a dos minutos. Las personas asentían calladamente.

–Observen la de ésta persona de la fotografía  y la de ésta otra.

Colocó ambas juntas; pasó el puntero por sus superficies. En la anterior, el láser pintó una zona sobre el espectro al lado de Elrod y Elrod específicamente, en la posterior y ciertamente más antigua, sobre una cara en concreto para luego ser desplazado hacia un fogonero que se hallaba arrodillado–. Vean el parecido; extraña coincidencia ¿no? –Dejó ambas imágenes congeladas–. Este último, el cocinero –Y lo remarcó con puntero óptico–, que parecido a Elrod tiene.

–Sepan que la coincidencia no existe. –Depositó el puntero encima del podio, se sacó los lentes y le pasó un paño. No dijo nada durante alrededor de un minuto.

–La de Elrod meciéndose en el porche fue sacada por la Policía de New Orleans hace dos semanas, en tanto la otra, fué extraída de los archivos de la Biblioteca Nacional de Texas. –Dejó que sus palabras calaran hondo, para luego decir–: dos imagenes que marcan tiempos distintos; ambas realizadas en la misma zona geográfica, en donde se aprecian dos individuos –Se pasó un pañuelo por la frente–. Uno corresponde a una persona fallecida durante la Guerra de la Secesión demostrado fehacientemente como lo demuestra el acta de deceso del General Confederado –tosió y se tapó la boca con un pañuelo–. El acta aparecía ahora cubriendo toda la superficie del monitor, luego cambió volviendo  aparecer las anteriores. Apoyó sus manos sobre el vano del podio–: pero .. ¿Elrod? –Y miró fijamente a su audiencia–. En dos fotografías sacadas en tiempos diferentes y tan distantes.

Tiró su cuerpo hacia atrás y dejó que pasara un minuto. Un minuto de silencio.

–¿Saben? No se ustedes, pero para mi es demasiada coincidencia. Pareciera que los muertos se levantaran de sus tumbas para flotar con la intensidad y la densidad de la niebla. –Una mano fue levantada–. Usted –y apuntó su mano hacia donde se hallaba–. ¿Dígame?



Más adelante - Bastardos Confederados.

–He superado cosas peores, no comprometa sus principios ni abandone su causa –Decía el General a Elrod –. Por alguna razón parece  que veo mejor el pasado que el futuro –El soldado estaba sentado sobre una mecedora a su lado–, intente tenerlo en cuenta; es lo mismo que cuando cargan sus cañones sobre herraduras en la arena.

Estaba lloviendo y tronaba.

–Parece que los cañonazos se dispararan eternamente –hacía una apología a los truenos; el general se mecía fumando un habano–, pero de pronto llega el silencio que es más ruidoso que una salva  de cañones. El General se levantó y miró a Elrod; hizo una venia y acotó: –Buenas noches Teniente.

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