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Los Relatos de Ruben

Relaciones

–¿Tenes algo con ella? 

Los ojos de Sarah lo decían todo: desde un fuego que minaba las entrañas hasta un anhelo que daba lugar a afligidas pujas. Aunque lo sintiera sobre mi, los ignoré. 

Habíamos ido al cumpleaños de Inés, la esposa de Henderson, un amigo en común.

Ahora estábamos retornando.

Al notar  que no le respondía, me insiste:

–Te vi fisgoneando con esa rubia esquelética.

Sus ojos manifestaban elocuentemente un reclamo; una repuesta clara, concisa.

–¡Hee!! –Desvío la mirada hacia ella, que hasta ese momento había estado fija en la ruta–. ¿De quién estás hablando?

En ese instante un camión atina a rebasarnos, no sin antes emitir el sonido del claxon.

–¡Cabrón! –Expreso, producto del susto de casi darnos un topetazo de frente.

–¿Inés? 

Fue cuando me vino a la mente.

Era con desgano, consistente de una fémina que suscita en uno, aún anuente, un deseo caprichoso de posesión. “Gustosilla como un fruto incipiente”, esa, era la mejor forma de describirla.

–Te vi –menciona–, primero, cuando nos presentaron, luego cuando te ausentaste..

“Si serás cabrón.” cruzaba por su mente aunque no lo expresara.

–No me dirás que..

–Observé como te miraba –Acota, al tiempo que encendía otro de los tantos cigarrillos de esa noche–. Nosotras las mujeres..

Los anhelos le habían estado carcomiendo desde mucho tiempo atrás; desde la misma médula de su instinto, el deseo de que realmente fuera suyo pujaba escudriñando..

–Cursamos el colegio juntos –manifiesto.

–Te vi que le tomaste de las manos –expresa girando su cabeza hacia mi –. Te he perdonado muchas cosas, pero esa flaquita que parecía no decir nada..

Por sus venas corría algo así como un espinal estigma tiznero que apuntaba hacia mi, y que aunque pujante, era una brisa que recitaba inmoralidad.

–¿Pero que bicho te picó?

No termino de formular la pregunta que tuve que frenar de golpe; un alce estaba detenido en medio de la ruta a escasos kilómetros de nuestra casa. Se quedó mirando fijo, directo a los focos. 

Cual un halcón sobrevolando los abismos de un mundo incipiente, oteando cual ave depredante, fluían raudas, imágenes por la mente de mi mujer.

Cuando conocí a Sarah dos años atrás en el cumpleaños de su mejor amiga, Ines, una noche de julio, le faltaba una materia para recibirse de ingeniera.

 Luego de algunos encuentros no carentes de sexo decidimos irnos a vivir juntos a mi departamento. Por ese entonces. Sarah había estado viviendo en el Campus Universitario.

Si bien la atracción en principio fue mutua, no todo se dio como ella esperaba.

Luego vino el embarazo.

Un embarazo que yo no quería.

Con un mes de gestación se hallaba inmersa en un mar de dudas. 

–¿Te acostaste con Inés?

La camioneta da un bandazo.

Mi mujer, poseedora de un temperamento que se podría asemejar a cuando el viento moldea las dunas, así, como el agua cuando zurrea a los cantos de una endurecida roca, que aunque vítrea, y en algunas ocasiones hasta lastimera, siempre ha estado dispuesta a una buena dosis de majadería.

–No.

–Mentiroso.

Entonces desvía su mirada; la que me había capturado y por la que tanto la amé.

Todo en ella, ha sido siempre un volcán en plena ebullición; uno que no era capaz de apaciguar las viseras, enclaustrando pasiones.

–Nunca fue para mí.

Y ya estando en las postrimerías de nuestra casa..

–Eras tú a la que siempre he amado.

Ella posa su mirada de piedra sobre mí.

–Tú –Resalto ya arribando a nuestra casa.

“Joder. Si siempre desafié su boca para que aún cohibiéndose se saciará” un pensamiento que estaba fluyendo por mi mente en forma completamente rauda.

Estando ya en el pórtico nos besamos, un beso tierno, pero cálido al tiempo que transmitía todo, disipando las dudas.

–Te quiero.

–Yo también.

Y entramos en nuestra casa.

Sarah acostumbraba a preparar un suculento desayuno: huevos revueltos, un vaso de zumo de naranja, yogurt con cornflakes y un sándwich  hecho de  pastrami y queso, incluso con alguna fruta en el medio, luego cada uno se iba por su lado.

Se marchaba para el Campus  a temprana hora en la mañana. Yo por mi parte, había adquirido un trabajo de medio tiempo en una escuela de actuación integral; estando allí y viendo como me desempeñaba, un buen día, ayudado por un profesor logré matricularme en un curso de comedia satírica.

Ocasión que no desaproveché.

Al estar embarazada es cuando comienzan los problemas entre nosotros.

“Cabrón” –pensaba para sí.

Mirando llover a través de la ventana del dormitorio, su mente vagaba por otros rumbos, en el hijo que llevaba dentro. Con un mes de gestación se hallaba inmersa en un mar de dudas.

Una mañana, en la hora del desayuno leyendo el matutino ella deposita una fuente de croissant sobre la mesa y luego enuncia: 

–¿No querrías unos niños corriendo por aquí? 

–No –respondo.

La sola idea de que Sarah quedase encinta no solo me sentaba mal sino que ni interés tenía siquiera de serlo por lo que seguí leyendo como desechando una mosca molesta.

–¿No? –Sirviéndose un vaso de leche, midiendo sus palabras farfulla en voz más alta–: ¿no?

Manteniendo la mirada fija hacia mi y al percatarse de que no pensaba decir nada se sentó.

–Es por Inés, ¿verdad? 

“Una calienta-braguetas”, era lo más cercano del carácter de Inés. Podría llegar a incitar una ardiente relación impetuosa, que hasta pudiere definirse como amedrente. Pero era eso. Sí me había acostado, claro que sí. ¿Quién no? Pero eso fue antes de conocer a quien más tarde se convertiría en mi mujer.

–¿Desde cuando andas con esa “OTRA”? –Me grita haciendo ademanes, moviéndose de un lado a otro por la sala de estar–. ¿Es que no soy suficientemente mujer para vos?

Ella ubicada frente a mí, mantenía una mirada extremadamente gélida.

“Cuando intento abordarte –en mi mente corría imágenes como un río turbulento–, tienes un “NO” como repuesta. –Ocupada –aduces.”

Ese pensamiento, que ha estado latente entre ceja y ceja, obnubilaba por completo todo tipo de emociones a las que me somete.

Esa presunción fue lo que me da cabida para expresarle violentamente:

–Claro, vos nena, sos inocentita ¿no? –A lo que, ya contraatacando fue cuando le destaco–: Siempre, con un “pero”.

–Vi la ropa interior, que no es la mía –Sarah se había sentado delante de mí–. ¡Nuestro colchón..!

Nos miramos a los ojos y el silencio se hizo palpable.

“Siempre atendiendo al señorito –pensaba para sí–; no sabía si iba o venía –aunque, para reafirmarse como mujer, se decía a sí misma–: Le esperaba con la comida caliente, y él dejando sus cosas por cualquier parte del departamento y por si fuera poco acostándose con una cualquiera

–¡Eres una frígida, mujer! –Agotado y cansado alego–: ¿Es que no soy suficientemente hombre para vos? Siempre que te busco, intento acercarme, me rechazas como si tuviera la peste. Ves hacer el amor como algo.. 

Me silencié  para dar más énfasis, luego de ese paréntesis donde las palabras caían como piedra en un costal reseño–: Peste, si. El que no debe ser lo suficientemente hombre para vos, debo ser yo.

“Carajo –me digo para mi, como tomándome tiempo para medir las consecuencias de mis palabras –: ¡Si resulta que soy yo el que tiene la culpa!”

–Pero, ¿quién piensas que soy? –exclama en ese momento–. ¿Una cualquiera? –y mostrando su cólera señaliza–: ¡Enfermo!

Instante en que sin pensar me tira un florero que pude esquivar apenas, el cual terminó estrellándose contra la pared.

“¡Carajo con esta loca!”, es lo que llegué a pensar, al tiempo que me tapaba la cara a consecuencia de los escombros.

–¿Qué? –Ella en silencio me observaba– ¿Es que no pensas decir nada?

Por sus venas corría algo así como un estigma tiznero apuntando hacia mi dirección, pero aunque pujante, resultaba ser una brisa que recitaba inmoralidad.

 

–Mira, ¿cómo podré explicártelo mejor? Nuestra relación ha sido todo un guante hasta que.. –entonces decido callarme, pero molesto, dado el tenor que había adquirido la conversación  por lo que termino con–: he sondeado cada parte de tu cuerpo con aplomo, pero lo tuyo era simplemente un arte decorativo; tanteo sin maña, moldeando así su diseño, queriéndote  deleitarte en cada recodo del él.

¡¡Vaya ventana que resultó ser esa conducta!! Querías pero no podías, te animabas y te retenías, pretendiendo tener un desinhibido atavío; caprichos que te  convertía vehemente por instantes y mordaz por otros, gestos que, hasta inconclusos como reticentes se podría especular.¿Entiendes ahora?

“Las veces que intenté hacerte el amor –corría como un río de lava por la mente mía–, la veces que quise abrazarte estando vos en la cocina, o en el living. Y las veces que me rechazabas.”

–¡Mierda, malparido! –Replicó, no sin antes propiciarme un sopapo en medio de la cara. 

Por un tiempo no hablamos, más luego..

–¿Es guapa? –Expresa mirándome a los ojos; el fuego que brotaba de ellos, cavaba en lo profundo de mi ser.

–¿Inés?

–¿De quién estamos hablando cabrón? –Dice  mirándome a los ojos–, ¿la Madre Teresa? 

Dando vuelta la cara hacia la caja de cigarrillos que había sobre la mesada sentí que su apetito por saber lo de la infidelidad era algo inconcluso, apetente pero en desuso.

–Si –digo al fin.

–Pero, ¿por qué?

–Por las veces que intenté hacerte el amor, la veces que quise abrazarte estando vos en la cocina, o en el living. Y las veces que me rechazabas.

Sarah vivía en un mundo de ilusiones rotas, donde la vida daba un salto entre aquello que ocultaba, y lo que quería ser. Y así fue dejando un vacío que moró  en mi alma; una distorsión adictiva y hasta carenciada cual un puzzle emocional, gestor de un afecto hastiante como roñoso. 

En cambio Inés ejercía sobre mí ese efecto vigorizante dada su mirada, que más de uno la podría llegar a catalogar de lasciva. Seduciendo, nadie la igualaba, al punto, que al menear con pachurriento desdén su cadera, tanto para hombres como mujeres, era una explosión de deseo latente. Su acercamiento, toda ostentación.

Cuando conocí a Inés llegaba tarde a la audición de una radio donde yo era uno más como aspirante a comediante. Para colmo mi vehículo se hallaba siempre en el taller; aunque fueren unos arreglos menores, no me lo entregaban pasados unos días. Fue cuando tomé el Metro y fue donde la vi.

Al hacerlo, siento que mi alma se plegaba ante un excitante deseo palaciego donde el tiempo parecía como que si se hubiera detenido. No me percaté del enjambre de almas que iban de un lado a otro, ni siquiera cuando me zurraban. Estaba inmutable, detenido en medio de una escalera.  Hasta ella parecía haberse confabulado con el entorno, con el momento.

Un momento que me permite simplemente llegar a disfrutarla, poseerla. Y todo gracias a “un quedo”.

Cual si fuera una gacela se aventuró dentro del vagón una vez que arribara al andén. 

Su aroma  me expone a ese mundo extraño y al mismo tiempo ignorado que pujaba por salir pero no había encontrado la ocasión de florecer, rompiendo así una aspereza fetichista percibida como la llama; cuál fuese lava carcomiendo mi  interior. 

Ese cambio pujante y escudriñante, forjado de una piel sobre otra de mi ser, 

aunado a unos tragos en un pub nocturno es que termino en su apartamento.

–Servite un trago –dice Inés desviando el abrazo– ahora vengo, me voy a poner más cómoda.

“¡Vaya! –Pensé en ese momento–, ¡si esta rebuena la piba! –Y para reafirmarme me dije para mis adentros–: ponete cómodo, que ésta se te da”.

“Pero, ¿a quién estoy tratando de convencer? –Si fue la piba la que, cerrando la puerta me despojó la camisa–. De hierro no soy”. 

“Si entre esa forma de moverse, el vaivén de su trasero, y su cintura, era para volver loco a cualquier cristiano. ¡Joder!” 

Hicimos el amor –¡y vaya como!

–¡Mierda, malparido! –Replica Sarah, no sin antes propiciarme un sopapo en medio de la cara.

– ¿Qué quieres de mí? –y me mira fijamente–: ¿no te das cuenta que me duele?

–Si. El que te sea infiel.

–En parte si –Me corta en seco la frase–. Me refiero a la penetración..

El silencio se hizo más latente, más palpable, más indescifrable a medida que esas palabras y su contenido, caían lentamente como gotas de lluvia en mi mente.

–Nunca me lo dijiste.

–Me daba vergüenza.

Nos miramos. El tiempo parecía haberse detenido. Sus ojos estaban conectados como trasmitiendo “ese algo” insustancial.

–Si. –Se puso a llorar desconsoladamente–. Pensé que tenía algo malo en mi y no me animaba a decírtelo. –Mirándome a los ojos concluye–: ¿Sabes? Llegué a pensar que si me eres infiel, serías feliz –a lo que, sin ganas aseveró–: aunque no me gustaba la idea de que así fuese.

–¿Por eso pensaste que tenía algo con Inés, verdad?

–Si.

“La hija de puta soy yo, tengo algo malo en mi cuerpo. Me duele la penetración y no logro el orgasmo” pensaba Sarah cuando me dijo el verdadero motivo de su preocupación.

–¡Sarah, mi amor! –Me acerco y la abrazo. –. Soy tu marido, debiste habérmelo dicho.

Con el abrazo, vino un beso. Un beso tierno. Aunque durara una eternidad.

–Lo arreglaremos –Le dijo suavemente–. Te amo.

Ella lloraba.

Con el pasar del tiempo Sarah se convirtió en una renombrada ingeniera. Tuvimos dos hermosos hijos y cuando parecía que todo nos iba bien..

En una oportunidad en un bar de noche con unos amigos después del trabajo tomando unas copas, Inés se me cruza inesperadamente e intercambiamos miradas.

Ambos, nos encontrábamos a un pelo de tocar nuestras pieles; nuestras miradas se entrecruzan y arrastran ante un fuego que horada hasta lo más profundo de mis entrañas. Entonces volvimos a hacer el amor.

Ya cuando, desentrañada mi consensuada ansia fanfarrona, que me carcomía lentamente es cuando decido retirarme.

La casualidad o el destino hizo lo suyo; Sarah saliendo del trabajo me vio salir junto a Inés pero no dijo nada. Esperó a que llegase y entonces..

–Todo este tiempo me has mentido, me has.. –Sarah se levanta de donde estaba, acomoda su cartera sobre el hombro izquierdo y dice–: no volveré a verte más. 

Deja el anillo de compromiso sobre la mesa.

Estando en la calle, y ofuscado a consecuencia de la discusión que tuvimos –el televisor y mi ropa volaron por la ventana hacia afuera–, la motoneta en que iba, se incrusta ante un camión de 18 ruedas siendo catapultado por el aire.

Reboto dos veces sobre la calle golpeando en el ínterin, contra una vidriera, pero de todo eso.. no llegué a percatarme.  


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