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Los Relatos de Ruben

Una fuente fiable

 

Según fuera el motivo del trabajo terminaba en un motel u otro. 

Siempre han sido de mala muerte, de bajo perfil, pues por la naturaleza de mi actividad eran los que mejor se adecuaban a mis necesidades del momento. Un ser anodino más, que hacía de esos lugares su residencia hasta que finalizara la razón de estar.

Al motel se accede mediante un camino empedrado que desemboca en el edificio principal donde esta la recepción, una sala donde se brinda desayuno o almuerzo, un baño para sus huéspedes y una escalera a la que se accede a la planta superior compuesta por ocho cuartos numerados. Estos últimos con un baño, una cama de dos plazas, un televisor, un pequeño recibidor y un par de muebles empotrados a su entrada cuya finalidad es la de acomodar la ropa, o lo que el visitante llevase consigo.

Por un camino de grava ubicado por fuera hacia la derecha se halla otro complejo habitacional de dos plantas. En él hay veinticuatro pequeñas viviendas repartidas en dos pisos que dan hacia el frente. Su característica es poseer acceso independiente. Yo elegí la más alejada y aislada que pude encontrar.

Ubicada sobre un lateral al fondo la habitación poseía un pequeño estar, un dormitorio, baño y una pequeña kitchenette para poder preparar la comida y nada más. Cierto, un televisor en la sala de estar sobre una repisa. Para mis necesidades el lugar cumplía con creces su cometido. 

Estando recostado fue cuando golpearon la puerta. 

Extraigo la glock, una pistola israelí que reposaba debajo de la almohada y me ubico a un lateral de la puerta de acceso. Cuando me dispongo a preguntar quién llama recibo como repuesta un sobre que me deslizan. Un viejo buick todo destartalado se marcha inmediatamente. Sus luces traseras fueron lo último que vi.

Miro lo que me dejaron y una vez cerciorado de que volvía a estar solo es cuando atino a levantarlo. 

Expongo todo su contenido sobre la cama a medio hacer. Había varias fotos, dinero en efectivo, tarjetas de crédito y acreditación, un móvil y una nota.

Esparzo todo en orden: las fotos por un lado, la misiva por otro, el dinero: fajos de billetes de baja denominación, las tarjetas, que me las guardo en un bolsillo. Entonces, me pongo a leer la nota.

Omar Gutiérrez, trabaja en una empresa farmacéutica en Treinta y Tres. Dos hijos. Divorciado. Hijo de Bernabé Gutiérrez fallecido y Ana Luisa Márquez. Vendió mercadería farmacéutica y datos confidenciales de “Química Industrial Treinta y Tres” a unos terroristas de Estero Bellaco.

Su cometido: eliminación del soplón, recuperación y posterior eliminación de datos vinculados a tal empresa farmacéutica .”

Dejo caer la nota sobre la cama y comienzo a mirar las fotos, al cabo de cierto tiempo empiezo por engramparlas siguiendo un patrón establecido.

Ya teniendo claro el panorama comienzo a recabar información sobre el “paquete”. Un término acuñado por mi para referirme al encargo. Lo primero que hago es averiguar dónde vive y cuáles son sus rutinas diarias para de esa forma recabar información sobre su vida.

Poseía un apartamento en un vetusto edificio de ladrillos a las afueras de la ciudad, y trabajaba como Gerente de Producción de “Química Industrial Treinta y Tres”, una empresa ubicada al oeste de la ciudad.

Posteriormente alquilo un apartamento que hacía tiempo que no era rentado, frente a su vivienda, y desde allí realizo todas las pesquisas que el caso necesitase a efectos de conseguir información.

Así fue como supe de que tenía un grado de neurosis bastante acentuado. Rutinario, resultó ser un hombre solitario, taciturno que no siempre vivió solo, se separó dos veces. Luego de un largo trajinar,  problemas de alcohol, encuentros con la policía por uso de estupefacientes ilícitos se convirtió en huraño y reservado, algo que no siempre fue. 

Tuvo dos hijos con Ana Luisa Márquez, su primera esposa que tras desavenencias con su pareja terminó divorciándose.

Una vez soltero se juntó con una mujer mucho más joven que él que lo condujo por la droga, estupefacientes y problemas con la policía. 

De esta última se separó, pero lo que una vez había sido un ser alegre, carismático y sociable pasó a ser huraño, solitario y reservado.

No todos lo que lo conocieron lo recuerdan así. 

De trato amable hacia sus subalternos, firme cuando la ocasión lo ameritaba, era recordado como un ser afable y amistoso. Otros por el contrario, cuando se había juntado con esa muchacha más joven no me dieron muy buenas referencias sobre él pero todos coincidieron con algo, luego de la separación y posterior unión con dicha muchacha jóven se convirtió en una persona irascible, que vivía descargando su mal humor entre sus subalternos. De pocas palabras, y menos amigos o conocidos, hacía cumplir las reglas del lugar severamente, al igual que se metía de lleno en el trabajo y exigía lo mismo a los demás. 

Su neurosis llegó al límite de no entrar a su vehículo si había gente alrededor; limpiaba con un pañuelo su interior antes de encender su motor.

Una noche de vigilia lo observaba moverse dentro a través de mis catalejos de visión nocturna. Encendió una luz estando de espalda hacia mí; acabado de levantarse del sofá ubicado en la sala principal fue en búsqueda de un par de cervezas al refrigerador que tenía en la cocina. Luego de hacerlo, la apagó volviendo a donde había estado para seguir viendo un partido de béisbol que transmitía la NBC.

Acostumbraba pasar por un Burger King los lunes antes de irse a su apartamento. En el lugar, no se quedaba más de diez minutos, y siempre la atendía la misma mujer, Gloria.

Entonces decido ir a conocerla y entender  un poco más sobre al “paquete” para de esa forma evaluar el momento más propicio para un encuentro cara a cara con él. 

Gloria, una mujer mofletuda, alegre por naturaleza siempre tenía una historia que contar. No tendría más que unos treinta y algo de años.

Estando sentado frente a un ventanal lateral que daba a un estacionamiento secundario con el periódico en el regazo ella se me acerca.

¿Qué se le ofrece? –Me observaba parada con una jarra de café en la mano izquierda.

 Levanto la vista y la observo

–Un café está bien, Gloria –Expreso con mi sonrisa más sincera que podía ofrecer, al tiempo que levantaba la taza en su dirección.

¿Me conoce señor..?

Le hice un gesto a la solapa donde su nombre estaba bien escrito.

Ruiz.

–¿Se le ofrece algo más patrón? –dijo a continuación, ahora, nuevamente con la jarra de café en la mano. 

Yo la miro.

– ¿Qué tal está ese revuelto con huevos y beicon? –y le señalo el cartel que estaba detrás de ella a unos metros con el índice extendido en esa dirección.

Su sonrisa se agrandó.

Excelente opción señor –girando su cabeza hacia donde acababa de señalar, lleva sus dedos sobre la boca y hace un chasquido con ellos en señal de aprobación– idea del jefe...

Llamame Oscar, Gloria.

Sí claro –hizo un ademán para retirarse– Oscar.

Un placer.

Se retira con una sonrisa entre sus labios y se dirige hacia otra mesa donde había otros comensales.

Al transcurrir el tiempo y durante mi estancia en ese pueblo comienzo a frecuentar el lugar.

Otra noche, estando por cerrar ella me dice:

–¿Omar? –Deposita la bandeja de comida y se sienta frente a mi–. Una persona muy tierna, siempre haciendo chistes y sus propinas..

Hacía ya días que venía observando los movimientos del paquete, incluso había entrado en su apartamento y puesto micrófonos así como cámaras en lugares discretos pero estratégicos al mismo tiempo.

La habitación en la que me hallaba estando de vigilia una noche, no poseía muebles alguno, la había elegido por su ubicación, pués frente al complejo de viviendas en que vivía ‘el encargo¨,  la vista al apartamento¨que él ocupaba se me hacía idónea para la función que me habían encomendado.

Desde hace tiempo, y teniendo en cuenta la tranquilidad del vecindario, y lo alejado respecto a la ciudad, me condujo a que alquilase ese lugar. 

Lo único que había en esa pieza era una mesa con tres monitores, una computadora y una silla ubicada en una ventana que daba frente por frente al edificio principal del complejo de viviendas.

La gente que en él moraba, o bien iban en sus propios vehículos, o bien en ómnibus cuya frecuencia oscilaba entre unos cuarenta y cinco minutos a una hora para llegar a sus trabajos en fábricas preponderantemente, pero también oficinas y torres de edificios. 

La mayoría de los habitantes del lugar eran empleados y empresas contratadas para mudanza, limpieza y cuidadores. Algún que otro conserje también.

Esa noche no llovía. El silencio cada tanto era roto por el ladrido de algún perro que se escuchaba de lejos, el ruido de algún televisor, o, el pasar de algún vehículo. Algunas discusiones sobre todo de ancianos que habitaban el complejo lograban romper la monotonía. Personas de joven edad discutían, tomaban cervezas y ponían música alta. Estaban un rato, una hora más o menos y se iban en sus vehículos o motonetas. 

Habiendo apagado la luz observaba con unos prismáticos de visión nocturna al ‘paquete’ moverse dentro.

Suena el teléfono y escucho como la grabadora de voz que se hallaba en una mesa detrás de mí se pone a funcionar.

–Hola –dice tomando el auricular de su teléfono con la mano izquierda.

–Buenas noches señor Gutierrez –se escuchó con un timbre metálico–, ¿cómo se encuentra?

–Mire, déjese de sandeces y vayamos al grano ¿que quiere esta vez?

–No tiene que hablar con ese tono –escucha Omar–, podemos ser civilizados y hablar como hombres de negocios.

–¿Qué clase de negocios puedo tener con usted si tiene a Juan de rehén?

–No lo vea así Señor Gutierrez. ya hemos negociado antes, si se refiere a su hijo, considerelo un salvoconducto para asegurarme que ha de cumplir. Supongo que sabe lo que tiene que hacer.

Mañana tendrá lo suyo siempre y cuando me devuelva a mi hijo.

~No esta en términos de discutir –Condecendientemente se escucha decir–, usted traigalo y nosotros le entregaremos a su bienamado.

Omar cuelga.

Con la luz apagada me recuesto en el respaldo de la silla, enciendo un cigarrillo y me pongo a meditar sobre lo ocurrido. Decido salir de mi cuartel de operaciones e irme al motel. 

El día siguiente fue atípico. 

Omar recibió una nota anónima; la leyó y la releyó hasta que optó por irse. Eran las siete de la tarde. Una hora temprano para él que acostumbraba a quedarse hasta avanzada la noche cuando se dirigió hacia su vehículo, un sedán cinco puertas azul aparcado en la zona reservada para la Gerencia y Jefe de Personal de Química Farmacéutica.

Se va temprano –le dijo el guardia del turno nocturno que hacía media hora que había ingresado.

Una gota de sudor caía sobre su frente.

Si –Mira su rolex– Un imprevisto.

Unos minutos después su vehículo corría por la carretera. 

Por mi parte decidí salir de la ciudad. Habiendo cotejado toda la información recabada hasta ese momento entendí que era hora de averiguar quién se escondía detrás del anonimato.

Omar estacionó su sedán azul en un apartado alejado de miradas indiscretas. A lo lejos se veían las luces del Burger. Miró el paquete que traía consigo en el asiento contiguo al conductor: tarareó una melodía silenciosa con sus dedos y observó. La luz de dos farolas tildaban, otras estaban apagadas y otras pocas, las menos, encendidas.

Yo observaba de lejos sobre un montículo con los prismáticos de visión nocturna. Vestido con equipo de camuflaje me hallaba cubierto por una sábana de hojas y palos caídos de los árboles que me rodeaban. Delante de mí tenía dispuesto un pequeño trípode también cubierto de hojarasca. Había camuflado la cara con estiércol por si alguien indebido decidiera pasearse por donde me hallaba. El estiércol ocultaba mi aroma de los sabuesos que pudieran estar rastreándome. 

Sobre él descansaba una de las reencarnaciones del AK-12 con mayor capacidad de tiro,  el AK-308 ruso con silenciador. 

Su característica de fuego es que tiene un calibre .308 Win de la OTAN, creado especialmente para rifles de francotirador con un alcance de unos mil quinientos metros sin perdida de caída.

El vehículo del ”paquete” se encontraba detenido frente a una barandilla que de cruzarla, caería al vacío por una pendiente de unos sesenta metros hasta el valle que se encontraba sobre sus pies. De lejos se veían las luces de la ciudad y por momentos algún avión sobrevolaba a gran altura y otros descendían para tomar pista en el aeropuerto.

No pasa mucho tiempo cuando tres vehículos se le acercan. Sólo se les veía sus luces titilando producto del terreno desigual. Es cuando dejo los prismáticos a mi lado y miro a través de la mira láser.

Dos humvees se detienen en seco al arribar manteniendo sus faros encendidos y un camión del ejército americano se posesiona en el medio. Varios soldados se ubican estratégicamente formando una formación tiṕica del ejército. Asegurado el perímetro baja un hombre alto, canoso con traje, enciende un habano y es cuando mira hacia el vehículo de Omar.

El gerente sale y se posiciona detrás de su vehículo manteniendo la distancia. Llevaba consigo un maletín. Por un momento nadie dice nada solo se observan. El hombre que se había bajado da de nuevo una pitada al habano y con el pie izquierdo lo apaga. Entonces..

–Señor Gutierrez, nos volvemos a ver.

Eso parece.

–Trae la mercancía –el hombre hace un gesto con su mano en la dirección de Omar.

–Aca la tengo –levanta el brazo y mueve el maletín de arriba a abajo–, ¿y usted?

El hombre hace un asentimiento con su cabeza y con los dedos hace seña a quien tenía sobre su derecha quien se gira hacia el camión. De ahí sale un muchacho joven, desgarbado y sucio con una venda sobre sus ojos, quien acercan dos fornidos hombres.

El hombre haciendo un gesto lo obliga a quedarse detrás de él y vuelca su mirada hacia Omar con un gesto que le muestre su contenido.

Da dos pasos al frente y depositando sobre la grava al maletín procede a abrirlo. Luego procede a dar dos pasos hacia atrás y coloca sus manos apoyándose una sobre la otra por delante.

El hombre hace un gesto de nuevo con sus manos y otro, el de la izquierda se acerca y lo observa. Saca un frasco y con un aparato lo revisa, luego se gira y le hace un gesto a su jefe.

El jefe esboza una sonrisa y gira su cabeza hacia donde se encuentra el hijo de Omar.

Tres pasos por delante el hombre que lo estaba llevando le inserta tres puñaladas por detrás haciéndolo caer.

–No –grita el padre intentando acercarse y es frenado por una ráfaga de proyectiles a escasos centímetros de su pies haciéndolo frenar de golpe.

Es cuando un proyectil golpea en la frente del disparador e inmediatamente otro acierta al jefe. 

Omar se mete de lleno debajo de su vehículo al ver que varios hombres disparaban sus armas hacia donde él estaba y sin saber hacia donde giraban sus armas intentando ponerse a resguardo.

Otra serie de proyectiles impactan de lleno en dos más. Luego el silencio.

Sólo las luces de los focos de los vehículos militares iluminan una escena fantasmagórica. Omar no me ve venir, arrodillado ante el cadáver de su hijo lo abraza y lo acuna llorando.

A un costado, estaba el maletín cerrado, sobre los costados varios cuerpos de soldados muertos y algunos heridos.

A medida que me voy acercando les voy colocando una bala en la cabeza a muertos o heridos indistintamente con la pistola Glock.

Su jefe se arrastraba sobre la grava, no estaba seriamente herido cuando me ve acercarme.

–Coronel Fernández –le digo posicionándome sobre sus pies.

El aludido se ubica apoyando su espalda sobre el tronco de un árbol y me mira.

–Teniente Ruiz.

–¿Va a terminar el trabajo?

Asiento con la cabeza al tiempo que habiendo depositado el rifle sobre mis pies y guardado la pistola, saco de un bolsillo del equipo de combate una cajetilla de cigarros, enciendo uno y trás una larga pitada se lo coloco en la boca.

El coronel deja el cuchillo que tenía en una mano y lo deja caer sobre su regazo entonces me mira y tras un largo rato de silencio dice:

–Usted fue un buen subalterno, se acuerda de..

Los recuerdos de la batalla en Mosul me vienen  a la mente.

Por ese entonces era el instructor de francotiradores y  él, mi superior directo. 

Corría finales de diciembre de 2013 y por esa época los enfrentamientos entre las milicias tribales, las fuerzas de seguridad y el grupo terrorista Estado Islámico eran muy frecuentes.

Durante ese período yo y un grupo de soldados conformabamos un pequeño pelotón comandados por el coronel Fernandez. Los datos de inteligencia nos habían situado en una posición idónea para capturar al lider de las milicias rebeldes Abdel Alí.

El coronel esboza una sonrisa en tanto un hilo de sangre le cae desde la comisura de su boca.

–Un tiro limpio –El coronel tose ahogándose en su propia sangre pero articula lo más parecido a una sonrisa–, ¿A que distancia estamos del objetivo?

Abdel Alí, un hombre regordete, de cara mofletuda  cruzó dos veces  por el ventanal del edificio. Tenía consigo una resma de documentos que por los gestos se notaba que los estaba refregando a un subalterno. Calculé la parábola que haría el proyectil, la intensidad del viento y apunté más arriba dos centímetros a la izquierda, pasando el marco superior de la ventana y disparé.

–Mil quinientos metros mi coronel.

–Era algo imposible de lograr y usted lo hizo impecablemente.

Nos cubría la arena completamente.

Usted era el mejor francotirador que teníamos –con una mano le tomo de la cabeza y le ayudo a tomar un trago de cognac.

–Gracias mi coronel.

Me mira y cierra los ojos percibiendo el desenlace.

–Sabe lo que tengo que hacer Mi coronel

–Si. yo mismo lo  entrené –¿se acuerda?

–Por supuesto

le dejo respirar el aire puro y estar en silencio.

Con precisión y rápidamente, le corto la yugular, haciendo que enseguida brote gran cantidad de sangre que empapa su ropa.

Es cuando me cuadro ante el cadaver de que alguna vez fuera mi superior y mi amigo. 

Luego me doy media vuelta y es cuando me acerco a donde se encontraba Omar.

–Ya pasó Gutierrez –digo poniendo mi mano sobre su hombro–, ya pasó.

El hombre en shock ni cuenta se da, sigue abanicando al cadáver de su hijo pronunciando frases inconexas.

–Ya pasó –Repito.

Me mira y sin reconocerme vuelve a abrazar a su hijo. Yo estaba parado por detrás con el rifle colgado sobre mi hombro y los prismáticos sobre el cuello.

–Ese material no puede caer en manos ajenas –digo señalando el maletín.

–Estaba siendo chantajeado –me dice mirando hacia mi lugar estando en cuclillas con el cadáver de su hijo entre sus pies.

–Lo sé por eso actuaba así –miro hacia su coche–, suba y aléjese yo me encargo.

–No lo puedo dejar. 

–Si puede, yo me encargo –Lo ayudo a levantarse.

–Solo aléjese lo más que pueda y no mire atrás.

Como sonámbulo pensando que ha sido una pesadilla se sube a su sedan azul y lo pone en marcha y antes de moverse me mira un momento.

–Iré preso –pregunta.

–No, si me hace caso.

Lo pone en reversa hace un giro y se retira lentamente, lo veo partir. Con el rifle al hombro, mis prismáticos y la pistola en su lugar y haber fumado un cigarrillo en el silencio de la noche es cuando hago la llamada.

–El paquete esta en marcha, haced la limpieza –Entonces cuelgo.

Al poco tiempo se escucha el sonido de un Sikorsky S-67 Blackhawk, un helicóptero de combate acercándose. Vienen a buscarme para llevarme a la base. 

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Nota aparte.

Luego de la llamada tres grupos de trabajo se pusieron en marcha al unísono. Dos de ellos estaban conformados por vehículos de limpieza de edificios y viviendas, el primero encargado de no dejar rastro alguno en el pequeño apartamento que había rentado frente a la vivienda del gerente y teatro de operaciones, el segundo encargado de la limpieza de la habitación del motel, una empresa de fumigaciones. el tercero en el Sikorsky S-67 Blackhawk levantando los muertos y limpiando la escena. 

Pasado cierto tiempo luego de haber arribado el helicóptero militar, una encargada de limpieza en el aeropuerto entra a un baño de hombres en cuya puerta se aprecia un cartel que dice: “Fuera de Servicio”.

Se  dirige a un casillero con llave, marca unos números y extrae el maletín del gerente  que había sido previamente depositado. Luego se retira.

Era la encargada del operativo que supervisaba los trabajos de limpieza en los teatros de operaciones. 

Su verdadero nombre es Anabel Fernandez que ostenta el grado de Mayor del Ejército.

Respecto a Omar, resta decir que la sorpresa se adueñó de él. A los pocos días se abrazaba con su hijo Juan, al que habían tenido de rehén no dando crédito a que estuviese vivo. Y una nota junto a él, Le había hecho creer al gerente la muerte de su hijo. Lo necesitaba así para generar más credibilidad.

Recibió una nota con un agradecimiento anónimo por ayudar a desbaratar una banda que traficaba con mercadería de alto contenido virósico junto con un boleto para él y sus hijos a las Bahamas, portando una nueva identidad, tarjetas de crédito y una cuenta bancaria para todos. 

 Tiempo después me asignan una nueva misión.


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