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Los Relatos de Ruben

Relatos

Una fuente fiable

 

Según fuera el motivo del trabajo terminaba en un motel u otro. 

Siempre han sido de mala muerte, de bajo perfil, pues por la naturaleza de mi actividad eran los que mejor se adecuaban a mis necesidades del momento. Un ser anodino más, que hacía de esos lugares su residencia hasta que finalizara la razón de estar.

Al motel se accede mediante un camino empedrado que desemboca en el edificio principal donde esta la recepción, una sala donde se brinda desayuno o almuerzo, un baño para sus huéspedes y una escalera a la que se accede a la planta superior compuesta por ocho cuartos numerados. Estos últimos con un baño, una cama de dos plazas, un televisor, un pequeño recibidor y un par de muebles empotrados a su entrada cuya finalidad es la de acomodar la ropa, o lo que el visitante llevase consigo.

Por un camino de grava ubicado por fuera hacia la derecha se halla otro complejo habitacional de dos plantas. En él hay veinticuatro pequeñas viviendas repartidas en dos pisos que dan hacia el frente. Su característica es poseer acceso independiente. Yo elegí la más alejada y aislada que pude encontrar.

Ubicada sobre un lateral al fondo la habitación poseía un pequeño estar, un dormitorio, baño y una pequeña kitchenette para poder preparar la comida y nada más. Cierto, un televisor en la sala de estar sobre una repisa. Para mis necesidades el lugar cumplía con creces su cometido. 

Estando recostado fue cuando golpearon la puerta. 

Extraigo la glock, una pistola israelí que reposaba debajo de la almohada y me ubico a un lateral de la puerta de acceso. Cuando me dispongo a preguntar quién llama recibo como repuesta un sobre que me deslizan. Un viejo buick todo destartalado se marcha inmediatamente. Sus luces traseras fueron lo último que vi.

Miro lo que me dejaron y una vez cerciorado de que volvía a estar solo es cuando atino a levantarlo. 

Expongo todo su contenido sobre la cama a medio hacer. Había varias fotos, dinero en efectivo, tarjetas de crédito y acreditación, un móvil y una nota.

Esparzo todo en orden: las fotos por un lado, la misiva por otro, el dinero: fajos de billetes de baja denominación, las tarjetas, que me las guardo en un bolsillo. Entonces, me pongo a leer la nota.

Omar Gutiérrez, trabaja en una empresa farmacéutica en Treinta y Tres. Dos hijos. Divorciado. Hijo de Bernabé Gutiérrez fallecido y Ana Luisa Márquez. Vendió mercadería farmacéutica y datos confidenciales de “Química Industrial Treinta y Tres” a unos terroristas de Estero Bellaco.

Su cometido: eliminación del soplón, recuperación y posterior eliminación de datos vinculados a tal empresa farmacéutica .”

Dejo caer la nota sobre la cama y comienzo a mirar las fotos, al cabo de cierto tiempo empiezo por engramparlas siguiendo un patrón establecido.

Ya teniendo claro el panorama comienzo a recabar información sobre el “paquete”. Un término acuñado por mi para referirme al encargo. Lo primero que hago es averiguar dónde vive y cuáles son sus rutinas diarias para de esa forma recabar información sobre su vida.

Poseía un apartamento en un vetusto edificio de ladrillos a las afueras de la ciudad, y trabajaba como Gerente de Producción de “Química Industrial Treinta y Tres”, una empresa ubicada al oeste de la ciudad.

Posteriormente alquilo un apartamento que hacía tiempo que no era rentado, frente a su vivienda, y desde allí realizo todas las pesquisas que el caso necesitase a efectos de conseguir información.

Así fue como supe de que tenía un grado de neurosis bastante acentuado. Rutinario, resultó ser un hombre solitario, taciturno que no siempre vivió solo, se separó dos veces. Luego de un largo trajinar,  problemas de alcohol, encuentros con la policía por uso de estupefacientes ilícitos se convirtió en huraño y reservado, algo que no siempre fue. 

Tuvo dos hijos con Ana Luisa Márquez, su primera esposa que tras desavenencias con su pareja terminó divorciándose.

Una vez soltero se juntó con una mujer mucho más joven que él que lo condujo por la droga, estupefacientes y problemas con la policía. 

De esta última se separó, pero lo que una vez había sido un ser alegre, carismático y sociable pasó a ser huraño, solitario y reservado.

No todos lo que lo conocieron lo recuerdan así. 

De trato amable hacia sus subalternos, firme cuando la ocasión lo ameritaba, era recordado como un ser afable y amistoso. Otros por el contrario, cuando se había juntado con esa muchacha más joven no me dieron muy buenas referencias sobre él pero todos coincidieron con algo, luego de la separación y posterior unión con dicha muchacha jóven se convirtió en una persona irascible, que vivía descargando su mal humor entre sus subalternos. De pocas palabras, y menos amigos o conocidos, hacía cumplir las reglas del lugar severamente, al igual que se metía de lleno en el trabajo y exigía lo mismo a los demás. 

Su neurosis llegó al límite de no entrar a su vehículo si había gente alrededor; limpiaba con un pañuelo su interior antes de encender su motor.

Una noche de vigilia lo observaba moverse dentro a través de mis catalejos de visión nocturna. Encendió una luz estando de espalda hacia mí; acabado de levantarse del sofá ubicado en la sala principal fue en búsqueda de un par de cervezas al refrigerador que tenía en la cocina. Luego de hacerlo, la apagó volviendo a donde había estado para seguir viendo un partido de béisbol que transmitía la NBC.

Acostumbraba pasar por un Burger King los lunes antes de irse a su apartamento. En el lugar, no se quedaba más de diez minutos, y siempre la atendía la misma mujer, Gloria.

Entonces decido ir a conocerla y entender  un poco más sobre al “paquete” para de esa forma evaluar el momento más propicio para un encuentro cara a cara con él. 

Gloria, una mujer mofletuda, alegre por naturaleza siempre tenía una historia que contar. No tendría más que unos treinta y algo de años.

Estando sentado frente a un ventanal lateral que daba a un estacionamiento secundario con el periódico en el regazo ella se me acerca.

¿Qué se le ofrece? –Me observaba parada con una jarra de café en la mano izquierda.

 Levanto la vista y la observo

–Un café está bien, Gloria –Expreso con mi sonrisa más sincera que podía ofrecer, al tiempo que levantaba la taza en su dirección.

¿Me conoce señor..?

Le hice un gesto a la solapa donde su nombre estaba bien escrito.

Ruiz.

–¿Se le ofrece algo más patrón? –dijo a continuación, ahora, nuevamente con la jarra de café en la mano. 

Yo la miro.

– ¿Qué tal está ese revuelto con huevos y beicon? –y le señalo el cartel que estaba detrás de ella a unos metros con el índice extendido en esa dirección.

Su sonrisa se agrandó.

Excelente opción señor –girando su cabeza hacia donde acababa de señalar, lleva sus dedos sobre la boca y hace un chasquido con ellos en señal de aprobación– idea del jefe...

Llamame Oscar, Gloria.

Sí claro –hizo un ademán para retirarse– Oscar.

Un placer.

Se retira con una sonrisa entre sus labios y se dirige hacia otra mesa donde había otros comensales.

Al transcurrir el tiempo y durante mi estancia en ese pueblo comienzo a frecuentar el lugar.

Otra noche, estando por cerrar ella me dice:

–¿Omar? –Deposita la bandeja de comida y se sienta frente a mi–. Una persona muy tierna, siempre haciendo chistes y sus propinas..

Hacía ya días que venía observando los movimientos del paquete, incluso había entrado en su apartamento y puesto micrófonos así como cámaras en lugares discretos pero estratégicos al mismo tiempo.

La habitación en la que me hallaba estando de vigilia una noche, no poseía muebles alguno, la había elegido por su ubicación, pués frente al complejo de viviendas en que vivía ‘el encargo¨,  la vista al apartamento¨que él ocupaba se me hacía idónea para la función que me habían encomendado.

Desde hace tiempo, y teniendo en cuenta la tranquilidad del vecindario, y lo alejado respecto a la ciudad, me condujo a que alquilase ese lugar. 

Lo único que había en esa pieza era una mesa con tres monitores, una computadora y una silla ubicada en una ventana que daba frente por frente al edificio principal del complejo de viviendas.

La gente que en él moraba, o bien iban en sus propios vehículos, o bien en ómnibus cuya frecuencia oscilaba entre unos cuarenta y cinco minutos a una hora para llegar a sus trabajos en fábricas preponderantemente, pero también oficinas y torres de edificios. 

La mayoría de los habitantes del lugar eran empleados y empresas contratadas para mudanza, limpieza y cuidadores. Algún que otro conserje también.

Esa noche no llovía. El silencio cada tanto era roto por el ladrido de algún perro que se escuchaba de lejos, el ruido de algún televisor, o, el pasar de algún vehículo. Algunas discusiones sobre todo de ancianos que habitaban el complejo lograban romper la monotonía. Personas de joven edad discutían, tomaban cervezas y ponían música alta. Estaban un rato, una hora más o menos y se iban en sus vehículos o motonetas. 

Habiendo apagado la luz observaba con unos prismáticos de visión nocturna al ‘paquete’ moverse dentro.

Suena el teléfono y escucho como la grabadora de voz que se hallaba en una mesa detrás de mí se pone a funcionar.

–Hola –dice tomando el auricular de su teléfono con la mano izquierda.

–Buenas noches señor Gutierrez –se escuchó con un timbre metálico–, ¿cómo se encuentra?

–Mire, déjese de sandeces y vayamos al grano ¿que quiere esta vez?

–No tiene que hablar con ese tono –escucha Omar–, podemos ser civilizados y hablar como hombres de negocios.

–¿Qué clase de negocios puedo tener con usted si tiene a Juan de rehén?

–No lo vea así Señor Gutierrez. ya hemos negociado antes, si se refiere a su hijo, considerelo un salvoconducto para asegurarme que ha de cumplir. Supongo que sabe lo que tiene que hacer.

Mañana tendrá lo suyo siempre y cuando me devuelva a mi hijo.

~No esta en términos de discutir –Condecendientemente se escucha decir–, usted traigalo y nosotros le entregaremos a su bienamado.

Omar cuelga.

Con la luz apagada me recuesto en el respaldo de la silla, enciendo un cigarrillo y me pongo a meditar sobre lo ocurrido. Decido salir de mi cuartel de operaciones e irme al motel. 

El día siguiente fue atípico. 

Omar recibió una nota anónima; la leyó y la releyó hasta que optó por irse. Eran las siete de la tarde. Una hora temprano para él que acostumbraba a quedarse hasta avanzada la noche cuando se dirigió hacia su vehículo, un sedán cinco puertas azul aparcado en la zona reservada para la Gerencia y Jefe de Personal de Química Farmacéutica.

Se va temprano –le dijo el guardia del turno nocturno que hacía media hora que había ingresado.

Una gota de sudor caía sobre su frente.

Si –Mira su rolex– Un imprevisto.

Unos minutos después su vehículo corría por la carretera. 

Por mi parte decidí salir de la ciudad. Habiendo cotejado toda la información recabada hasta ese momento entendí que era hora de averiguar quién se escondía detrás del anonimato.

Omar estacionó su sedán azul en un apartado alejado de miradas indiscretas. A lo lejos se veían las luces del Burger. Miró el paquete que traía consigo en el asiento contiguo al conductor: tarareó una melodía silenciosa con sus dedos y observó. La luz de dos farolas tildaban, otras estaban apagadas y otras pocas, las menos, encendidas.

Yo observaba de lejos sobre un montículo con los prismáticos de visión nocturna. Vestido con equipo de camuflaje me hallaba cubierto por una sábana de hojas y palos caídos de los árboles que me rodeaban. Delante de mí tenía dispuesto un pequeño trípode también cubierto de hojarasca. Había camuflado la cara con estiércol por si alguien indebido decidiera pasearse por donde me hallaba. El estiércol ocultaba mi aroma de los sabuesos que pudieran estar rastreándome. 

Sobre él descansaba una de las reencarnaciones del AK-12 con mayor capacidad de tiro,  el AK-308 ruso con silenciador. 

Su característica de fuego es que tiene un calibre .308 Win de la OTAN, creado especialmente para rifles de francotirador con un alcance de unos mil quinientos metros sin perdida de caída.

El vehículo del ”paquete” se encontraba detenido frente a una barandilla que de cruzarla, caería al vacío por una pendiente de unos sesenta metros hasta el valle que se encontraba sobre sus pies. De lejos se veían las luces de la ciudad y por momentos algún avión sobrevolaba a gran altura y otros descendían para tomar pista en el aeropuerto.

No pasa mucho tiempo cuando tres vehículos se le acercan. Sólo se les veía sus luces titilando producto del terreno desigual. Es cuando dejo los prismáticos a mi lado y miro a través de la mira láser.

Dos humvees se detienen en seco al arribar manteniendo sus faros encendidos y un camión del ejército americano se posesiona en el medio. Varios soldados se ubican estratégicamente formando una formación tiṕica del ejército. Asegurado el perímetro baja un hombre alto, canoso con traje, enciende un habano y es cuando mira hacia el vehículo de Omar.

El gerente sale y se posiciona detrás de su vehículo manteniendo la distancia. Llevaba consigo un maletín. Por un momento nadie dice nada solo se observan. El hombre que se había bajado da de nuevo una pitada al habano y con el pie izquierdo lo apaga. Entonces..

–Señor Gutierrez, nos volvemos a ver.

Eso parece.

–Trae la mercancía –el hombre hace un gesto con su mano en la dirección de Omar.

–Aca la tengo –levanta el brazo y mueve el maletín de arriba a abajo–, ¿y usted?

El hombre hace un asentimiento con su cabeza y con los dedos hace seña a quien tenía sobre su derecha quien se gira hacia el camión. De ahí sale un muchacho joven, desgarbado y sucio con una venda sobre sus ojos, quien acercan dos fornidos hombres.

El hombre haciendo un gesto lo obliga a quedarse detrás de él y vuelca su mirada hacia Omar con un gesto que le muestre su contenido.

Da dos pasos al frente y depositando sobre la grava al maletín procede a abrirlo. Luego procede a dar dos pasos hacia atrás y coloca sus manos apoyándose una sobre la otra por delante.

El hombre hace un gesto de nuevo con sus manos y otro, el de la izquierda se acerca y lo observa. Saca un frasco y con un aparato lo revisa, luego se gira y le hace un gesto a su jefe.

El jefe esboza una sonrisa y gira su cabeza hacia donde se encuentra el hijo de Omar.

Tres pasos por delante el hombre que lo estaba llevando le inserta tres puñaladas por detrás haciéndolo caer.

–No –grita el padre intentando acercarse y es frenado por una ráfaga de proyectiles a escasos centímetros de su pies haciéndolo frenar de golpe.

Es cuando un proyectil golpea en la frente del disparador e inmediatamente otro acierta al jefe. 

Omar se mete de lleno debajo de su vehículo al ver que varios hombres disparaban sus armas hacia donde él estaba y sin saber hacia donde giraban sus armas intentando ponerse a resguardo.

Otra serie de proyectiles impactan de lleno en dos más. Luego el silencio.

Sólo las luces de los focos de los vehículos militares iluminan una escena fantasmagórica. Omar no me ve venir, arrodillado ante el cadáver de su hijo lo abraza y lo acuna llorando.

A un costado, estaba el maletín cerrado, sobre los costados varios cuerpos de soldados muertos y algunos heridos.

A medida que me voy acercando les voy colocando una bala en la cabeza a muertos o heridos indistintamente con la pistola Glock.

Su jefe se arrastraba sobre la grava, no estaba seriamente herido cuando me ve acercarme.

–Coronel Fernández –le digo posicionándome sobre sus pies.

El aludido se ubica apoyando su espalda sobre el tronco de un árbol y me mira.

–Teniente Ruiz.

–¿Va a terminar el trabajo?

Asiento con la cabeza al tiempo que habiendo depositado el rifle sobre mis pies y guardado la pistola, saco de un bolsillo del equipo de combate una cajetilla de cigarros, enciendo uno y trás una larga pitada se lo coloco en la boca.

El coronel deja el cuchillo que tenía en una mano y lo deja caer sobre su regazo entonces me mira y tras un largo rato de silencio dice:

–Usted fue un buen subalterno, se acuerda de..

Los recuerdos de la batalla en Mosul me vienen  a la mente.

Por ese entonces era el instructor de francotiradores y  él, mi superior directo. 

Corría finales de diciembre de 2013 y por esa época los enfrentamientos entre las milicias tribales, las fuerzas de seguridad y el grupo terrorista Estado Islámico eran muy frecuentes.

Durante ese período yo y un grupo de soldados conformabamos un pequeño pelotón comandados por el coronel Fernandez. Los datos de inteligencia nos habían situado en una posición idónea para capturar al lider de las milicias rebeldes Abdel Alí.

El coronel esboza una sonrisa en tanto un hilo de sangre le cae desde la comisura de su boca.

–Un tiro limpio –El coronel tose ahogándose en su propia sangre pero articula lo más parecido a una sonrisa–, ¿A que distancia estamos del objetivo?

Abdel Alí, un hombre regordete, de cara mofletuda  cruzó dos veces  por el ventanal del edificio. Tenía consigo una resma de documentos que por los gestos se notaba que los estaba refregando a un subalterno. Calculé la parábola que haría el proyectil, la intensidad del viento y apunté más arriba dos centímetros a la izquierda, pasando el marco superior de la ventana y disparé.

–Mil quinientos metros mi coronel.

–Era algo imposible de lograr y usted lo hizo impecablemente.

Nos cubría la arena completamente.

Usted era el mejor francotirador que teníamos –con una mano le tomo de la cabeza y le ayudo a tomar un trago de cognac.

–Gracias mi coronel.

Me mira y cierra los ojos percibiendo el desenlace.

–Sabe lo que tengo que hacer Mi coronel

–Si. yo mismo lo  entrené –¿se acuerda?

–Por supuesto

le dejo respirar el aire puro y estar en silencio.

Con precisión y rápidamente, le corto la yugular, haciendo que enseguida brote gran cantidad de sangre que empapa su ropa.

Es cuando me cuadro ante el cadaver de que alguna vez fuera mi superior y mi amigo. 

Luego me doy media vuelta y es cuando me acerco a donde se encontraba Omar.

–Ya pasó Gutierrez –digo poniendo mi mano sobre su hombro–, ya pasó.

El hombre en shock ni cuenta se da, sigue abanicando al cadáver de su hijo pronunciando frases inconexas.

–Ya pasó –Repito.

Me mira y sin reconocerme vuelve a abrazar a su hijo. Yo estaba parado por detrás con el rifle colgado sobre mi hombro y los prismáticos sobre el cuello.

–Ese material no puede caer en manos ajenas –digo señalando el maletín.

–Estaba siendo chantajeado –me dice mirando hacia mi lugar estando en cuclillas con el cadáver de su hijo entre sus pies.

–Lo sé por eso actuaba así –miro hacia su coche–, suba y aléjese yo me encargo.

–No lo puedo dejar. 

–Si puede, yo me encargo –Lo ayudo a levantarse.

–Solo aléjese lo más que pueda y no mire atrás.

Como sonámbulo pensando que ha sido una pesadilla se sube a su sedan azul y lo pone en marcha y antes de moverse me mira un momento.

–Iré preso –pregunta.

–No, si me hace caso.

Lo pone en reversa hace un giro y se retira lentamente, lo veo partir. Con el rifle al hombro, mis prismáticos y la pistola en su lugar y haber fumado un cigarrillo en el silencio de la noche es cuando hago la llamada.

–El paquete esta en marcha, haced la limpieza –Entonces cuelgo.

Al poco tiempo se escucha el sonido de un Sikorsky S-67 Blackhawk, un helicóptero de combate acercándose. Vienen a buscarme para llevarme a la base. 

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Nota aparte.

Luego de la llamada tres grupos de trabajo se pusieron en marcha al unísono. Dos de ellos estaban conformados por vehículos de limpieza de edificios y viviendas, el primero encargado de no dejar rastro alguno en el pequeño apartamento que había rentado frente a la vivienda del gerente y teatro de operaciones, el segundo encargado de la limpieza de la habitación del motel, una empresa de fumigaciones. el tercero en el Sikorsky S-67 Blackhawk levantando los muertos y limpiando la escena. 

Pasado cierto tiempo luego de haber arribado el helicóptero militar, una encargada de limpieza en el aeropuerto entra a un baño de hombres en cuya puerta se aprecia un cartel que dice: “Fuera de Servicio”.

Se  dirige a un casillero con llave, marca unos números y extrae el maletín del gerente  que había sido previamente depositado. Luego se retira.

Era la encargada del operativo que supervisaba los trabajos de limpieza en los teatros de operaciones. 

Su verdadero nombre es Anabel Fernandez que ostenta el grado de Mayor del Ejército.

Respecto a Omar, resta decir que la sorpresa se adueñó de él. A los pocos días se abrazaba con su hijo Juan, al que habían tenido de rehén no dando crédito a que estuviese vivo. Y una nota junto a él, Le había hecho creer al gerente la muerte de su hijo. Lo necesitaba así para generar más credibilidad.

Recibió una nota con un agradecimiento anónimo por ayudar a desbaratar una banda que traficaba con mercadería de alto contenido virósico junto con un boleto para él y sus hijos a las Bahamas, portando una nueva identidad, tarjetas de crédito y una cuenta bancaria para todos. 

 Tiempo después me asignan una nueva misión.


Relaciones

–¿Tenes algo con ella? 

Los ojos de Sarah lo decían todo: desde un fuego que minaba las entrañas hasta un anhelo que daba lugar a afligidas pujas. Aunque lo sintiera sobre mi, los ignoré. 

Habíamos ido al cumpleaños de Inés, la esposa de Henderson, un amigo en común.

Ahora estábamos retornando.

Al notar  que no le respondía, me insiste:

–Te vi fisgoneando con esa rubia esquelética.

Sus ojos manifestaban elocuentemente un reclamo; una repuesta clara, concisa.

–¡Hee!! –Desvío la mirada hacia ella, que hasta ese momento había estado fija en la ruta–. ¿De quién estás hablando?

En ese instante un camión atina a rebasarnos, no sin antes emitir el sonido del claxon.

–¡Cabrón! –Expreso, producto del susto de casi darnos un topetazo de frente.

–¿Inés? 

Fue cuando me vino a la mente.

Era con desgano, consistente de una fémina que suscita en uno, aún anuente, un deseo caprichoso de posesión. “Gustosilla como un fruto incipiente”, esa, era la mejor forma de describirla.

–Te vi –menciona–, primero, cuando nos presentaron, luego cuando te ausentaste..

“Si serás cabrón.” cruzaba por su mente aunque no lo expresara.

–No me dirás que..

–Observé como te miraba –Acota, al tiempo que encendía otro de los tantos cigarrillos de esa noche–. Nosotras las mujeres..

Los anhelos le habían estado carcomiendo desde mucho tiempo atrás; desde la misma médula de su instinto, el deseo de que realmente fuera suyo pujaba escudriñando..

–Cursamos el colegio juntos –manifiesto.

–Te vi que le tomaste de las manos –expresa girando su cabeza hacia mi –. Te he perdonado muchas cosas, pero esa flaquita que parecía no decir nada..

Por sus venas corría algo así como un espinal estigma tiznero que apuntaba hacia mi, y que aunque pujante, era una brisa que recitaba inmoralidad.

–¿Pero que bicho te picó?

No termino de formular la pregunta que tuve que frenar de golpe; un alce estaba detenido en medio de la ruta a escasos kilómetros de nuestra casa. Se quedó mirando fijo, directo a los focos. 

Cual un halcón sobrevolando los abismos de un mundo incipiente, oteando cual ave depredante, fluían raudas, imágenes por la mente de mi mujer.

Cuando conocí a Sarah dos años atrás en el cumpleaños de su mejor amiga, Ines, una noche de julio, le faltaba una materia para recibirse de ingeniera.

 Luego de algunos encuentros no carentes de sexo decidimos irnos a vivir juntos a mi departamento. Por ese entonces. Sarah había estado viviendo en el Campus Universitario.

Si bien la atracción en principio fue mutua, no todo se dio como ella esperaba.

Luego vino el embarazo.

Un embarazo que yo no quería.

Con un mes de gestación se hallaba inmersa en un mar de dudas. 

–¿Te acostaste con Inés?

La camioneta da un bandazo.

Mi mujer, poseedora de un temperamento que se podría asemejar a cuando el viento moldea las dunas, así, como el agua cuando zurrea a los cantos de una endurecida roca, que aunque vítrea, y en algunas ocasiones hasta lastimera, siempre ha estado dispuesta a una buena dosis de majadería.

–No.

–Mentiroso.

Entonces desvía su mirada; la que me había capturado y por la que tanto la amé.

Todo en ella, ha sido siempre un volcán en plena ebullición; uno que no era capaz de apaciguar las viseras, enclaustrando pasiones.

–Nunca fue para mí.

Y ya estando en las postrimerías de nuestra casa..

–Eras tú a la que siempre he amado.

Ella posa su mirada de piedra sobre mí.

–Tú –Resalto ya arribando a nuestra casa.

“Joder. Si siempre desafié su boca para que aún cohibiéndose se saciará” un pensamiento que estaba fluyendo por mi mente en forma completamente rauda.

Estando ya en el pórtico nos besamos, un beso tierno, pero cálido al tiempo que transmitía todo, disipando las dudas.

–Te quiero.

–Yo también.

Y entramos en nuestra casa.

Sarah acostumbraba a preparar un suculento desayuno: huevos revueltos, un vaso de zumo de naranja, yogurt con cornflakes y un sándwich  hecho de  pastrami y queso, incluso con alguna fruta en el medio, luego cada uno se iba por su lado.

Se marchaba para el Campus  a temprana hora en la mañana. Yo por mi parte, había adquirido un trabajo de medio tiempo en una escuela de actuación integral; estando allí y viendo como me desempeñaba, un buen día, ayudado por un profesor logré matricularme en un curso de comedia satírica.

Ocasión que no desaproveché.

Al estar embarazada es cuando comienzan los problemas entre nosotros.

“Cabrón” –pensaba para sí.

Mirando llover a través de la ventana del dormitorio, su mente vagaba por otros rumbos, en el hijo que llevaba dentro. Con un mes de gestación se hallaba inmersa en un mar de dudas.

Una mañana, en la hora del desayuno leyendo el matutino ella deposita una fuente de croissant sobre la mesa y luego enuncia: 

–¿No querrías unos niños corriendo por aquí? 

–No –respondo.

La sola idea de que Sarah quedase encinta no solo me sentaba mal sino que ni interés tenía siquiera de serlo por lo que seguí leyendo como desechando una mosca molesta.

–¿No? –Sirviéndose un vaso de leche, midiendo sus palabras farfulla en voz más alta–: ¿no?

Manteniendo la mirada fija hacia mi y al percatarse de que no pensaba decir nada se sentó.

–Es por Inés, ¿verdad? 

“Una calienta-braguetas”, era lo más cercano del carácter de Inés. Podría llegar a incitar una ardiente relación impetuosa, que hasta pudiere definirse como amedrente. Pero era eso. Sí me había acostado, claro que sí. ¿Quién no? Pero eso fue antes de conocer a quien más tarde se convertiría en mi mujer.

–¿Desde cuando andas con esa “OTRA”? –Me grita haciendo ademanes, moviéndose de un lado a otro por la sala de estar–. ¿Es que no soy suficientemente mujer para vos?

Ella ubicada frente a mí, mantenía una mirada extremadamente gélida.

“Cuando intento abordarte –en mi mente corría imágenes como un río turbulento–, tienes un “NO” como repuesta. –Ocupada –aduces.”

Ese pensamiento, que ha estado latente entre ceja y ceja, obnubilaba por completo todo tipo de emociones a las que me somete.

Esa presunción fue lo que me da cabida para expresarle violentamente:

–Claro, vos nena, sos inocentita ¿no? –A lo que, ya contraatacando fue cuando le destaco–: Siempre, con un “pero”.

–Vi la ropa interior, que no es la mía –Sarah se había sentado delante de mí–. ¡Nuestro colchón..!

Nos miramos a los ojos y el silencio se hizo palpable.

“Siempre atendiendo al señorito –pensaba para sí–; no sabía si iba o venía –aunque, para reafirmarse como mujer, se decía a sí misma–: Le esperaba con la comida caliente, y él dejando sus cosas por cualquier parte del departamento y por si fuera poco acostándose con una cualquiera

–¡Eres una frígida, mujer! –Agotado y cansado alego–: ¿Es que no soy suficientemente hombre para vos? Siempre que te busco, intento acercarme, me rechazas como si tuviera la peste. Ves hacer el amor como algo.. 

Me silencié  para dar más énfasis, luego de ese paréntesis donde las palabras caían como piedra en un costal reseño–: Peste, si. El que no debe ser lo suficientemente hombre para vos, debo ser yo.

“Carajo –me digo para mi, como tomándome tiempo para medir las consecuencias de mis palabras –: ¡Si resulta que soy yo el que tiene la culpa!”

–Pero, ¿quién piensas que soy? –exclama en ese momento–. ¿Una cualquiera? –y mostrando su cólera señaliza–: ¡Enfermo!

Instante en que sin pensar me tira un florero que pude esquivar apenas, el cual terminó estrellándose contra la pared.

“¡Carajo con esta loca!”, es lo que llegué a pensar, al tiempo que me tapaba la cara a consecuencia de los escombros.

–¿Qué? –Ella en silencio me observaba– ¿Es que no pensas decir nada?

Por sus venas corría algo así como un estigma tiznero apuntando hacia mi dirección, pero aunque pujante, resultaba ser una brisa que recitaba inmoralidad.

 

–Mira, ¿cómo podré explicártelo mejor? Nuestra relación ha sido todo un guante hasta que.. –entonces decido callarme, pero molesto, dado el tenor que había adquirido la conversación  por lo que termino con–: he sondeado cada parte de tu cuerpo con aplomo, pero lo tuyo era simplemente un arte decorativo; tanteo sin maña, moldeando así su diseño, queriéndote  deleitarte en cada recodo del él.

¡¡Vaya ventana que resultó ser esa conducta!! Querías pero no podías, te animabas y te retenías, pretendiendo tener un desinhibido atavío; caprichos que te  convertía vehemente por instantes y mordaz por otros, gestos que, hasta inconclusos como reticentes se podría especular.¿Entiendes ahora?

“Las veces que intenté hacerte el amor –corría como un río de lava por la mente mía–, la veces que quise abrazarte estando vos en la cocina, o en el living. Y las veces que me rechazabas.”

–¡Mierda, malparido! –Replicó, no sin antes propiciarme un sopapo en medio de la cara. 

Por un tiempo no hablamos, más luego..

–¿Es guapa? –Expresa mirándome a los ojos; el fuego que brotaba de ellos, cavaba en lo profundo de mi ser.

–¿Inés?

–¿De quién estamos hablando cabrón? –Dice  mirándome a los ojos–, ¿la Madre Teresa? 

Dando vuelta la cara hacia la caja de cigarrillos que había sobre la mesada sentí que su apetito por saber lo de la infidelidad era algo inconcluso, apetente pero en desuso.

–Si –digo al fin.

–Pero, ¿por qué?

–Por las veces que intenté hacerte el amor, la veces que quise abrazarte estando vos en la cocina, o en el living. Y las veces que me rechazabas.

Sarah vivía en un mundo de ilusiones rotas, donde la vida daba un salto entre aquello que ocultaba, y lo que quería ser. Y así fue dejando un vacío que moró  en mi alma; una distorsión adictiva y hasta carenciada cual un puzzle emocional, gestor de un afecto hastiante como roñoso. 

En cambio Inés ejercía sobre mí ese efecto vigorizante dada su mirada, que más de uno la podría llegar a catalogar de lasciva. Seduciendo, nadie la igualaba, al punto, que al menear con pachurriento desdén su cadera, tanto para hombres como mujeres, era una explosión de deseo latente. Su acercamiento, toda ostentación.

Cuando conocí a Inés llegaba tarde a la audición de una radio donde yo era uno más como aspirante a comediante. Para colmo mi vehículo se hallaba siempre en el taller; aunque fueren unos arreglos menores, no me lo entregaban pasados unos días. Fue cuando tomé el Metro y fue donde la vi.

Al hacerlo, siento que mi alma se plegaba ante un excitante deseo palaciego donde el tiempo parecía como que si se hubiera detenido. No me percaté del enjambre de almas que iban de un lado a otro, ni siquiera cuando me zurraban. Estaba inmutable, detenido en medio de una escalera.  Hasta ella parecía haberse confabulado con el entorno, con el momento.

Un momento que me permite simplemente llegar a disfrutarla, poseerla. Y todo gracias a “un quedo”.

Cual si fuera una gacela se aventuró dentro del vagón una vez que arribara al andén. 

Su aroma  me expone a ese mundo extraño y al mismo tiempo ignorado que pujaba por salir pero no había encontrado la ocasión de florecer, rompiendo así una aspereza fetichista percibida como la llama; cuál fuese lava carcomiendo mi  interior. 

Ese cambio pujante y escudriñante, forjado de una piel sobre otra de mi ser, 

aunado a unos tragos en un pub nocturno es que termino en su apartamento.

–Servite un trago –dice Inés desviando el abrazo– ahora vengo, me voy a poner más cómoda.

“¡Vaya! –Pensé en ese momento–, ¡si esta rebuena la piba! –Y para reafirmarme me dije para mis adentros–: ponete cómodo, que ésta se te da”.

“Pero, ¿a quién estoy tratando de convencer? –Si fue la piba la que, cerrando la puerta me despojó la camisa–. De hierro no soy”. 

“Si entre esa forma de moverse, el vaivén de su trasero, y su cintura, era para volver loco a cualquier cristiano. ¡Joder!” 

Hicimos el amor –¡y vaya como!

–¡Mierda, malparido! –Replica Sarah, no sin antes propiciarme un sopapo en medio de la cara.

– ¿Qué quieres de mí? –y me mira fijamente–: ¿no te das cuenta que me duele?

–Si. El que te sea infiel.

–En parte si –Me corta en seco la frase–. Me refiero a la penetración..

El silencio se hizo más latente, más palpable, más indescifrable a medida que esas palabras y su contenido, caían lentamente como gotas de lluvia en mi mente.

–Nunca me lo dijiste.

–Me daba vergüenza.

Nos miramos. El tiempo parecía haberse detenido. Sus ojos estaban conectados como trasmitiendo “ese algo” insustancial.

–Si. –Se puso a llorar desconsoladamente–. Pensé que tenía algo malo en mi y no me animaba a decírtelo. –Mirándome a los ojos concluye–: ¿Sabes? Llegué a pensar que si me eres infiel, serías feliz –a lo que, sin ganas aseveró–: aunque no me gustaba la idea de que así fuese.

–¿Por eso pensaste que tenía algo con Inés, verdad?

–Si.

“La hija de puta soy yo, tengo algo malo en mi cuerpo. Me duele la penetración y no logro el orgasmo” pensaba Sarah cuando me dijo el verdadero motivo de su preocupación.

–¡Sarah, mi amor! –Me acerco y la abrazo. –. Soy tu marido, debiste habérmelo dicho.

Con el abrazo, vino un beso. Un beso tierno. Aunque durara una eternidad.

–Lo arreglaremos –Le dijo suavemente–. Te amo.

Ella lloraba.

Con el pasar del tiempo Sarah se convirtió en una renombrada ingeniera. Tuvimos dos hermosos hijos y cuando parecía que todo nos iba bien..

En una oportunidad en un bar de noche con unos amigos después del trabajo tomando unas copas, Inés se me cruza inesperadamente e intercambiamos miradas.

Ambos, nos encontrábamos a un pelo de tocar nuestras pieles; nuestras miradas se entrecruzan y arrastran ante un fuego que horada hasta lo más profundo de mis entrañas. Entonces volvimos a hacer el amor.

Ya cuando, desentrañada mi consensuada ansia fanfarrona, que me carcomía lentamente es cuando decido retirarme.

La casualidad o el destino hizo lo suyo; Sarah saliendo del trabajo me vio salir junto a Inés pero no dijo nada. Esperó a que llegase y entonces..

–Todo este tiempo me has mentido, me has.. –Sarah se levanta de donde estaba, acomoda su cartera sobre el hombro izquierdo y dice–: no volveré a verte más. 

Deja el anillo de compromiso sobre la mesa.

Estando en la calle, y ofuscado a consecuencia de la discusión que tuvimos –el televisor y mi ropa volaron por la ventana hacia afuera–, la motoneta en que iba, se incrusta ante un camión de 18 ruedas siendo catapultado por el aire.

Reboto dos veces sobre la calle golpeando en el ínterin, contra una vidriera, pero de todo eso.. no llegué a percatarme.  


Por los caminos de Dios

El ómnibus que a duras penas podía subir la cuesta, por momentos parecía que iba a detenerse; seguía de tozudo que era, ya que, con un arranque de fuerzas, continuaba la marcha a través de la carretera que serpenteaba entre la montaña y el valle, ese, que quedaba muy abajo.
Siempre le cuesta don –escuché decir, pero sin prestar atención.
Las cacerolas y los ruidos de los cerdos que había sobre el techo del ómnibus tapaban la voz. La gente conversaba entre sí; poseían un acento raro al mismo tiempo, seguía siendo español. Cada tanto, algunas frases indígenas ocultaban el ruido del motor.
¿Usted no es de por aquí, verdad?
No. No soy de aquí –agregué sin ganas, absorto en el paisaje que me rodeaba.
¿Por qué no me deja en paz?” ,  pensaba.
No tenía ganas de diálogo.
¿Turista? –Recalcó- Raro es ver uno en el bus.. –Pero antes de que pudiera decir algo agregó–:¡¡Ah!! Claro usted nunca vio un volcán.
Mi cara le habría dicho todo. Por un lado, el cacareo de las gallinas encima del techo del vehículo que era tan ensordecedor como el sonido de las conversaciones de los pasajeros, por otro, la vista de uno de éstos, –volcán–, emitiendo un aroma de azufre que cubría por entero las fosas nasales.
No me había percatado.
Estamos llegando Villa Miseria –A lo que agregó–: Le decimos La narizota de Lucifer –Y lo señaló.
Al volcán.
Lo menos que quería era tener una conversación con una lugareña, y ésta, en particular, me estaba dando lata.
¿Qué?
Fue cuando me fije por vez primera en la figura de la mujer que tenía a mi lado. De alrededor de unos treinta años, rasgos indígenas, se apreciaba que era una muchacha de buen porte. Su vestimenta mostraba que provenía de una familia de un buen pasar, pero no al extremo de llegar a ser ricos.
Hasta ese entonces, había estado pensando en lo que había dejado atrás: mi hogar, mi familia, mi trabajo. Todo.
Le decía que estamos por arribar a Villa Miseria.
Fue cuando me percaté de lo que sentía: llegar a lo más lejos que pudiese, al mismísimo infierno si pudiere. Debió haberse notado en mi cara, pues se hizo un silencio. Mi interlocutora, se había quedado sin palabras. Así el tiempo había estado transcurriendo por esos caminos que solo Dios sabe.
No tiene de qué; me llamo Carlos.
Clarisa. –Dijo, a tiempo que me mirara y diera la mano– Así me llamo. –Y Luego de un tiempo acotó–: Disculpe usted. No quise importunarlo.
El bus a duras penas había logrado llegar a la cima más alta cuando se detuvo un instante; una sacudida, y el motor retornó a la vida. Parecía que también yo hacía lo mismo, pero hacia el mundo terrenal. Hasta ese momento había estado inmiscuido en mis pensamientos tormentosos.
¿Y usted, Clarisa? –la miré –. ¿Es de la zona?
Sacándolas sin saber de donde pronuncié esas palabras.
Si, vivo en Villa Miseria –Sonrió–. Vengo de la capital; tuve que ir a la misma por unos menesteres.
La gente atestaba el pasillo del vehículo; el espacio era tan reducido que hasta mi mochila tenía que estar entre mis pies. La única pertenencia real que cargaba.
El silencio se volvió a instalar.
Si antes, carcomía desde la médula, ahora era pujante, escudriñante.
¿Qué le trae por estos parajes, Carlos?
Fue cuando la observé con más detalle. No pensaba contestarle, era una total extraña, en un lugar fuera de contexto, de todo lo que siempre me había movido. Pero..
Verá, Clarisa, fue a causa de un amor no correspondido o como le diría... no comprendido.
Me extrañé a mí mismo pronunciando esas palabras en medio de un camino serpenteante, que bien podía representar el trayecto al fin del mundo.
Tierra, tragáme –pensaba–. ¿Cómo era posible que hubiera dicho eso”
Esa muchacha, bella, de rasgos indígenas, a pesar de su ropa, propia del lugar, tenía ese “nosequé” que mostraba su elegancia. De piernas largas y delicadas, caderas del tamaño justo, ni muy exageradas ni muy estrechas que marcaban bien su cintura. Se apoltronó en su asiento y con un giro de la cabeza comenzó a observarme inquisidoramente. Una lágrima comenzaba el largo peregrinaje desde la cuenca de mi ojo hacia mi mejilla izquierda.
En el trayecto se apreciaba las zonas montañosas así como una vegetación estratificada en forma de pisos, de esa manera, se manifestaba el contenido de mi corazón.
-Verá Clarisa. Un día, llegando del trabajo me encontré con mi señora en el dormitorio con mi secretaria.
¿qué tenía que decirle todo esto?” cruzaba por mi mente.
Estábamos a unos dos mil trescientos metros de altitud, rodeados de peñascos, abetos y coníferas, y hasta por momentos la vegetación desaparecía permanentemente siendo reemplazada por nieve.
Nieve”. Nieve era lo que tenía en mí corazón al momento de conocer a esta chiquilla, preguntona.
-Un zumo de naranja, don Carlos.
Gracias –respondí sin pensar en lo que obsequiaba.
Ya nada me molestaba. Sólo quería hablar, desahogarme, gritar, hacerme oír a los cuatros vientos, lo que por mi corazón no brotaba. Había caído bajo el embrujo de esa criatura que ni busto tenía; era la de una mujer joven, turgentes, e incipientes.
Estela, mi señora, cuando la conocí vivía al lado del edificio de mi apartamento de soltero. –Dije– .Recuerdo que me asomaba a verla gracias a las escaleras, disimulando que estaba limpiando o pintando la fachada que nos separaba. –A lo que acoté–: Sobre todo la observaba cuando sospechaba que se estaba cambiando de ropa; ella no tenía costumbre de echar las cortinas, parecía que lo hacía para que yo la mirase, y cada vez que la miraba…
¡¡uffff!!!, madre mía” no recordaba si esa expresión lo pronunciara en voz alta o baja. Era igual.
Comenzábamos a bajar. Se veía a lo lejos "Villa Miseria"; se empezaba a percibir los arces, y algún que otro abedul y la humedad... humedad, que de golpe empezó a hacerse notar.
Los cambios de climas eran notables entre una zona y otra. Clarisa me miraba y no decía nada, sólo dejaba que me explayara. Mi estado de ánimo también; era cambiante como el clima.
Verá Clarisa –dije–, cuando vi la boca de Estela, mi señora sobre el cuello de Marcela, mi secretaria –hice una pausa como pensando y acoté–: Comenzó a besarla suavemente hasta que sus labios se encontraron con el lóbulo de su oreja, y a mordisquearla...
¿Usted que hizo?
Clarisa ya interesada en lo que le contaba, movía unos cuencos que tenía entre sus dedos.
Me despreciaba a mi mismo por no haber sido capaz de reconocer mi deseo por ella. –mencione–. De no haber aprovechado las múltiples ocasiones que había tenido de acercarme, de hablarle íntimamente, de incitarla, de provocarla –Y concluí –: Fue cuando me escapé.
Observando para afuera a través de la ventanilla del ómnibus visualizaba las formas generalmente redondeadas, y más jóvenes de la topografía circundante. Podía apreciar sin mostrar interés, la forma en que se agrupaban las cordilleras, unidas en sentido longitudinal; los macizos, agrupados en forma más circular o compacta. Cuando en una saliente, ya de bajada, cerca de "Villa Miseria" el ómnibus se quedó sin frenos.
-Clarisa…
–¿Si…?
Se acurrucaba entre mis brazos y yo me cobijaba entre los de ella, sintiendo su tibieza.
-Si salimos de esta, ¿podré ir a visitarla?
Entre la cacofonía procedente de entre la gente que se golpeaba una a otra, las valijas que caían del techo, y los codazos recibidos, el vehículo se precipitaba a través del barranco empinado.
-¡¡Hay, diosito!!... ¡¡Hay, diosito!!.. por la Virgen María y todos los santos…
Si, Carlos, vivo en…
El tiempo lo diría, la historia se escribiría de distintas formas, y las preguntas serían de todos los matices. Parece que hubo una mano prodigiosa que llevó al ómnibus por un sendero entre los abetos y las ramas, a detenerse sin volcar a orillas del cauce del "Río Seco", el único que cruza por los alrededores de Villa Miseria.
Clarisa Fernández, ahora es mi mujer, mi amante, la madre de mis hijos. Vivo en su lugar natal, un caserío indígena perdido en medio de la nada.

El escritor

Cual la lava crea un río, así su diatriba;
en desplazamiento lastimero
golpeando como fusta.
–Donde doliera–.

 

–En primer lugar habría que intentar dilucidar si la obsesión por la lectura –mencionaba el escritor–, sería una especie de necesidad ultra terrena..
Así comenzaba su disertación, la cual daba paso a un silencio cortante, esperado, lleno de carga sensorial.
–Así como el escritor busca en su creación, un escape momentáneo hacia una región alterna donde el mecanismo y engranaje es a voluntad del hombre que lo inventa. –Se detuvo un instante, encendió un cigarrillo, miró a quienes habían asistido y–: De ser así, el lector trasciende en la lectura a otra dimensión donde las reglas corrientes son abolidas por la ficción. Partiendo de ese punto  de vista..
Esa noche en particular, el anfiteatro estaba colmado de personas; personas que  habían sido invitadas para la ocasión: La exposición de un escritor y su obra literaria. Acercando una silla a la orilla, a centímetros de la primera fila, comenzó a leer ante todos éstos.

“Es usted insaciable, no podré nunca ponerme a su altura, que con que esté al ras del suelo, para mí es un edificio de 20 pisos. No me deja otra alternativa que someterlo a mi lema: Hay dos maneras de hacer las cosas: la correcta y la mía y las dos son lo mismo. Por cierto, más que como un lince, yo veo su majestuosa persona como un carnero, y me pregunto por qué”

Para ese entonces la gente lo miraba con los ojos convertidos en un plato, en tanto, sólo se veía la figura del disertante mirando uno a uno a cada individuo que había. Parado ante la multitud continuó:
–Es propio de los artistas el temperamento colérico –Hizo un silencio adrede, para que calara más profundamente lo que pretendía exponer–. Recuerdo a Beethoven y a Nietzsche. Es propio de los artistas el deseo de trasgresión sino véase al Marques de Sade, a Boccaccio, a Margarita Carrera.
Aspiró el cigarrillo y observo a quienes habían venido a escucharlo.
–También se ha atribuido a los artistas el lujo del escándalo –Micrófono en mano comenzaba a pasearse–: recuerdo a Oscar Wilde a Dalí, pero en suma ha habido personajes con estas cualidades perdonen mi simpatía.
 
Dejó la colilla del cigarro sobre su regazo y siguió leyendo, ahora unos párrafos distintos.

“Oye, Versal desconocida, hay algo en lo que nunca meto la pezuña: la equivocación.
Pletórica Vacante: yo, la Visión, reconozco a doscientas personas de la red por sus siete primeras palabras. No juegues al ratón con un lince. Escribes. Y ya.
Vestal: me voy antes de que sea tarde. Siento algo raro, muy raro. Algo que no me comí antes. Mmm... uves, uves, uves... Ni besos ni abrazos: Lluvia de virutas de acero iridiscentes”.

 Tosió, para a continuación decir:

–Eva es un alma atormentada aunque despierta;  posee esa clase de temperamento que se podría plasmar como artísticos que rayan a enfermos tan crónicos que han muerto de locura, como es el caso de Maupassant, un gran escritor y más que eso, un gran ser humano.
Se cayó otro momento. Ahora la pausa fue más pronunciada; aspiró el sabor de un nuevo cigarrillo. La gente lo miraba extasiado. Continuó su lectura.
–Posee aquel  sentimiento que los humanos denominan "estima" hacia ciertos participantes que pululan por los foros literarios. Eva apareció en ellos sólo por registrarse.
Se levantó con el micrófono en mano y comenzó a moverse a lo largo y ancho del anfiteatro.
–Como escribir no escribe o, ¿acaso la lista del supermercado cuenta? Por lo menos lee.  Eso se dice, aunque geste emociones contradictorias.
Y leyó:

 

“Oye, majestad mesiánica, no quiero enamorarme. Me voy. No me confunden tus regateos de soccer pro. Si el destino lo quiere, nos encontraremos. Sobre la honestidad bestial: Te queda tan bestial que se me quemaron las dos córneas y el par de repuesto. Voy a tomarme dos litros a tu salud, hembruno poderío. Necesito anestesiarme todos los sensores a la vez, que si no arderá la casa. En relación a “¿Cómo se ve de esclavo, eh?” Eso es la lumbre centelleante de la sinapsis. Espero que en este foro encuentres un lugar lo suficientemente amplio para ti. Me veo bien. Sobre todo, lo que mejor veo es cuando te imagino tratándome de subyugar. Más”.

Se detuvo un instante y fijo la mirada en una mujer que estaba cercana a él. Los comentaristas tomaban nota apurados. Se acomodó sus lentes y dijo:
–Brinda repuestas como si un incendio consumiera la ciudad de Sydney –blandía el libro–. Al parecer la susodicha ni escribe ni comenta, cuelga del foro la cuenta del supermercado, sin el menor pudor. Esta tía no es una zorra cualquiera. No, no.
Se acomodó los lentes, tosió un momento y se abocó a la lectura de su libro.

“Mi querido Manuel, usted dispense que yo mantenga velada la identidad del usuario que me ha llevado de la nariz, como una inerte marioneta de sus caprichos, a aterrizar en este oasis poético. Tiene usted razón, no soy una zorra cualquiera (apenas me he presentado y usted formuló con precisión de cirujano, un perfecto retrato de mi ilustre persona), es que más bien me consideraría como perra. Ahí tiene el por qué no soy una zorra cualquiera ¿Acaso tiene usted algún problema con el mundo canino? Ya verá cómo nos llevaremos de maravilla, lo intuyo. No será que usted a partir de ahora quiera dedicarse a masticar sus alimentos vía anal, yo le aconsejo que no apueste las muelas: soy de Leo. Pero repose usted, esta vez no le cobraré la apuesta”

Dejo el libro sobre la mesita lindera y los miró:
–¿Cómo se debe interactuar en los foros literarios ante una Eva así?
Dejando que el tiempo se asentara y la gente dejase de reír, encendía otro cigarrillo en tanto, miraba fijamente la cara de los presentes. Con ello dejaba que la pregunta calara los estratos más profundos de la psiquis de los oyentes.
– Se los diré en 3 palabras: Compren mi libro.
Todo el auditorio para ese momento le ovacionaba parado, y él, seguía moviéndolo para delante y para atrás.
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Estructura, Diseño y Diaramación : Rubula

Cuando el corazón dicta

Cuando muere alguien siempre pensé muerto muerto está. La vida y la muerte, cara y cruz de una misma moneda.

El ciclo de la vida es así: nacemos, vivimos y morimos, crecemos, amamos y procreamos; nuestra simiente es nuestro legado; la encargada de seguir trasmitiendo nuestra esencia cuando ya no estamos más. Nuestro cuerpo ya hace tiempo que cumplió su ciclo, sólo queda en la generación que nos suplanta; en ella, el dejo de lo que alguna vez fuimos.

Cuando el recipiente del amor es el corazón y es éste, el amor, el motor que forja una unión a fuego, donde ésta última, la unión, de un momento a otro deja de estar presente pues su reloj biológico dejo de latir, es cuando el dolor se nos hace presente.

El ser muerto, muerto queda. El alma se desprende dejando al cuerpo como una mortaja, una camisa, tirada sobre un sofá. Una de las manifestaciones del dolor es cuando el amor y el afecto deja de ceñirse como una camisa sobre nuestra esencia desnuda, es cuando, un vacío rellena el hueco de un corazón roto; un mar de telarañas cuyo latir hace temblar los cimientos de lo que alguna vez fueran sentimientos. Cuando la luz del “porque” de nuestra existencia se ha ceñido en el último estertor de vida, es cuando mora el vacío dentro nuestro.

Si amamos sufrimos. Si sufrimos es porque exteriorizamos a través de cada poro de nuestra piel, lo que nos hace falta. Cuando la capacidad de amar desaparece lo que queda es un hueco que falta relleno.

El tiempo se dice que cura todo, pero.. es el dolor quien agrieta el centro neuralgico de ese espacio donde reside nuestra esencia y gesta nuestra capacidad de amar u, en otro caso.. el odiar.

El escritor

 

Cual la lava crea un río, así su diatriba;
en desplazamiento lastimero
golpeando como fusta.
–Donde doliera–.

 


–En primer lugar habría que intentar dilucidar si la obsesión por la lectura –mencionaba el escritor–, sería una especie de necesidad ultra terrena..
Así comenzaba su disertación, la cual daba paso a un silencio cortante, esperado, lleno de carga sensorial.
–Así como el escritor busca en su creación, un escape momentáneo hacia una región alterna donde el mecanismo y engranaje es a voluntad del hombre que lo inventa. –Se detuvo un instante, encendió un cigarrillo, miró a quienes habían asistido y tras ello continuó–: de ser así, el lector trasciende en la lectura a otra dimensión donde las reglas corrientes son abolidas por la ficción. Partiendo de ese punto  de vista..
Esa noche en particular, el anfiteatro estaba colmado de personas; personas que  habían sido invitadas para la ocasión: La exposición de un escritor y su obra literaria.
Acercando una silla a la orilla, a centímetros de la primera fila, comenzó a leer ante todos éstos.
“Es usted insaciable, no podré nunca ponerme a su altura, que con que esté al ras del suelo, para mí es un edificio de 20 pisos. No me deja otra alternativa que someterlo a mi lema: Hay dos maneras de hacer las cosas, la correcta y la mía y las dos son lo mismo. Por cierto, más que como un lince, yo veo su majestuosa persona como un carnero, y me pregunto porqué.”
Para ese entonces la gente lo miraba con los ojos convertidos en un plato; sólo se veía la figura del disertante mirando uno a uno a cada individuo que había. Parado ante la multitud éste continuó:
–Es propio de los artistas el temperamento colérico –Hizo un silencio adrede, para que calara más profundamente lo que pretendía exponer–. Recuerdo a Beethoven y a Nietzsche. Es propio de los artistas el deseo de trasgresión sino véase al Marqués de Sade, a Boccaccio, a Margarita Carrera.
Aspiró el cigarrillo y observo a quienes habían venido a escucharlo.
–También se ha atribuido a los artistas el lujo del escándalo –Micrófono en mano comenzaba a pasearse–: recuerdo a Oscar Wilde, a Dalí, pero en suma ha habido personajes con estas cualidades perdonen mi simpatía.
Dejó la colilla del cigarro sobre su regazo y siguió leyendo, ahora, unos párrafos distintos.
“Oye, Versal desconocida, hay algo en lo que nunca meto la pezuña: la equivocación.
Pletórica Vacante: yo, la Visión, reconozco a doscientas personas de la red por sus siete primeras palabras. No juegues al ratón con un lince. Escribes. Y ya.
Vestal: me voy antes de que sea tarde. Siento algo raro, muy raro. Algo que no me comí antes. Mmm... uves, uves, uves... Ni besos ni abrazos: Lluvia de virutas de acero iridiscentes”.
Tosió, para a continuación decir:
–Eva es un alma atormentada aunque despierta;  posee esa clase de temperamento que se podría plasmar como artísticos que rayan a enfermos tan crónicos que han muerto de locura, como es el caso de Maupassant, un gran escritor y más que eso, un gran ser humano.
Se cayó otro momento.
Ahora la pausa fue más pronunciada; aspiró el sabor de un nuevo cigarrillo. La gente lo miraba extasiado. Continuó su lectura.
–Posee aquel  sentimiento que los humanos denominan "estima" hacia ciertos participantes que pululan por los foros literarios. Eva apareció en ellos sólo por registrarse.
Se levantó con el micrófono en mano y comenzó a moverse a lo largo y ancho del anfiteatro.
–Como escribir no escribe o, ¿acaso la lista del supermercado cuenta? Por lo menos lee.  Eso se dice, aunque geste emociones contradictorias.
Y leyó:
“Oye, majestad mesiánica, no quiero enamorarme. Me voy. No me confunden tus regateos de soccer pro. Si el destino lo quiere, nos encontraremos. Sobre la honestidad bestial: Te queda tan bestial que se me quemaron las dos córneas y el par de repuesto. Voy a tomarme dos litros a tu salud, hembruno poderío. Necesito anestesiarme todos los sensores a la vez, que si no arderá la casa. En relación a “¿Cómo se ve de esclavo, eh?” Eso es la lumbre centelleante de la sinapsis. Espero que en este foro encuentres un lugar lo suficientemente amplio para ti. Me veo bien. Sobre todo, lo que mejor veo es cuando te imagino tratándome de subyugar. Más”.
Se detuvo un instante y fijo la mirada en una mujer que estaba cercana a él. Los comentaristas tomaban nota apurados.
 Se acomodó sus lentes y dijo:
–Brinda repuestas como si un incendio consumiera la ciudad de Sydney –blandía el libro–, al parecer la susodicha ni escribe ni comenta, cuelga del foro la cuenta del supermercado, sin el menor pudor. Esta tía no es una zorra cualquiera. No, no.
Se acomodó los lentes, tosió un momento y se abocó a la lectura de su libro.
“Mi querido Manuel, usted dispense que yo mantenga velada la identidad del usuario que me ha llevado de la nariz, como una inerte marioneta de sus caprichos, a aterrizar en este oasis poético. Tiene usted razón, no soy una zorra cualquiera (apenas me he presentado y usted formuló con precisión de cirujano, un perfecto retrato de mi ilustre persona), es que más bien me consideraría como perra. Ahí tiene el por qué no soy una zorra cualquiera ¿Acaso tiene usted algún problema con el mundo canino? Ya verá cómo nos llevaremos de maravilla, lo intuyo. No será que usted a partir de ahora quiera dedicarse a masticar sus alimentos vía anal, yo le aconsejo que no apueste las muelas: soy de Leo. Pero repose usted, esta vez no le cobraré la apuesta”
Dejo el libro sobre la mesita lindera y los miró:
–¿Cómo se debe interactuar en los foros literarios ante una Eva así?
Dejando que el tiempo se asentara y la gente dejase de reír, encendía otro cigarrillo en tanto, miraba fijamente la cara de los presentes. Con ello dejaba que la pregunta calara los estratos más profundos de la psiquis de los oyentes.
– Se los diré en 3 palabras: Compren mi libro.
Todo el auditorio para ese momento le ovacionaba parado, y él, seguía moviéndolo para delante y para atrás.

 

Este mundo..

Minipro
Esta historia que os paso a relatar, –sus eventos y situaciones acaecidas por políticas de carácter hegemónico-, poseen consecuencias se extienden más allá del presente. En un futuro cercano. ¿Es qué acaso, su simiente se ha gestado en el pasado?
¡¡Humm!!

Sus antecedentes.
La lucha por la libertad de expresión de los pueblos, la no ingerencia en asuntos de internos de éstos, genocidios en maza en nombre de la religión, de la independencia, la conformación de países soberanos, siempre han dado que hablar.
Palabras muy lindas expresadas con vehemencia se han suscitado a lo largo y ancho de la historia de éstos.
Libertadores.
Carne de cañón.
¡Eso!
¿Por qué? Intereses geopolíticos, riquezas propias de otros países, cercanos o lejanos, han llevado a lo largo de la historia a confrontaciones y más confrontaciones. Unos pocos, con ansias desmedidas de poder, con sus arcas repletas de riquezas expropiadas de otros países, con gran poder en lo político, en lo militar, en el ámbito público, necistan más.
No le bastan.
Esos pocos, manejando la industria armamentista, colocando presidentes a dedo, eso si, obedientes a las normativas que éstos impongan juegan, cual si el Estado fuere marioneta manipulada por hilos invisibles, haciendo caer estados soberanos.
No es de ahora.
Es de siempre.
Así ha sido a lo largo y ancho de la historia de la humanidad.
Angurria.
Necesidad de poder.
Envidia.
¡Eso!
Llámese como quiera. Sus intereses están por encima del Estado, encima de los pueblos, de quien “gobierne”. Gobiernan, si éstos le permiten.
Poder, siempre poder.
¡Joder Tío!
No importa como se denomine. La libertad de los pueblos siempre ha sido manejada por poderes ocultos, que velan por sus propios intereses, que van más allá de una conjetura socio-política puntual. Mueven el hacer y el pensar de un Presidente, mueven fuerzas armamentistas cuyo fin es mantener el denominado“Statuo Quo” gestados por “esos pocos”. Protectores de su existencia, aunque también marionetas de éstos.
Fuerzas armamentistas que juegan un rol preponderante dentro de esas políticas gestadas por esos pocos. Ocultos. No dan la cara aunque uno se pueda imaginar quienes son. Hasta éstas, las fuerzas armamentistas, son títeres de de una élite conformada por unos pocos.
Pero no basta hacer caer Estados, por la necesidad de poder. Hay que intervenir en Internet.
Es hora.
Eso dicen.
Internet, un mundo cibernético. Otro mundo. Uno virtual. Uno donde el individuo es soberano, es Rey y Señor, es creador de de su propio imperio, gestor libertino de sus necesidades ocultas dentro de su propia esencia. Un mundo creado a semejanza de los intereses de cada quien. Es la voz del oprimido, del menesteroso. Un escapismo a la realidad que nos rodea, aunque su símil. Un espejo del real, donde la frontera entre la irrealidad y lo palpable es nula.
En algunos casos, claro.
También es un mundo que a pesar de ser virtual posee todas las connotaciones del que a diario vivimos. Hacemos negocios, lloramos, reímos, intercambiamos nuestra vida social por una virtual.
¿Por qué?
Necesidad de expresión, voces acalladas que intentan decir: “aquí estamos. Somos. Existimos”. Que de otra manera no podrían demostrar su existencia.

Internet.
Sinónimo de expresión libre, de pensamientos y sentimientos, de emociones fuertes y débiles. Sinónimo de libertad, de aquello que en el mundo en que vivimos, sea por las leyes de la Sociedad que se nos impone, sea por seres hechos para vivir en comunidad, por propio desgano quizás, o bien disconformidad por el que nos toca vivir, nos insertamos en ese mundo creado por computadoras cual si fuere una tabla de salvación. Soy libre, Libertad. Soy dueño de mis propios pensamientos, que lo comparta o no con mis coterráneos, es cosa mía. No de otros.
Creo castillos de la nada, creo mi propio mundo virtual, mi burbuja que me mantiene a salvo de los avatares del que nos imponen.
Ese, el de nuestra Sociedad.
Pero decir que Internet es sólo para sociabilizar, en donde ocultarnos de nuestros pesares, o de nosotros mismos como raza humana, es decir una banalidad.
Así como se creo para ser libre, también están esos pocos, que ven un plantío nuevo para cosechar. Se conforman negocios, sociedades virtuales a semejanza de la real. Sociedades que traen consigo todo lo que en lo real posee, desde envidia, necesidad de poder, manejo de mazas, etc.
Se necesita controlar Internet. Es un ente anárquico, un ente creado para escaparse, para informarse, para opinar.
Peligro.
Cuidado.
No importa si nació libre, no importa si el internauta quiere seguir siendo libre.
Es otro mundo.
¡Hay que conquistarlo!
Es un peligro, una amenaza que esta dirigida a los intereses de esos pocos que hacen caer Estados, los que imponen otros a ultranza.
Los grandes empresarios cinematográficos, se sienten vulnerables, derecho de autor, empresarios independientes que ven una veta de donde especular y sacar provecho. Necesidad de vivir, de existir.
No es posible que otros logren lucrar, que la torta se comparta.
¡No!
¡Definitivamente no!
Todo es para uno -es mío, me pertenece-, malditos libertinos. Que será de pobre Bill y su Microsoft sino se firma el ACTA, no si sale el PIPE, SOPA. Que será para las Productoras de Cine si otros como Cuevana buscan parte de su pastel. GNula, por ejemplo.
Servidores repletos de contenidos, Sitios Web, anárquicos. Pero, ¿anárquicos desde el punto de vista de quién?
No es de ahora el querer controlar Internet. Desde que ésta nació, es una amenaza para esos pocos que sienten que sus arcas repletas pero nunca llenas del todo, puedan ser vaciadas. Perder poder sobre las mazas.
¡Nunca!
¡Jamás!
Aunque el Infierno se enfríe.
¡No!
Para no perder la costumbre comenzamos otra guerra, la primera en un mundo que hasta ahora no la conoció. Internet, la última frontera. Adiós Magaupload, adiós Cuevana, adiós Gnula, adiós la libertad de expresión, Olvidaos de la libre información. ¡Joder!
El mundo es y ha sido siempre una porquería. Siempre lo será. Ahora es el turno de Internet. Control sobre el conocimiento. Debe estar en manos de esos pocos, como ha sido todo.
¡Joder!
¡Carajo!

 

** Estructura, diseño y diagramación: Rubula **

Dr Mathews

El auditorio de la Universidad se hallaba abarrotado de personas interesadas en escuchar al antropólogo extranjero, que se había desviado de su camino para hacer una disertación sobre las culturas e historias desde el mediados del medioevo hasta avanzado el siglo XIX.

–Estimados alumnos y alumnas, catedráticos, doctores, demos la bienvenida al Dr. Mathews –expresaba el Director de dicha Universidad el cual hizo un movimiento de cabeza hacia la izquierda aplaudiendo; un hombre pequeño, con gafas, un tanto obeso, sonriente, se acercó con un maletín en la mano.

–Gracias Dr Green –le dijo y le palmeó la espalda; el Director luego de ello se retiró; Mathews extrajo un fajo de documentos y los acomodó sobre el podio–, buenas tardes –expresó a continuación con su vista dirigida hacia la concurrencia.

–En la antigüedad –comenzó–, se consideraba que prensar a sus seres queridos en sus tumbas sería la solución para que sus almas no vagaran –tapó el micrófono con la mano–. Disculpen –he hizo un giro de cabeza hacia su derecha–: tendrían la amabilidad de..

Casi inmediatamente aparecieron una serie de imágenes sobre enterramientos hechos durante el período barroco en Europa, hasta que se estabilizó una de ellas.

–Gracias –dijo a continuación, y con su mano derecha movió el lápiz óptico que hasta ese momento reposaba encima del podio–. Los tapiaban como se muestra aquí, en ésta foto y en esta otra –Apareció una nueva con igual tenor; el láser marcaba cierta zona de las mismas –, hacían ello para que sus almas no vagaran y afligieran a los vivos.

Giró de nuevo la cabeza hacia adelante y depositó del dispositivo en su lugar.

–Siempre me pareció que eso era práctica de personas supersticiosas y afligidas –Mathews se puso de costado mirando hacia el monitor que se encontraba a su derecha, hacia el fondo; apareció una nueva fotografía–. ¡Aquí! –marcó con el láser ciertos aspectos de ella–, lo que les estoy mostrando, bien podría definirse como unos espectros levantándose en claro gesto de súplica desde sus tumbas. –Depositó el control sobre el podio y miró a su audiencia.

Dejó pasar unos segundos que parecieron prolongarse, a efectos de que la idea calase profundamente en la psiquis colectiva.

–Este tipo de imágenes, como la que he mostrado, forman parte de la iconografía religiosa desde el medioevo hasta principios del siglo XVIII –Con una de ellas congelada prosiguió hablando–: Si prestan atención, esas almas parecieran flotar con la intensidad y la densidad de la niebla.

El silencio en el auditorio era total.

–Su reclamación podría considerarse tan legítima como la nuestra –Dr. Mathews tosió; se giró y nuevamente y cambió a otra proyectada; ahora se veía un cuerpo de un afroamericano en descomposición flotando en una marisma–, dicha reclamación sería: el alma y su derecho a la subsistencia en conjunto con los seres vivos –concluyó.

–Dejó congelada la foto; pasó un minuto, luego dos.

–Se preguntarán ¿qué es esa foto que acaban de presenciar? –miró la nueva fotografía y luego giró su cabeza hacia el frente, pero casi inmediatamente, Matthews volvió a colocarse de costado e hizo un gesto que bien podría traducirse en un–: ¿hee?

Dejó que el tiempo se adueñara del auditorio. Luego agregó:
–Es la del cuerpo de Chesy Leblanc; había desaparecido después de violar a una niña negra, sin educación y detenida por prostitución. –A lo que acotó y ahora sí, se acomodó de frente–: Esa chica al momento de su deceso tenía tan sólo 19 años –apoyó sus manos sobre el marco del podio–; su cuerpo fue encontrado en estado de descomposición por un anciano afroamericano oriundo de New Orleans de nombre Elrod. –Cliqueó el control remoto y la fotografía anterior fue sustituida por la de un anciano meciéndose en el porche de su casa en las afueras de dicha metrópoli. El hombre estaba fumando un habano; sobre su regazo descansaba una carabina.

–Es, el que están viendo ahora. –Se puso de costado mirando nuevamente hacia el televisor que era en donde se proyectaban las imágenes; se quedó observándola.

–¿Qué cosa extraña encuentran en esa fotografía? –Dirigió el puntero hacia la misma.

Varias manos levantaron la mano; todas sus respuestas fueron respondidas. Alguna con mayor desglose, otras con menos, por último transcurrió un minuto de silencio, luego dos.

–Bien –dijo Mathews y señaló un punto al costado izquierdo del anciano–, allí –se detuvo y marcó toda la zona circundante–, ¿lo ven? –preguntó, y tras una leve pausa respondió–: lo que están apreciando es definido en algunas sociedades como espectro. De ser eso cierto ello, correspondería  al de un general confederado de pie apoyando su mano sobre el hombro de Elrod, y si tuviera que especular, diría que estaría como preparado para una toma fotográfica –Agregó.

–El General John Bell Hoods comandante del Cuarto de Caballería del Quinto Destacamento de Texas falleció en la isla que se encuentra a escasos metros de la vivienda de Elrod. –La imagen fue sustituida por una nueva fotografía, ahora una más antigua–, esta fotografía –dijo el Dr. Mathews–, ha sido extraída de la Biblioteca Nacional de Texas –con el puntero óptico remarcó la cara del General–; en ella aparecen media docena de soldados alrededor de un fogón, algunos de ellos haciendo guardia.

Pasaron uno a dos minutos. Las personas asentían calladamente.

–Observen la de ésta persona de la fotografía  y la de ésta otra.

Colocó ambas juntas; pasó el puntero por sus superficies. En la anterior, el láser pintó una zona sobre el espectro al lado de Elrod y Elrod específicamente, en la posterior y ciertamente más antigua, sobre una cara en concreto para luego ser desplazado hacia un fogonero que se hallaba arrodillado–. Vean el parecido; extraña coincidencia ¿no? –Dejó ambas imágenes congeladas–. Este último, el cocinero –Y lo remarcó con puntero óptico–, que parecido a Elrod tiene.

–Sepan que la coincidencia no existe. –Depositó el puntero encima del podio, se sacó los lentes y le pasó un paño. No dijo nada durante alrededor de un minuto.

–La de Elrod meciéndose en el porche fue sacada por la Policía de New Orleans hace dos semanas, en tanto la otra, fué extraída de los archivos de la Biblioteca Nacional de Texas. –Dejó que sus palabras calaran hondo, para luego decir–: dos imagenes que marcan tiempos distintos; ambas realizadas en la misma zona geográfica, en donde se aprecian dos individuos –Se pasó un pañuelo por la frente–. Uno corresponde a una persona fallecida durante la Guerra de la Secesión demostrado fehacientemente como lo demuestra el acta de deceso del General Confederado –tosió y se tapó la boca con un pañuelo–. El acta aparecía ahora cubriendo toda la superficie del monitor, luego cambió volviendo  aparecer las anteriores. Apoyó sus manos sobre el vano del podio–: pero .. ¿Elrod? –Y miró fijamente a su audiencia–. En dos fotografías sacadas en tiempos diferentes y tan distantes.

Tiró su cuerpo hacia atrás y dejó que pasara un minuto. Un minuto de silencio.

–¿Saben? No se ustedes, pero para mi es demasiada coincidencia. Pareciera que los muertos se levantaran de sus tumbas para flotar con la intensidad y la densidad de la niebla. –Una mano fue levantada–. Usted –y apuntó su mano hacia donde se hallaba–. ¿Dígame?



Más adelante - Bastardos Confederados.

–He superado cosas peores, no comprometa sus principios ni abandone su causa –Decía el General a Elrod –. Por alguna razón parece  que veo mejor el pasado que el futuro –El soldado estaba sentado sobre una mecedora a su lado–, intente tenerlo en cuenta; es lo mismo que cuando cargan sus cañones sobre herraduras en la arena.

Estaba lloviendo y tronaba.

–Parece que los cañonazos se dispararan eternamente –hacía una apología a los truenos; el general se mecía fumando un habano–, pero de pronto llega el silencio que es más ruidoso que una salva  de cañones. El General se levantó y miró a Elrod; hizo una venia y acotó: –Buenas noches Teniente.